DIARIO DE LAS FORMAS dos
«El disfraz es una experiencia apasionante que recomiendo vivamente, pues permite ver otra vida». Luis Buñuel
Sábado, uno de marzo de dos mil veinticinco
Hoy, a las siete de la mañana escribí un texto rápido y automático, sin pensar, como me gusta hacerlo. Luego otro, el de mañana, y después me fui y lo dejé ahí en el ordenador pendiente del retoque final. Me sentí muy satisfecho porque de la nada conseguí crear un texto ordenado, ágil y esclarecedor. Cuando he vuelto, por la tarde, el texto para hoy ya no estaba. El de mañana que escribí después, sí, pero el de hoy no. Todo lo demás, ahí, intacto, menos el que tendría que estar aquí hoy. Debería dejar la entrada en blanco, pero no, porque nunca hago eso. Era una situación paranormal e incompresible. Me inquieta porque me remite a que no estoy solo aquí, en mi torre, porque hay espíritus que quieren empeorar mi vida con males indeseables.
Me siento incapaz de reproducirlo tal y como lo escribí, y cualquier otra cosa sobre la idea que brotó sola y como la expresé no me satisfará.
Pero algo tengo que hacer.
Sé que iba del carnaval y de disfraces, porque hoy es el día de la estruendosa fiesta callejera. Llueve copiosamente, luego el desfile se suspenderá. Eso es exactamente lo que ha sucedido con el texto: cancelado, suspendido. No sé si tendrá algo que ver una cosa con otra.
Sé que escribí sobre Luis Buñuel y su obra, a grandes rasgos, y de cuánto me habría gustado ser Buñuel, y haber hecho sus maravillosas películas, y haber vivido en México, y tenido los fantásticos amigos artistas que él tuvo. No, no soy un mitómano y tampoco sé mucho y en profundidad sobre él y su obra; leí sus memorias: Mi último suspiro, hace muchos, muchos años y apenas me acuerdo ya, pero he visto todas sus películas y leído cosas sobre él. Hasta Calanda, a su casa-museo, he ido.
No sé por qué en un día de lluvia y carnaval como hoy he acabado escribiendo sobre Buñuel, pero una cosa me llevó a la otra.
Él dice que los disfraces permiten ver otra vida; a mí eso no me ocurre, aunque me encanta disfrazarme, pero buscándome. En soledad y seriamente.
No me interesan las fiestas de disfraces como el carnaval, donde la gente que sabe divertirse gregariamente, ríen, cantan y bailan unos con otros y todos al unísono. A mí nunca me han salido esas cosas.
Yo me disfrazo para fotografiar, solo para eso. Cuando viajo o en mi casa, a veces, me entrego a juegos de disfraces, asomándome a la cámara con mis máscaras o ropajes a ver si encuentro algo de lo que busco.
Sí, creo que en el escrito de esta mañana decía cosas parecidas, pero mucho mejor dichas porque eran virginales y espontáneas (las únicas que me sirven) ¡maldita sea!
Soy incapaz de reconstruir lo escrito, ya lo he dicho, pero como estoy enfadado lo repito. La entrada de hoy es desastrosamente defectuosa, pero qué le voy a hacer.
Lo escrito, siempre a la primera, si no, no vale.
La Fotografía: En Calanda, en la casa-museo de Luis Buñuel, donde charlé animadamente con la mujer que custodiaba el museo, anoté la cita introductoria de hoy, y cerca realicé esta fotografía con una máscara que no me remite a otra vida, sino a esta, a la mía, y es por eso por lo que aparezco como un personaje de apariencia informe, sin ojos siquiera. Es la fotografía de un nonato que anda por ahí, perdido, en el limbo, disimulando para que no le traigan al mundo a la fuerza, como a todos. La belleza del entorno me inspiró la imagen, pero me salió introspectiva, puro automatismo desolado, como el paisaje.