LOS DÍAS 21
“Es tan fácil engañarse a uno mismo sin darse cuenta de cómo de difícil es engañar a los demás sin que se den cuenta”. François de La Rochefoucauld
Viernes, seis de junio de dos mil veinticinco
Sigo sintiéndome enfermo ¿lo estoy realmente? No lo sé. La enfermedad como cualquier otro efecto que incide en nuestro cuerpo o estado de ánimo tiene un alto componente de percepción sujeta a multitud de circunstancias. Entonces sí, me siento enfermo, luego lo estoy y mi cuerpo actúa en consecuencia. Mi tono vital es bajísimo al mismo tiempo que el grado de indiferencia hacia lo que me rodea crece y crece. Solo me importa mi estado físico (poca resistencia a la adversidad).
La gastroenteritis que me atormenta no cede, y sí, ya sé que es una enfermedad menor, pero molestísima y estúpida hasta la irritación. Además, las formas son aberrantes, sucias.
No quiero ni pensar cómo me sentiré cuando venga la enfermedad gorda, la que te lleva por delante. Hay algo profundamente dislocado en el diseño y despliegue de la vida humana. No creo que nada ni nadie (ni siquiera la IA) pueda resolverlo, seguiremos así hasta que nos autodestruyamos.
A ver qué pasa hoy con la evolución de los desajustes en mi cuerpo. También, tengo fisioterapia (fascitis).
Quizá debería asistir, además, a una -terapia cognitivo conductual- (la más eficaz y sensata). Al parecer el terapeuta es como un profesor particular que te pone tareas para que modifiques y superes dificultades con pensamientos, emociones y comportamientos negativos. Eso me hace pensar que, eligiendo bien al terapeuta-entrenador, puedes convertirte en un lúcido estratega del vivir. Sí, teniendo todo bajo control.
No creo que a estas alturas eso me sirviera de algo porque ya soy un caso perdido. Como vengo diciendo casi nada opera con los viejos, los recursos que la humanidad ha creado para mejor vivir están pensados para la mediana edad, la del esplendor, la edad fuerza, la que hace que las cosas se muevan y la riqueza aumente. Los viejos al derrumbadero.
La otra noche, la del miércoles creo, vi una película que, a pesar de ser de Woody Allen, no había visto: Blue Jasmine (2013), con una Cate Blanchett inmensa en su interpretación de una mujer profundamente desestructurada en cuanto a la percepción de sí misma y en su relación con el mundo en el que vive.
El gran Allen, tan genial como siempre, parte de algo tan natural y humano como la necesidad de ser reconocidos bellamente por los demás, a ese sentimiento universal, él, gran conocedor del alma humana le da unas vueltas de tuerca y lleva la historia al lamentable esperpento; y lo hace tan bien que le sale una obra maestra. Quizá el arte solo sea eso, una medida y ajustada exageración de las formas convencionales hasta convertirlas en extraordinarias. No es tan fácil, porque conseguir eso es patrimonio de los artistas. O lo eres, como Allen, o no y entonces, pues nada.
La Fotografía: El marido de Jasmine es un estafador piramidal que engaña a todos a partir de la construcción de un mundo escaparate de ficción y apariencias; en ese mundo está, perfectamente integrada y adaptada Jasmine, que también miente y estafa en nombre de la belleza, el glamour y la egolatría, hasta que todo se va a la mierda, cómo no. No se puede engañar a todos todo el tiempo. Visto así, todo parece sencillo, pero hay que montar la historia a partir de un excelente guion como es el caso y llevarlo a lenguaje cinematográfico y que todo un mundo sostenido por las mentiras se convierta en una historia que funciona como un perfecto y demoledor mecanismo de precisión, que denota las miserias del ser humano. Esa capacidad solo es cosa de artistas, y Woody lo es y muy grande.
Dice Sergi Sánchez (crítico), con el que estoy absolutamente de acuerdo:
«Una tragedia seca, implacable. (…) el nihilismo de ‘Blue Jasmine’ alcanza cotas insospechadas. (…) Abusa de los «deus ex machina», (…) pero cuando se decide a repartir hachazos, el resultado pone los pelos de punta.»