ADENTRÁNDOME EN LAS TINIEBLAS 35 y 2
“Todos se aburrieron de esa historia absurda. Se aburrieron los dioses, se aburrieron las águilas y la herida se cerró de tedio”. Franz Kafka
Jueves, catorce de noviembre de 2023
… Esta jodida semana no está siendo buena (ya lo dije ayer), por nada en especial, simplemente porque todo sigue igual o peor. No quiero hacer nada (y no lo hago) y así, en ese plan abstinente, los minutos, las horas, los días, las semanas me aplastan, me destrozan, me devoran.
Necrológica: -se lo comió una leona, a la que llamaban La desganada-. Por cierto, mi amigo fraternal ha tenido una idea ocurrente, ha colocado en su estado de WhatsApp -Fallecido- y al parecer la ha liado porque lo ha visto mucha gente que lo ha llamado interesándose por su salud “qué risa” a lo que él contestaba que se había muerto, y ya está. Resucitó al día siguiente (mi hermano hace milagros: ahora me muero, ahora resucito, porque soy Dios mismo). Esas son las cosas que hacemos los viejos desganados y profundamente aburridos.
No sabía que podría aparecer, y sí, ha llegado, malditas sean sus entrañas. Ayer por la tarde, medio tumbado en mi cheslón del estudio, solo iluminado por la pantalla del ordenador, miraba como la lluvia golpeaba inclemente los cristales y de cómo las sombras entraban impacientes para adueñarse del espacio a mi alrededor.
Mi Charlie debió sentir la misma desolación y me pidió insistentemente que le permitiera subirse sobre mis piernas y quedarse quieto, acurrucado encima de mí, y no sé si lo hacía por él o por mí. Tenía razón, mejor en contacto físico del uno con el otro que permanecer solos y asustados en nuestros espacios aislados.
Por primera vez en estos últimos tiempos, que pueda recordar ahora, ayer por la tarde miré el reloj con ansiedad, deseando que la sesión de trabajo de la tarde acabara y pasar a la siguiente fase: cena y aburrimiento televisivo. Que el día acabara de una puta vez, me repetía como en una salmodia, de las que sirven para aquietar el alma. No ser consciente de nada. Que el tiempo aflojara su apretón y me dejara en paz.
Si fuera adicto a algo: alcohol, drogas, juego, gula compulsiva, cleptomanía, sexo (porno, se entiende), religión, sectas (es lo mismo) hacer el mal a los demás gratuita e injustamente, por puro placer… tendría solucionado mi vacío existencial; pero que va, soy de naturaleza sosa porque no me gusta nada.
Ahora, temprano (ya ha amanecido), no sé qué pasará a lo largo del día, pero seguro que será como ayer.
Por lo pronto, son las ocho y media de la mañana, corto y me voy con Mi Charlie, a dar una vuelta. Por el camino me he encontrado con una mujer y su perro (no la conozco), aunque la he visto alguna vez, y como no está mal, me he parado y he intentado hablar con ella, pensando que sería como yo (hacemos lo mismo). Ha reaccionado riéndose y alejándose, no sé, probablemente ha pensado que estoy loco y puede que sí, no sé.
La Fotografía: No sabía cuál traer hoy (tengo muchas), pero ninguna, nunca, bajo ningún concepto se puede repetir, exactamente igual a lo que pasa con los días (y esto es un diario): aunque se parezcan ninguno es igual a otro. Que se repitieran exactamente igual, segundo a segundo, minuto a minuto, sería espantoso, todos reencarnados en Sísifo, enloqueceríamos y nos arrojaríamos en masa a los precipicios. Y, entonces, la vida humana desaparecería del mundo ¡qué descanso para la tierra y para nosotros mismos!
Como hoy hablo del claroscuro que es la vida y del tiempo, traigo un claroscuro y un objeto que me recuerda el paso del tiempo, en este caso por dos razones: esa pera-interruptor de la luz era el que había en los dormitorios de mi infancia; y volví a encontrármelo en el laboratorio de mi amigo Carlos Villasante, conectado a la ampliadora y que él pulsaba para encender y apagar el tiempo de exposición de la copia, al mismo tiempo que miraba el segundero de su reloj. Me gustaba mucho su forma de hacer, tan absolutamente artesanal, de oficio. Era la maravillosa era analógica de la fotografía que, a partir de que acabara, también lo hizo el lenguaje primigenio y todo el constructo filosófico que se creó para ella, como cosa nueva que fue, donde cabían los claroscuros de verdad, los auténticos, cuando las fotografías hablaban de los muertos, que dijo Roland Barthes. Y en eso estábamos, ilusionados con nuestro juego que nos permitía soñar que éramos artistas, cuando, de pronto, los cuartos oscuros se cerraron abruptamente, para siempre, y el sueño acabó. Nos humilló la IA. Entonces nos dimos cuenta de que tan solo éramos artesanos (el lenguaje no daba para más). No, no me pondré nostálgico y tampoco lloraré, al menos en esto, sencillamente porque no tiene sentido y no lo lamento en absoluto.