21 DICIEMBRE 2025

© pepe fuentes
Autor
pepe fuentes
Fecha de diario
2025-12-21
Referencia
11306

Diario de la Soledad (diez)
“Un día un buen día comprendes que nunca has estado con nadie plenamente, ni siquiera contigo mismo. Y ese día es un gran día. La vida de un ser humano que envejece consiste en aceptar que nunca ha estado con nadie ni nunca estará con nadie, nunca podrá darle su alma a otro y que el otro entienda lo que se le da, lo proteja, lo cuide y lo preserve. Para amar a alguien tienes que renunciar a ti mismo. Pocos seres renuncian a sí mismos. Todo ser humano, cuando entra en la vejez profunda, acepta la soledad…”.
Manuel Vilas
Viernes, diecinueve de diciembre de dos mil veinticinco

En estos últimos tiempos, desde que me quedé solo y mi edad avanzó, sin que se me ocurriera nada para impedirlo, todo ha ido empeorando dramáticamente. Podría haber abrazado la muerte que es la única que salva de la vida, pero que va, ni siquiera eso se me ocurrió. La sensación de fragilidad y miedo ha sido creciente. Poco tiene que ver mi estado general de hace cuatro años, con el que me invade ahora mismo. No quiero ni imaginar, aunque no cese de hacerlo, cómo será el de dentro de dos años, o los siguientes, incesantemente peores.
Vilas, cuando escribe sobre la soledad y la vejez lo hace con una precisión infalible y virtuosa (por eso, entre otras razones, es mi escritor preferido). Me refiero a la vejez profunda, esa que tengo delante de mis narices y que observo con aprensivo pánico porque tendré que cruzar ese umbral, si es que no lo he hecho ya (que tal vez sí).
Ayer decía a Armando, mi amigo-hermano, con el móvil de por medio, que a veces siento una aprensión acobardada y temblorosa por tener que atravesar la fatídica línea solo, únicamente acompañado por mis miserias. Las intimidades agónicas solo se les puede decir a una persona, entre llorosos susurros: un amigo, como es mi caso; o si fuera católico a mi confesor y si no contara ni con uno ni otro, a un terapeuta; pero tampoco podría porque no tengo dinero. No, estas cosas no se pueden decir a cualquiera porque nadie desea oír lo que ni siquiera quiere imaginar.
Después consigo sobreponerme y seguir avanzando con entereza, sin tambalearme, o al menos sin que se me note demasiado. Sé que al final se encuentra el patíbulo y ese pavoroso recorrido me habría gustado hacerlo acompañado. Lo he intentado con denuedo, pero sin éxito. He fracasado de la peor forma posible: ridículamente. Podría explicármelo, pero nunca perdonármelo (aunque ya de igual, el perdón o la condena ad infinitum).
Ahora sé que la compañía tardía es imposible, a no ser que ya la traigas consigo, y que tendría un sentido supremo: mantener una proximidad física y una conversación asidua y afectuosa que al menos aliviara, la insoportable presión que supone avanzar por el pasillo del que nunca se sale. Quizá, una compañía cordial, afectuosa y amena, conseguiría que las cuchillas del tiempo precario no me trituren. Pienso.
Así me he sentido hoy, cuando me he despertado a las seis de la mañana, y ya me era imposible volver a dormirme.
La Fotografía: Reciente. De una de mis sesiones performativas, a solas en mi plató, en el que doy rienda suelta a mis estados de ánimo. Pura necesidad.

Pepe Fuentes ·