"Bello es lo que el tiempo no hace vulgar". Juan Ramón Jiménez
Primer día de octubre. Doce cuarenta y cinco (p.m.). Por fin Octubre. Otoño ya. También es viernes, por fin viernes. Los tres últimos días los he pasado en el laboratorio y cuatro de la semana pasada. A lo largo de varios días he copiado en torno a treinta fotografías y aún no he terminado, me quedan virajes y algunos retoques. Una de las fotografías copiadas es ésta, la de hoy. He realizado dos copias de 46,5 * 58,2 cm. La he positivado porque me gustaba bastante. Podía haberla escaneado y después archivado el resultado (alternativa más barata, pero menos placentera, sin duda). El laboratorio resulta muy caro, tanto económicamente como en energía empleada, pero es la única forma (en mi caso) de seguir sintiéndome fotógrafo. Es sencillo: si realizo una copia, la construyo como soporte físico con mis manos y mis sentidos, ayudado de materiales físico-químicos. Si no, no tengo nada, sólo una hipótesis de imagen, una opción virtual. No toco nada, no huelo nada, no me contento o me irrito con nada. La copia, todavía con un ligero olor a químicos, podré mirarla hasta hartarme. Luego, si me sigue gustando, mucho, la enmarcaré y la colocaré en una pared donde pueda seguir viéndola; si no, la meteré en un cajón para el resto del tiempo y probablemente no vuelva a acordarme de ella, pero en mi olvidadiza memoria sensible permanecerá y eso me ayudará a vivir. Así, con estas cosas tan sencillas, consigo no volverme loco…
Tres de Junio…III: luego, subiendo una planta, el palacio real. La monarquía y la religión compartiendo techo, como es natural. El palacio, enorme, austero, sobrio, penumbroso, melancólico; triste, tal vez. Un interminable corredor que recorría el perímetro del palacio, llevaba de unas dependencias a otras; desapacibles y oscuras, tan grandes que desalentaba mirarlas. Los muebles de madera oscura y pesada, y en sus paredes pinturas de los siglos dieciocho y diecinueve, desde donde miraban personajes hieráticos, severos, apesadumbrados. Curiosamente, la visita era gratuita y además se podía fotografiar (sin flash y sin trípode, esto último lo supongo, de cualquier forma no lo llevaba). Fotografié, desde luego, aunque la luz lóbrega y densa era imposible (pero eso era lo de menos)…
…La mirada fotográfica del viajero-fotógrafo (todos los somos), conecta con la memoria vivencial y con sus ideales estéticos. Intervienen todas las experiencias, vividas o aún por vivir. También las reservadas a un potencial destino, que esperan en algún intersticio del espíritu, aunque, fatídicamente, permanezcan ocultas para siempre. Las ciudades, los horizontes, los escenarios, las situaciones nuevas y nunca vistas son descubrimientos, exploraciones de lo desconocido, que provocan el deseo estético transmutado en acto fotográfico…
…Por si fuera poco, pude ver cuatro obras de René Magritte que no conocía. De Giorgio de Chirico solo dos y me habría encantado ver alguna más. Este artista no está considerado como surrealista puro, dado que, en la concepción de sus obras, al parecer, no sucedía la epifanía mágica de todo acto surrealista: –el libre, descomprometido y fulgurante automatismo-, y sí, al parecer, la «metafísica», que más bien suena a impenitente reflexión filosófica. No obstante, de Chirico tuvo mucho que ver con los inicios del surrealismo, colaborando en sus publicaciones y aportando obras al corpus del movimiento (Breton compró una de sus obras importantes: El cerebro del niño, 1914) pero, a pesar de esos momentos de confusa proximidad, terminó cayéndose del movimiento. El surrealismo generaba una potente fuerza centrípeta que no todos soportaron. De Chirico habitaba, creativamente, en la dudosa y surrealmente cuestionable –segunda intención-. «La confrontación entre el surrealismo y el sueño no nos ofrece indicaciones muy satisfactorias. Tanto la pintura como la escritura son capaces de contar un sueño. Con un sencillo esfuerzo de memoria es relativamente fácil que se le aparecieran a De Chirico extraños paisajes, sólo tenía que reproducirlos, confiar en la interpretación que le había aportado su memoria. Pero ese esfuerzo de segunda intención, que inevitablemente distorsiona las imágenes haciéndolas aflorar a la superficie de la conciencia, no demuestra que hemos de renunciar a hallar aquí la clave de la pintura surrealista. En la misma medida sin duda, pero no que el relato de un sueño, un cuadro de De Chirico no puede tenerse por característico del surrealismo: las imágenes son surrealistas, pero la expresión no lo es. Max Morise
Tres de Junio VIII: creo que me estoy apartando de un conveniente estilo narrativo, descriptivo y sencillo, para contar el último viaje a Lisboa; pero es que cuando escribo no pienso, sólo tecleo en el ordenador atolondradamente. Lo de la fotografía es otra cosa, aunque sólo por un pequeño detalle: lo que pulso es el disparador de mi vieja cámara grande. La mirada es la misma, inmutable, por suerte o por desgracia. Todo iba bien en el Palacio da Pena aquella tarde del tres de junio, o al menos eso creía; porque del resultado fotográfico no habría noticias hasta días después. Cuando fotografío sólo cuento con mis sensaciones: intuyo que una imagen va a funcionar o que otra no. A veces resulta al revés. Pero es la diferencia entre dos formas de hacer fotografía: la administrativa o verificable al instante (de la que yo no quiero saber nada: demasiado perfecta para que no me aburriera); o la presentida e inverificable hasta que es demasiado tarde (la única que yo puedo practicar por incierta e imprevisible, y por lo tanto infinitamente más entretenida). Sigo: el espíritu romántico tardío y alucinado en estado puro aparecía por doquier en el Palacio da Pena…