DIARIO DE UN CONDENADO 12 (Epílogo)
“No le desagradaba charlar sobre un tema sustancial con alguien con quien se entendiese, pero, si no era el caso, prefería que la otra persona guardara silencio”. Haruki Murakami
Domingo, quince de diciembre de dos mil veinticuatro
Me resisto a abandonar el cuento de los últimos cuatro días porque me ha salido muy bonito, de verdad que me ha gustado mucho; hasta las fotos me han parecido divertidas y yo, en algunas, hasta interesante, a pesar de todo. Sí, ya lo creo. Tanto que lo de mi vejez es secundario … “Y cuánta puta y yo qué viejo…” canción de Siniestro Total
Ayer, sábado, bien: solo todo el día (por la mañana he limpiado la casa)… anteayer y hoy, también. Solito todos los días porque la lagartija que vive en casa y con la que me cruzo a veces, no cuenta. Nos ignoramos.
Por la noche, decidí salir a mi bar de copas de los sábados a las doce (lo hago cada quince días). Cuando no tengo a Mi Charlie, no, porque no merece la pena que se quede solo por nada. La temperatura era disuasoria (-1º); pero yo soy un tipo duro que nunca bailo fuera de mi casa.
Sí lo hacen decenas de hombres y mujeres en ese bar (todos viejos, todos feos). Yo, para ellos, también, porque nunca consigo que me mire nadie (en estos casos siempre me refiero a mujeres).
Me sentí bien en la hora y trece minutos que permanecí allí. Gocé de mi invisibilidad con una leve y elegante sonrisa (había que fijarse mucho para que me la notaran).
Es mi momento social, una vez cada quince días, pero solo como espectador, no interactúo nunca con nadie. Lo necesito para reforzarme en la idea de que vivo en el mejor de los mundos posibles.
A veces me quedo embobado mirando una determinada situación, fascinado. Anoche, por ejemplo, un hombre y una mujer, sexagenarios ambos y con pinta de matrimonio por lo serios y silenciosos que estaban (los que están inmersos en el cortejo y el ligoteo hablan, ríen y bailan haciendo escorzos, vueltas y revueltas, y eso es muy bonito). La pareja que miré hechizado bailaba con movimientos mecánicos y desganados, al margen de la música y de la vida que parecía que, al menos físicamente, no tenían. Parecían autómatas disgustados, o tal vez eran zombis. Me pregunté el porqué habrían abandonado el sillón y la tele para bailar soso, con el frío que hacía en la calle.
Esas cosas hacen que me sienta bien. Sí, porque vamos a ver, acaso no acudimos a escenarios sociales y públicos para reforzarnos por contraste con los otros; pues eso hago yo y saco conclusiones y estados de ánimo que me alivian al no hacer lo de los demás. Eso no solo no me duele, sino que me hace sonreír imperceptiblemente.
Ah, por cierto, y ahora que me acuerdo, saludé de pasada a un matrimonio vecino (a menos de cien metros de mi casa), pero la cosa no pasó a mayores. Muy bien, nada teníamos de que hablar y mucho menos sobre lo que entendernos.
Volví a mi casa y como me sentía pleno y contento, para celebrarlo, me tomé un Cola Cao caliente con galletas… Y me acosté sintiendo una paz absoluta.
La Fotografía: La secuencia fotográfica, narrativa, claro, de estas últimas entradas; debía tener un final a modo de desenlace, que no es otro que la mujer alcanza el centro mismo del cuento, con un poder y protagonismo abrumador. Reconozco su victoria sobre mí, hago un sobrio y discreto mutis por el foro, y abandono el melodrama. La silla de la escena ha quedado vacía, era la mía, la de alguien que había huido acobardado. La representación de los deseos en mi vida ha sido larga, muy larga; décadas ha durado, pero ya está bien, es el momento de la retirada. A los escenarios no volveré