MONÓLOGOS SOBRE ARTE
Capítulo veintiuno: -Estampa, Madrid- y 6
Sábado, diecinueve de Octubre de dos mil veinticuatro
… Caminaba y miraba complacido. Fotografiaba. ¿Cuál era mi verdadero interés? Sorprenderme. Que las galerías y los artistas me asombraran y que me hicieran olvidar mi triste condición de provinciano solitario en situación crítica, pero satisfecha (a más no puedo llegar, vivo al límite). Al menos llevaba mi cámara que me permitía interactuar, elegir y colocarme en la inefable posición de quien está allí para hacer algo trascendente, personalísimo y secreto.
Me pregunto: qué sería de mí sin mi afán que no es otra cosa que un sueño que me permite ir más allá de la realidad que me circunda y que me salva de la trivialidad y la desmemoria, al menos durante un breve intervalo de tiempo. Sin mi cámara no me siento nada en el presente ni en las vertiginosas horas posteriores. Tampoco en el mundo, en el mío propio, porque no tengo presencia en otro.
Sí, pero nada me resulta fácil porque para estar allí tuve que vencer mi tendencia a dejarme llevar por la consunción que me atrae hipnótica e irresistiblemente. Es la conjugación de la eterna fatalidad de la desesperanza. Las malditas y desidiosas soluciones fáciles por las que sé que hay que pagar el altísimo precio, el de la vida misma.
Pero, bueno, allí estaba, mirando, fotografiando, disfrutando con el trabajo de los artistas; deseando a mujeres imposibles, jóvenes y bellísimas; también, incluso a maduras glamurosas que me parecían interesantes. En ese momento de la tarde sentía que todo tenía sentido y que había hecho muy bien en salir de mi guarida, de mi invulnerable y peligrosísima por adictiva torre de hierro. Hasta que pasaron casi dos horas y media y llegó el momento de irme. Y me fui. Conduje hablando con mi amiga Consuelo. Llegué a mi casa a las ocho y media de la tarde.
Todavía me quedaron fuerzas, después de cenar, para salir a tomar algo por ahí: salir, salí, pero no tomé nada. Solo pido una copa cuando necesito tiempo para mirar despaciosamente a gente que me interese. Ninguna mujer me gustó lo suficiente para recurrir a la coartada de sostener un vaso durante el tiempo necesario para intentar hacerme presente.
Fin del cuento de mi paso por Estampa, feria de arte de Madrid. Volveré el año que viene. Espero.
La Fotografía: Sí, en Estampa, había mujeres como la que aparece en la fotografía, de una belleza perecedera muy superior a cualquiera de las obras de arte colgadas en las paredes de las galerías (ya lo dije el otro día).