DIARIO DE ENVEJECIMIENTO 69
“Se aprende mientras se vive, aunque no sé de qué sirve, así, justo antes de morir”. Kjell Askildsen
Martes, veintitrés de diciembre de dos mil veinticinco
Ayer y hoy, de todo un poco: el lunes por la mañana estuve con Naty en el tanatorio a acompañar un rato a nuestro amigo Ángel. Había muerto su madre en la noche del domingo. Era una mujer nonagenaria a la que se le había acabado la vida. El tanatorio se encontraba atestado de gente, acompañando a las familias que tenían cadáveres esperando la tierra final.
Parece que el invierno profundo es un momento propicio para morir. Sí, yo también preferiría esa estación del año, o tal vez, mejor el otoño.
Las caras de los muchos acompañantes que había en el espacio común, frente a las salas de espera de no esperar nada, eran viejísimas casi todas ellas. Los hijos de los viejos muertos, también viejos ya, y hasta los nietos apuntaban maneras de lo que se les vendría encima. Algunas caras me resonaban porque en algún momento de nuestras largas vidas tuvimos que coincidir en algo, o en algún sitio.
Cuando salgo a mi ciudad, que también es una gran arruga mortecina en el territorio, me da impresión de solo ver a personas terriblemente envejecidas. Todo es viejo por aquí…
La Fotografía: Viejos pisando la línea del más allá en un velatorio, como yo ayer. La imagen es de la perturbadora película de Luchino Visconti, El extranjero, que vi el sábado pasado, y que no se me va de la cabeza. Esa película se me ha quedado dentro.