Las formas naturales abstractas, texturas, color, volumen, siempre hacen que algo vibre en mí…
PEQUEÑO VIAJE A LAS TIERRAS DEL INCA
Capítulo cinco: Reserva Nacional de Fauna Andina Eduardo Avaroa (Bolivia),
diez de febrero, domingo
VI
“Hay dos mundos, el mundo de la pasión y el mundo de la nada: es todo”. Henry de Montherlant
Volvimos exhaustos, naturalmente. El siguiente punto eran las fumarolas y géiseres. Llegamos en torno a las seis y media, gracias a que Alberto hizo una conducción deportiva. La luz estaba decayendo rápidamente. Fotografiamos aceleradamente. El aire frío era insoportable, dejaba las manos y dedos paralizados, entumecidos. A partir de ese punto solo nos quedaba llegar al parador San Bernardo, en Huayllajara, muy cerca de la Laguna Colorada. Antes, remontamos el punto más alto (4.980 metros). Hice dos tomas apresuradas (sin luz apenas) incorporando unas piedras de tamaño mediano que parecía se hubieran precipitado en una remota lluvia de piedras. Iniciamos la bajada, con la Laguna Colorada al fondo. El parador era una construcción alargada de piedra, de una sola planta. El interior, después de avanzar por un largo pasillo, desembocaba en un comedor bastante grande, cuadrangular. Las habitaciones se alineaban en una de las paredes (a nosotros nos adjudicaron la 7). El baño era tan escaso que ni cabina de ducha tenía. Cama grande con varias mantas, ya que no tenía ningún sistema de calefacción y el frío se hacía notar. Dejamos las maletas en la habitación y salimos al comedor, sin ducharnos claro. En el comedor cenaban algunos orientales (Bolivia parecía tierra de coreanos y japoneses). Cenamos sopa de verduras y unos espaguetis a la carbonara durísimos. Tomamos un áspero vino chileno…
COROLARIO: En el pequeño escenario de las fumarolas y pequeños embalsamientos de agua azufrosa fotografiamos poco, pero con ganas. La escasa luz que le quedaba al día, en contraste con el humo blanco que brotaba de los borboteantes oquedales, hacía que el lugar pareciera una teatral y onírica exhibición de la naturaleza.
PEQUEÑO VIAJE A LAS TIERRAS DEL INCA
Capítulo cinco: Reserva Nacional de Fauna Andina Eduardo Avaroa (Bolivia),
diez de febrero, lunes
XII
«Hoja de coca: Empecé a consumirla en el 2009 y luego lo hice de manera habitual. Es tonificante y me ha ayudado a sobrellevar malos momentos de cansancio, de dolores y de agobios del soroche, y de soledad forzosa del viaje y el consiguiente sombrío ensimismamiento. No me ha producido dependencia alguna ni más hábito que el del cigarrillo que no tengo (…) La hoja de coca como remedio contra el aburrimiento, la soledad, el hastío, el lento paso del tiempo, los dolores, la tristeza también (…) Un poco de energía y entusiasmo”. Miguel Sánchez-Ostiz
Paramos en algunas lagunas que ellos llamaban altiplánicas a fotografiar brevemente. Seguimos avanzando tortuosamente. Un poco más adelante, en el colmo del buen rollo amigable al que habíamos llegado, nos ofrecieron hojas de coca, que aceptamos encantados porque queríamos probarlas. Estuvo bien (Naty tenía una ligera infección en la boca y le desapareció), pero nos cansamos enseguida del bolo vegetal. A las cinco y media llegamos a un paraje repleto de extrañas formaciones de piedra volcánica que se extendían hasta donde la vista no alcanzaba. Paramos a fotografiar y yo comprobé, desagradablemente, que el fotómetro de la vieja cámara grande había dejado de funcionar (simplemente se trataba de pilas agotadas, menos mal). Fotografié con interés. Cuando volví al coche, la pestaña metálica del cierre del portanegativo se enganchó con algo, se abrió y el rollo se veló. Cargué otro rollo y repetí lo hecho a toda prisa. El tiempo apremiaba, eran más de las seis y aún nos quedaban en torno a doscientos kilómetros para llegar a Uyuni, lo que me inquietaba mucho porque el coche daba muestras de agotamiento y podía pararse en cualquier momento.
COROLARIO: Desde siempre, y no sé exactamente por qué, me han interesado vivamente las piedras, fotográficamente, claro. Sí, ya sé, las piedras son materia inanimada y sus formas, a pesar de que puedan ser originales o figurativas (como la del día de hoy, Halcón, la llaman, según nos dijeron), no dejan de ser anecdóticas o licencias creativas de la naturaleza en las que el hombre no ha intervenido. Probablemente, la excepcionalidad fotográfica solo radica en encontrarlas o, en el colmo del quimérico alarde, fotografiarlas con pulcritud. Una vez razonada mi sin razón, solo puedo decir que bien, que todo eso está muy bien, pero que yo seguiré fotografiando piedras porque me encanta hacerlo. Sus formas, texturas, color, volumen, siempre hacen que algo vibre en mí. Quizá, todo está en el origen de todo: crecí rodeado de piedras, era mi paisaje infantil diario. Debe ser eso.