Enclaves de espectacular singularidad en los que fotografié el paso del tiempo, como siempre hago en todas las ciudades que visito... “Toda fotografía es un certificado de presencia”. Roland Barthes
LA INDIA QUE YO VI (5.3). Introducción (3). Pero claro, como desconozco la cultura de ese inmenso y superpoblado país, solo podía dejarme llevar por lo que veía a medida que caminaba por ciudades y edificios, palacios y otros monumentos. Es decir, por las meras formas, sin mayor profundización. Y en ese preciso punto sí aparece, conceptualmente, el Flâneur; en este caso, de firmes e inquebrantables propósitos. O al menos, voluntariosos. Las fotografías de los días siguientes son las que me tropecé azarosamente en edificios singulares y que me incitaron a pulsar el disparador de mis viejas cámaras. Creo saber a través de estas fotografías, con la cámara y la película de intermediarias, que sin cámara no hay viaje, y sin viaje no hay cámara. Eran imágenes que atendían a la simbología y transcendencia de la luz y la forma. En días siguientes, los textos que embellecerán sugerente y metafóricamente cada una de las imágenes, son de una bellísima obra de profunda e intensa sabiduría oriental: La voz de las cosas, de Marguerite Yourcenar
MIS ANIMALES EN AGOSTO XII (o los azarosos encuentros). Y otro perro, esta vez dormido. Apoyaba cuidadosamente la cabeza en un escalón. No advirtió que lo fotografié. Tampoco era consciente de que se encontraba durmiendo plácidamente en el complejo funerario del emperador mogol Humayun. Ni el perro ni yo supimos a quién pertenecían las abundantes tumbas del glorioso y rico cementerio. Luego de fotografiar, nos fuimos de allí y entró en juego el olvido, aunque siempre me quedará esta bella imagen de este anónimo perro negro…