DIARIO DEL ESPANTO 1.2
“Si busco una fórmula práctica para definir la época de antes de la Primera Guerra Mundial, la época en que crecí y me crié, confío en haber encontrado la más concisa al decir que fue la edad de oro de la seguridad”. Stefan Zweig
Domingo, veintiuno de septiembre de dos mil veinticinco
… Como era sábado noche, y para celebrarlo después de meses sin salir, me dije, hoy tiraré mis recursos vivenciales por la ventana e iré a cenar algo al fresco (la temperatura era agradable). Opté por el barrio de Santa Teresa, que tiene muchas terrazas. Todas abarrotadas, por cierto, a saber: grupos de jóvenes (pocos); parejas circunspectas de mediana edad, solos o en compañía de otras como ellos; y viejos, los más abundantes, matrimonios de los que se juntan con otros como ellos para nada, simplemente porque así se entretienen mejor, supongo. Hasta niños gordos había. Es decir, gente en general de todos los colores y tamaños (bastante feos todos).
Avancé por los límites del esparcimiento nocturno y gastronómico (todos comían algo) con mi gorra de visera calada hasta los ojos (en plan clandestino, pero haciéndome el interesante), andar cansino, las manos en los bolsillos y los auriculares en mis orejas en los que sonaba El mundo de ayer, de Stefan Zweig…
¡Qué pulcramente escribía! Lo cultísimo que fue, la vida tan intensa que llevó en el corazón mismo de la alta cultura europea, de un lado para otro siempre (apenas tuvo en cuenta a España); especialmente en la primera parte del siglo XX, hasta que la gran guerra le estropeó sus anhelos pacifistas y sus sueños de una Europa unida, asentada sobre valores culturales tradicionales (era judío, conservador y austriaco).
Ni que decir tiene que esta especie de autobiografía transpira nostalgia y referencias constantes de su insuperable educación, así como su sintética pero matizada y embellecida escritura. En entreguerras se convirtió en el autor más leído de Europa, sobre todo biografías, hechos humanos transcendentes y también literatura y poesía). Más tarde, con la aparición del maldito dictador genocida, le fue mucho peor y tuvo que huir a Brasil. Su delicada alma no pudo soportar tanta atrocidad y fealdad y se suicidó en 1941, junto a su mujer, en plena segunda gran guerra, mucho peor que la primera que él vivió con espanto …
La Fotografía: Palacio de verano Belvedere, barroco, de amplios y bellísimos jardines, en la Viena que adoraba Stefan Zweig. Se compone del inferior y superior, unidos. Ambos construidos por el príncipe Eugenio de Saboya entre 1714 y 1726. Los visitamos hace ahora veintiún años, cuando la vida era otra (llegamos hasta allí, tan lejos, en nuestro coche). La visita a esa maravillosa ciudad y todos los viajes que hicimos a Europa en aquellos años, ahora tendrían muchísimo más interés para mí por la información que he ido conociendo poco a poco. En demasiadas ocasiones tengo la sensación de que mi vida ha ido sucediendo a contratiempo.