LOS MICROVIAJES
A Huesca: día 1.4
Domingo, veintidós de septiembre de dos mil veinticuatro
… Sorpresivamente, me tropecé con Barbastro y me dije: -oh, Barbastro, aquí debería parar- Pequeña ciudad con riqueza monumental y artística (hasta un premio literario tienen). Por si fuera poco, era el lugar de nacimiento de mi escritor favorito, Manuel Vilas, por lo que más que visitante debía haberme constituido en peregrino: «Paseo por Barbastro, por sus viejas calles en donde ocurrió lo más importante de mi vida, como si todo lo demás sobrara». Manuel Vilas (El mejor libro del mundo). Estúpidamente, no paré; no lo llevaba anotado en el guion de mi actuación como turista para este día. Incumplí la regla fundamental del merodeo libre e impulsivo en el que tanto quiero creer y que debe permitir la improvisación. Establecer una hoja de ruta a priori centra la actuación itinerante y elimina descuidos y desatenciones, y hasta extravíos; pero, al mismo tiempo constriñe y limita. Bueno, por el momento prefiero poner límite a mis seguras equivocaciones. Sí, me perdí Barbastro y no creo que ganara nada a cambio. Me limité a dar una vuelta con el coche y seguí camino hacia el siguiente punto, Alquezar.
Llegué en torno a las cuatro, aparqué en las afueras y me fui acercando a la ciudad paulatinamente siempre con la panorámica en el punto de vista: llegaba desde arriba con la ciudad abajo, con el caserío antiguo extendido en una pronunciada ladera hacia los profundos cañones del río Vero (hay unas pasarelas adosadas a los cortados con el río abajo que pueden recorrerse como si de una aventura se tratara, menos mal que estaban cerradas y no tuve que negarme a mí mismo la opción).
Villa de origen árabe (s IX) conquistada por Sancho Ramírez (1067), quien reconvirtió el castillo en colegiata románica y la cede a canónigos agustinos.
Entré en la pequeña ciudad a través de un punto cualquiera y fui recorriendo calles estrechas, empinadas, en dirección a la Colegiata, que visité, claro. A lo largo de mi travesía de la villa observé numerosos turistas, en grupos grandes y pequeños, y luego yo, solo. No me veía, tan solo sabía que estaba y acompañaba a mi cuerpo cansado perezosamente porque, a estas alturas, desde mi lejano madrugón y el largo recorrido por carretera mi cuerpo ya estaba harto. Soporté un cierto agotamiento cuando ascender la cuesta de regreso hasta donde tenía aparcado el coche. Coincidí durante bastante trecho con un curioso grupo, tres mujeres y un hombre, bordeando la vejez, aunque todavía no habían entrado en la penumbrosa edad. Él hablaba entusiasmado en español de no me acuerdo qué. Ellas, por el contrario, le contestaban y hablaban entre ellas en otro idioma, que no supe cual. No parecían hacerse caso porque persistieron en sus respectivos idiomas y en ningún momento me pareció que hablaran de lo mismo y entre sí. Supuse que lo importante era acompañarse, aunque no se comunicaran. Quizá, finalmente, se me ocurre, que es más importante el gregarismo que la comunión; o vete tú a saber qué.
Cogí el coche y continué viaje. Eran las seis y media de la tarde, más o menos…
La Fotografía: Colegiata de Alquezar, pulcramente rehabilitada y preparada para la visita de multitud de turistas. El interior interesante e impecable. Me pregunté: ¿por qué eres tan previsible a la hora de establecer las rutas y paradas en los microviajes y los viajes? Me contesté: porque no doy más de mí; podría, tal vez, mejorar y personalizar más mis merodeos a partir de otros sitios y otros valores estéticos o históricos o vivenciales; pero me obligaría a esforzarme más y apenas si tengo ganas.