"¡Oh suave Tajo ancestral y mudo,/pequeña verdad donde el cielo se refleja!" Fernando Pessoa
Mi agua es de tierra adentro, de río. He vivido durante años al lado de uno y mi ciudad (sólo porque en ella existe una tumba que me pertenece), está rodeada parcialmente por él. Ahora está sucio y a veces se para. Los habitantes de la ciudad lo abandonaron hace ya muchos años.
A las nueve y media de la mañana
cuando a cántaros llovía
con truenos en el cielo gris
desde el Puente Nuevo
se tiró un hombre matándose
Masao Shimono
Como vengo diciendo insistentemente este mes, oigo la radio de la mañana a la noche, normalmente música clásica, pero a veces se me cuela alguna noticia y en esos casos las prefiero excesivas o estrambóticas. Las demás me aburren. Bien, por la mañana, he escuchado una noticia que me ha llamado especialmente la atención: «…eran las 11:15 de la mañana cuando la policía recibía el aviso de que se había hallado a una persona muerta flotando en el río. Se trataba de un varón de mediana edad, sin identificar. Se desconocen las causas del fallecimiento.» El lugar exacto de la aparición es el que se ve en la fotografía de hoy; sólo que hace veintisiete años. Hay otro aspecto inquietante: yo había pasado por ese lugar, exactamente una hora antes del avistamiento mortal. No vi nada, bien porque el muerto todavía no se había hecho presente o porque no salí de mi casa con la intención de encontrar hombres muertos flotando en el río; o tal vez porque iba distraído, como siempre. La noticia me ha producido un cierto desasosiego y no he podido evitar echar un vistazo desconfiado a mi cuerpo. Todo parecía estar bien, en su sitio. También me ha inquietado un poco lo del anonimato del muerto. Me observaré atentamente los próximos días y procuraré enterarme de su identidad para disipar dudas y aprensiones. Ah, y además, debo revisar mis rutinas de paseante e introducir algunos cambios.
DIARIO de las otras COSAS 12.
Sábado, dos de enero de dos mil veintiuno.
Hacía tiempo que no pasaba por este diario (de las otras Cosas). Tengo varios desplegados, o, mejor dicho, iniciados, y vuelvo sobre ellos a medida que los necesito, o, como hoy, cuando no tengo nada concreto que decir.
Han pasado las dichosas navidades: el desaforado y tedioso encuentro con los seres queridos, y, aunque eso es cosa de los demás, el exceso de sentimentalismo ambiental lo pone todo perdido y afecta severamente a cualquiera de los sentidos fisiológicos y hasta metafísicos. Irritante. Ahora, una vez que hemos dejado atrás el año superado a duras penas, nos enfrentamos al siguiente que será, me temo, tan inclemente como el anterior. Habrá que cruzar la turbia corriente de incontrolada contaminación de estupidez y no perecer boqueando en la orilla como un pececillo en aguas turbias. Ahora que digo eso, la memoria se me dispara a mi infancia (a partir de los diez años), en la que viví al lado mismo del entonces jabonoso río de mi ciudad. Las aguas bajaban con un tono marrón oscuro y, cuando rebasaban la presa (Safont), una espesa espuma blanca cubría toda la superficie. Siempre estaba así, saturado de detergentes. Con frecuencia, sobre todo en invierno, aparecía una crisis aguda de vertidos, y los peces se acercaban a la orilla a morir. Gentes de un barrio cercano (en el que vivo ahora), iban con una red en el extremo de un palo y un saco que llenaban de los peces moribundos (carpas, sobre todo), para comérselos fritos, supongo…
PRUEBAS EN LA OTRA ORILLA. Mi vieja cámara de 35 mm, se ha cansado de mí y de mis cosas y deja pasar la luz de vez en cuando; además, en el colmo de la perversidad, lo hace inesperadamente y en momentos fotográficos que me importan. Menos mal que mi amigo Manolo, que siempre está dispuesto a ayudarme, me prestó una de sus cámaras para verificar las faenas de la mía (eliminar otras sospechas del proceso) y una tarde algo desapacible, salí a realizar unas pruebas. Sólo pretendía encuadrar y disparar caprichosamente, pero no tuve en cuenta que llevaba una cámara que no me conocía y que además estaba al otro lado. Es un sitio al que nunca voy porque es la otra orilla del río, y el río no lo cruzo casi nunca, por si acaso.