LOS MICROVIAJES
A Segovia: día 2.5
Sábado, treinta y uno de agosto de dos mil veinticuatro
…El día oscureció súbitamente. A Sotosalbos llegué enseguida y enseguida comenzó a llover fuerte. Me dirigí a la ermita románica de San Miguel, de una singularidad memorable. De líneas sencillas y estructura habitual en estos templos, con la galería porticada en el frontal, una sola nave rectangular y ábside cuadrangular rematado por campanario. Los capiteles decorados con monstruos, centauros, sirenas…
Sabía de su belleza porque ya la había visitado en algún momento (no recuerdo cuando). Su belleza también era conocida de parejas que se casan y hacen espectáculo de lo íntimo y dónde mejor que en esa maravillosa ermita. Cuando llegué acudía gente vestida aparatosamente, sobre todo mujeres con vestidos largos y sombreros ostentosos. Los hombres de corbata y poco más, demostrando nuestra evidente incompetencia en el terreno de la vistosa elegancia porque somos incapaces de enriquecer nuestro fondo de armario (con falda y fuerte paleta de color en nuestras ropas ampliaríamos nuestras opciones) y, sobre todo, si nos maquilláramos. Tampoco podemos lucir bellos peinados porque pelo tampoco nos dejamos.
Se trataba de una boda de extracción pequeñoburguesa, o ni siquiera. Cuando las gentes sin distinción apuestan por tenerla todo queda en una confusa amalgama de cursilería y vulgaridad. Y lo peor, el más arrasador convencionalismo.
Deambulé entre los invitados a la ceremonia para ver si me enteraba de algo que mereciera la pena saber. De vez en cuando, discreta y disimuladamente levantaba la cámara y fotografiaba como si no lo hiciera. Podían haberme reconvenido por meterme con mi cámara en su fiesta y habrían tenido razón, pero procuré no darles esa oportunidad. No obstante, yo había ido a Sotosalbos a ver y fotografiar la bella y sobria ermita y de algún modo ellos se interpusieron en mi propósito y contaminaron la cobertura de toma de mi cámara. No me enfadé, solo anduve de un lado para otro mirando, por si veía algo de interés. No fue así…
La Fotografía: Hice fotos a los invitados a la boda pretenciosa (todas lo son). Es curioso, para asistir a estos actos sociales las gentes se visten como si asistieran a algo memorable, o mejor, como si fueran a recibir a través de la intercesión de los contrayentes, que a su vez lo reciben del cura y este del mismísimo Dios el secreto de un pacto eterno entre los amantes (antiguamente novios porque no tenían sexo antes de la ceremonia y ahora sí, supongo). –Hasta que la muerte os separe-, dice el oficiante, que ha recibido instrucciones y palabras escalofriantes para dar sustancia a lo que, por definición, no la tiene. La fiesta se monta en torno a una especie de transubstanciación por la cual el amor (o deseo, que también vale, pero dura menos) entre humanos se convierte en voluntad divina porque ponen a Dios como testigo. Los que participan como invitados se visten con sus mejores atavíos porque la ceremonia iniciática lo merece. Luego resulta que un poco más allá en el tiempo y la distancia, que es el vivir, y después de algunas curvas peligrosas que siempre hay, el viaje termina en la cuneta con los viajeros magullados. Pero bueno, hasta que eso suceda, cantemos y bailemos y después, también.