26 SEPTIEMBRE 2024

© 2024 pepe fuentes
Autor
pepe fuentes
Año
2024
Localizacion
Carretera de Turégano a Pedraza (Segovia)
Soporte de imagen
DIGITAL 200
Fecha de diario
2024-09-26
Referencia
10489

LOS MICROVIAJES
A Segovia: día 2.6
Sábado, treinta y uno de agosto de dos mil veinticuatro

… Después de la boda en Sotosalbos, a la que no estaba invitado, partí hacia Turégano (14,5 km). Una vez más llegué rápido (en mis minúsculos viajes siempre procuro colocarme las localizaciones en fila, unas detrás de otras, en perfecta sucesión para que me cueste menos llegar). El clima del día había virado de amenazante a negra y violenta tormenta.
Lloviendo fuerte ya, me encontré con el pueblo clausurado con muchas calles cerradas y valladas. No sabía por qué. Pretendía llegar a la plaza y comer. Imposible, todos los accesos cerrados. Aparqué en una calle alejada y continué a pie. En la plaza me enteré de la causa del sabotaje. La culpa era de la fiesta del pueblo y de los toros, que hizo que todos los habitantes salieran de su casa para llevar los toros, por los que sienten una gran predilección y alborozo, hasta la plaza dentro de la cual había otra plaza portátil para torear por la tarde, supongo. La lluvia se espesaba y soliviantaba tanto que asustaba. El resultado fue que mis plan, que consistían en ver el castillo y comer se fue a la mierda. Los soportales y los bares de la plaza estaban abarrotados, ni siquiera pude entrar para tomar una escueta cerveza. La masa de carne humana era impenetrable.
Eran más de las dos, quería comer, pero eso, me temí, no sucedería. Me pregunté: ¿qué coño hago? Me respondí -vete al siguiente pueblo (Pedraza, 28 km) a ver si allí no hay toros sueltos por las calles y los habitantes están en su casa, como Dios manda. Eso hice.
Era una idea que tenía sentido, si no fuera porque obvié lo más evidente: me encontraba en la zona cero de una gota fría.
A la salida de un pequeño pueblo, ya en carretera, me encontré con dos opciones en paralelo, elegí la de la izquierda (no vi indicador alguno, y el navegador no me contradijo), la carretera fue deconstruyéndose hasta convertirse en camino-río con grandes grietas y firme resbaladizo. Subí una empinada cuesta y el navegador me animaba a que continuara porque a dos kilómetros podría girar, eso decía el muy canalla. Llegó un momento en el que me dije, -da la vuelta o te meterás en una zanja anegada de agua y no podrás salir-.  Sensatamente, me obedecí, volví por el camino de tierra equivocado cuesta abajo por donde bajaban oleadas de agua incontenible. Por fin tomé la carretera supuestamente “buena”. De los cerros colindantes llegaban torrentes de agua que se concentraban en la carretera. Conduje rápido para que la inercia y el peso del coche impidieran que se convirtiera en un inerte objeto flotante. Avancé valientemente levantando altísimas cortinas de agua a ambos lados. Seguía lloviendo tan fuerte que apenas veía lo que tenía delante. Divisé un pueblo al final de una pendiente de bajada. Me lancé como un suicida cuesta abajo, más rápido si cabe, pero poco antes de llegar, en un vado a la entrada había agua embalsada – me dije: a la velocidad que llevas, con la inercia y el peso podrás atravesar el gran charco, del que no veía el fondo; hacía la mitad el coche empezó a derrapar y deslizarse desde la parte trasera hacia una especie de laguna al margen de la carretera; di un fuerte volantazo y pisé el acelerador a fondo y eso permitió que el coche se recuperara agarrándose al fondo. Logré salir. Sin duda fue gracias a la tracción a las cuatro ruedas, si no, probablemente, el coche habría terminado hundido en el embalsamiento y yo ahogado o vete tú a saber cómo. Desde luego me habría quedado sin coche…
La Fotografía: Carretera por la que avancé intrépido a gran velocidad con mi coche-lancha, muy imprudentemente, pero mi ángel protector o la suerte me salvó del desastre; aunque creo que no, que de eso se encargó el coche por instinto de supervivencia.

Pepe Fuentes ·