DIARIO ÍNTIMO 135.1
«La amistad es mucho más trágica que el amor: dura más tiempo». Oscar Wilde
Miércoles, veinticuatro de diciembre de dos mil veinticinco
… Ayer por la mañana llamé a mi amigo Carlos para informarle de la muerte de la madre de Ángel ya que los tres somos amigos desde hace décadas. Hablamos de lo de siempre, de las velas que se nos han ido apagando en estos últimos años. Ahora recuerdo las interminables conversaciones telefónicas que teníamos en la década prodigiosa de nuestros veinte años o poco más (duraban horas). En esta última, con media hora escasa, hemos tenido suficiente. Como hacemos poco (y menos que vamos a hacer), enseguida se nos acaban las novedades y los temas de conversación: él, -no salgo de mi casa-; le contesto –yo, tampoco-. Ya está, no necesitamos mucha más cháchara. De todas formas, siempre es estimulante hablarnos y no perdernos de vista.
Carlos es mi amigo real más antiguo (casi cincuenta años); Ángel vino poco después por su mediación. Todos los demás, salvo Armando, han desaparecido, unos se han largado ellos por propia decisión; y a otros los eché yo. Cuando alguien me defrauda dura poco en mi vida, y lo mismo me pasa a mí con ellos: los defraudé y me echaron. Ellos, curiosamente, no me han dado razones nunca. Yo, a algunos sí. Ahora ya da igual, una u otra cosa.
No acudí al entierro, y no porque no deseara acompañarlo, sino porque supondría ver a gente, (demasiada), y aunque no hablaría con nadie, ni ellos conmigo (en mi ciudad no tengo amigos y los que tan solo fueron conocidos, ya nos hemos olvidado de nuestras desfigurados y ridículos caretos). Pero, a pesar de que sería como ir a Soria (incognito total), no me gusta, me provoca malestar. Se lo he contado a Ángel y lo ha entendido (llevamos más de cuarenta años entendiéndonos) …
La Fotografía: Buscando el tiempo perdido con unos prismáticos que tienen un largo recorrido en mi memoria sensible. En este bello objeto de indagación en lo inalcanzable se cruzan antiguas y transcendentes coincidencias que me unen a Carlos. Con ellos, él, realizó una fotografía que expuso en los años setenta: un brazo aparecía desde la derecha de la imagen, evocadora de una realidad soñada, poética, mítica, inaprensible… los sujetaba en la mano con un fondo de nubes como si señalara que allí, más allá de la inmediata realidad, existía otro mundo, un paraíso que solo se podía vislumbrar a través de la belleza de estos prismáticos, y solo con ellos porque simbolizaban esa –vida elegida que nunca puede ser vivida- (Cavafis). La fotografía tenía una maravillosa tonalidad aurea, que para mí significó que la belleza solo se puede tocar a partir de rituales alquímicos. Aquella imagen convulsionó en alguna recóndita fibra de un sentido y deseo estético que yo ignoraba que pudiera tener. Carlos la tenía. Nunca he visto en los muchos años posteriores a ningún fotógrafo utilizar esta técnica, salvo yo mismo, que la he utilizado en cientos de imágenes. A partir de esa fuerte impresión, y no solo con aquella fotografía, sino también con otras que expuso en aquella inolvidable exposición, se abrió frente a mí un vastísimo horizonte que hizo que me adentrara en el lenguaje fotográfico incansablemente. Y varias décadas después aquí sigo, luchando por encontrar las claves que me acerquen a mí mismo a través de la mirada y mis imprescindibles cámaras. Los amigos significados y especiales, que son tan pocos, pueden señalarte un camino que dure toda la vida. Eternamente agradecido a Carlos Villasante (hace unos pocos años me regaló una reproducción de esa fotografía). La historia con los prismáticos no acabó ahí, porque muchísimos años después me los encontré cuando, junto a unos amigos, también japoneses, levantábamos la casa de Masao y Harumi Shimomo, nuestros queridos amigos y geniales artistas, que habían muerto en la primera década de los dos mil, con tan solo cuatro años de diferencia. Fue una emocionante sorpresa (debían ser de Masao). Me llevé los prismáticos que guardo amorosamente por su doble conexión en mi vida y porque a veces, en el plató, me ayudan a componer mis propias fotografías.