COLECCIÓN DE MISCELÁNEAS 49
Excalibur: “Guardad bien esta espada, le advirtió al rey Arturo, puesto que mientras la llevéis no perderéis nada de sangre, pero un día llegará una mujer en la que confiáis y os la robará”. Merlin
Domingo, veintiuno de julio de 2024
La mujer, una vez más, actuando e incurriendo en alta traición. Es su naturaleza, y eso hay que aprenderlo pronto para evitar graves daños, que antes o después caerán sobre nosotros, los vulnerables hombres.
Ayer, sábado por la tarde, hablé más de una hora con mi amiga Mariola (recientemente rescatados ambos de nuestra mutua incomparecencia). Lo hicimos de literatura, casi solo de eso, de novelerías (como hace años que no hablábamos, ahora estamos recuperando el tiempo perdido y nuestras diferencias literarias). Lo malo, o lo bueno, es que, en cuanto a lecturas, aunque apenas sintonicemos en nada (tenemos preferencias y gustos muy diferentes), eso carece de importancia, más allá de lo anecdótico.
Más tarde hablé con mi hijo, Gabriel, sobre cuestiones profesionales importantes para él. También hicimos larga la conversación.
Luego, a la caída de la tarde, preparé mi cena y la dispuse en una mesita a la que he cortado las patas y la he puesto ruedas (mesa-patinete) por lo que puedo cenar en una tumbona, sin mancharme ni nada, en el patio, con las nubes o la noche sobre mi cabeza.
Mi Charlie, en una tumbona al lado (pero sin mesita con ruedas, descansa tranquilo y conforme, sin protestar). De vez en cuando se enfada mucho si presiente algún gato, aunque esté lejano.
La cena, lo de siempre, ensalada (tomate, pepino, lechuga o endivias, cebolla y a veces huevo duro), mortadela italiana, fruta de postre (albaricoques) y pistachos. He tomado dos chupitos de ron, mientras dejaba que mi cabeza deambulara perezosa atrapada en los círculos viciosos de siempre, mientras la mirada resbalaba sobre la textura mitológica de Excalibur, película antigua y ya clásica de mucha aventura, bellas armaduras blancas que portaban aguerridos y guapos caballeros. Aparte de la mítica y mágica historia de un reino y un castillo (Camelot), batallas entre caballeros acorazados fieles a su rey hasta la muerte, lo que subyace con gran relevancia es una ineludible historia de amor imposible que la determinación y debilidad de los protagonistas la convierten en un previsible y vulgar adulterio (lo maravilloso, espiritual e inigualable rebajado a la servidumbre de las prosaicas secreciones sexuales). Lancelot y Ginebra, se lo montan en el bosque, con Merlin merodeando como un voyeur (otra vez la mujer traicionera, es su naturaleza). Digresiones bromistas (o no tanto) aparte, la película de John Boorman (1981), fue muy celebrada (de hecho, la vi entonces enseguida, nada más estrenarla y me impresionó, aunque no me arrebató). Lo que no entiendo es que me impulsó ayer a volver a verla (si escribiera mejor y más fino, diría, revisitarla) mientras no sentía nada en especial, más allá de la satisfacción de disfrutar de mi patio y de una despreocupación total. Me gustó, especialmente, la música (Trevor Jones) porque incluye retazos de Carmina Burana, de Tristán e Isolda, Parsifal y El ocaso de los dioses.
La tarde noche podría haber sido perfecta si me hubiera acostado a las once y media, cuando terminó la película, sin embargo, la afeé un poco porque decidí ir a tomar una copa (hacía dos meses que no salía un sábado por la noche). Me duché, me vestí en clave interesante, aunque informal; dejé acostado a Mi Charlie y me dirigí al bar de copas de siempre (doce y tres minutos) y que ahora, en verano, es muy aburrido porque la gente mayor (jóvenes no hay, salvo yo), busca acomodo en las muchas mesas de la terraza y se quedan quietos, como en la sala de estar de su casa, pero sin tresillo ni tele. En invierno es mucho mejor porque todos nos apiñamos en el interior y ellos bailotean sin parar hasta casi morir (yo no).
Tomé un ron sentado en un pretil, solo, claro, mirando el móvil de vez en cuando (nada en especial) por si me había escrito alguna mujer de la página de contactos y no (nunca lo hace ninguna), afortunadamente no, porque según las fotos de perfil casi todas parecen abuelas enfadadas porque no has llegado a tiempo a comer.
Muy contento conmigo mismo porque no paro de progresar en la asunción de mi condición de solitario complacido a todas las horas del día (y de la noche), volví a mi casa a la una y tres minutos. Me dormí antes de que mi cabeza tocara la almohada.
La Fotografía: Boorman solía ser algo pesado en sus películas y en su interminable longevidad (todavía vive), en esta también; no obstante, la película es de gran belleza formal y especialmente los últimos diez minutos, sublimes fotográficamente en la escenificación de una terrible batalla y tragedia última shakesperiana y desgarradora. Uno de los caballeros artúricos (imagen de gran plasticidad y lirismo épico), se dirige a un lago para arrojar al fondo a Excalibur.