CENA RARA 4 y 4
“La riqueza no consiste en tener grandes posesiones, sino en tener pocos deseos”. Epicteto
Jueves, veinte de junio de dos mil veinticuatro
… Creo que, a estas alturas, cuarta cena, ya puedo hacer más o menos un diagnóstico sociológico de las cenas raras. Y dar la razón a los estoicos porque siempre acaban teniéndola.
Dijo la mujer joven que a ella le servía para maquillarse y vestirse para salir, con todo lo que eso conlleva (al parecer trabaja en su casa y no suele salir a la calle más allá de lo necesario, supongo). Ella, no asiste siempre a cenas en español, al parecer frecuentaba más las celebradas en inglés (no es fácil que nos volvamos a encontrar).
Digo esto porque, en todas las cenas a las que he asistido, no ha habido, en ninguna, chispas y sintonías especiales, atracción o juegos entre hombres y mujeres, es más, las mujeres se han mostrado especialmente asépticas y distantes, sin pasar de la mera cortesía y buenas maneras (suelen ser educadas). Ni por lo más remoto he percibido que el ambiente se haya calentado con miradas o sobreentendidos, guiños e insinuaciones, al menos que yo haya podido ver y mucho menos sentirme aludido, salvo lo que yo he generado por y para mí mismo.
Cuando la cena termina nos levantamos de la mesa y cada uno se va a su casa (o donde sea) en silencio y, como máximo, con el eco de alguna frase que haya resonado en su espacio vacío.
Se me ocurre que esa atmósfera gélida y neutra quizá tenga que ver con la edad, generalmente provecta de los comensales (mujeres) que ya no desean líos ni complicaciones emocionales, sentimentales y mucho menos sexuales. Lo entiendo, aunque no lo comparta en absoluto. A mí, la pasión, aunque sea especular, me sigue pareciendo una estupenda opción para no morir mañana.
La máxima corrección (parece que todos vamos vestidos con trajes aislantes, mascarillas y gafas protectoras), es que la siguiente cena, que será la quinta para mí, puede que me resulte insoportablemente aburrida y no vuelva.
Todos hablan lo mínimo de sí mismos, más allá de lo imprescindible; todo lo dicho alrededor de esas mesas es pasto de olvido nada más salir por la puerta. Lo que uno mismo dice ya se lo sabe, por lo que a mí no me sirve de estímulo. Es algo así como: -lo que estoy diciendo ya lo dije en la cena anterior, me repito- Maldita la gracia que tiene.
Lo único bueno que he encontrado, tanto que me ha hecho renovar la suscripción por tres meses (aunque no creo que asista a más de cuatro o cinco cenas raras más), es que me sigue llamando la atención la variabilidad del ambiente a partir de los comensales. Ninguna es exactamente igual a otra, a pesar de que se parezcan, porque siempre hay personas que hacen que algo cambie. Eso me gusta. Tal vez sea cuestión de matices e interpretación literaria. En el estrechamiento del mundo emocional y vivencial por edad y condición de los participantes, eso ya suena a excepcional. Ayer, fue una mujer la que marcó profundamente el ritmo y la calidad del ambiente ¡Ojalá fuera así siempre!
La Fotografía: La buena noticia, si atiendo a lo que dice Epicteto arriba, es que he accedido a una inmensa riqueza por haberme hecho extirpar los deseos en experiencias sosas. Tampoco, en ese escenario pueril voy a encontrar una pasión en mí ya envejecida vida. ¡Da igual!