"El tiempo es la imagen móvil de la eternidad". Platón
UN BREVE VIAJE (segunda parte): en Segovia, durante día y medio, nos sentimos cómodos, próximos hacia todo lo que nos rodeaba y al mismo tiempo ajenos. Nada nos disturbaba, pero tampoco nos emocionaba, salvo el Acueducto, pero eso me temo que es una obviedad y además todo el mérito es suyo. También me toca fibras sensibles el románico por su austera y espiritual belleza y por el ascético sentido de sus formas. Sólida y frágil al mismo tiempo, creo que es la arquitectura religiosa más coherente y sentida. Probablemente ha sido la única época en el tiempo que religión y arquitectura, entremezcladas, tenían un sentido completo. Luego, con el gótico, se inició el desequilibrio y la histeria y más adelante todo se exacerbó hasta el caos. Ahora ya nada tiene sentido, ni la ética ni la estética que deviene del fenómeno religioso. Me parece. Quizá, si fuera creyente y religioso, en los únicos templos que me gustaría orar sería en los románicos. Pero no lo soy, así que me conformo y disfruto de sus sólidas armonías, sus precisas y emocionantes líneas y la textura de sus piedras. Y con la mística y misteriosa iconografía de gárgolas y capiteles…
“La angustia esencialmente poética del ser junto a la nada”. Antonio Machado
SIGO CON LO MISMO Y VOY ACABANDO. Hago fotografía y seguiré haciéndola (supongo) aunque la distancia entre su «momento» y el «mío» sea cada día mayor. El problema, si es que puede definirse así, es que no consigo (ni siquiera lo intento) alejarme de un cierto clasicismo y explorar otros territorios, sobre todo en cuanto a soportes, pero es que por ahora no me da tiempo a más. Aún tengo que descubrir sendas expresivas en lo «mío«. Además, por si fuera poco, tampoco deseo partir hacia parajes que aunque sean paradigmas actuales del éxito, no me emocionan en absoluto. Prefiero seguir acordándome de Roma:
Pero al mismo tiempo podemos, amor mío, pasear esta tarde
por Roma, podemos
apaciguar nuestros ojos en sus calles, en sus fachadas
en la alegría que aún no ha sido destruida…
José María Álvarez
No se siente obligado a la expresión exacta del erudito, ni a la originalidad del escritor, ni a ser sublime como un poeta en su dicción. No tiene en absoluto la presunción de los filósofos profesionales de haber concebido estos pensamientos antes que nadie, y por consiguiente tampoco tiene el menor escrúpulo en añadir aquí y allá una frase que acaba de leer en Cicerón o en Séneca. Stefan Zweig (sobre Montaigne)
DIGRESIÓN SIETE. Juicio a una zorra, Miguel del Arco. Teatro Pavón Kamikaze (28 de julio). Intérprete: Carmen Machi. Primero, Helena de Esparta, hasta que abandona a su marido, Menelao, rey de Esparta, llevándose el tesoro que al parecer la pertenecía. Se fuga con Paris, hijo de Príamo, rey de Troya, lo que la convierte en Helena de Troya. Todo ese monumental y regio affaire originó la mítica guerra de Troya. Carmen Machi, que encarna con inusitada fuerza a Helena, cuenta la historia, su interpretación de los hechos que cuestiona y evidencia la dudosa versión que contaron los vencedores: no solo sobre lo sucedido en la guerra, también los hechos y relaciones de su propia vida, contados hasta la manipulación y la infamia. Todo depende de las palabras, de quien las emita y el sesgo e interpretación que dé a lo que cuente. El texto de Miguel del Arco, a partir de las versiones clásicas, cuenta a Helena y al mismo tiempo ofrece una lúcida interpretación sostenida en un relato matizado, poético, fluido y creíble. La versión de la historia de Helena, contada con desgarro y verosimilitud, suena a desagravio o más bien a venganza. Carmen Machi pone voz, dramatización y expresión corporal de un modo brillantísimo al personaje, en un desbocado frenesí de autenticidad y desgarro. Invoca a los dioses, o más bien a Zeus (perfectamente intercambiable con el Dios bíblico), y también a los personajes de carne y hueso, los históricos que la hirieron cruelmente, y les pide cuentas, segura de su singularidad y de su propia verdad. Carmen está enorme o, como dice el propio del Arco, –absoluta y rotundamente divina– lo que viene a demostrar, una vez más, que sin la fuerza y autenticidad que los actores son capaces de imprimir a sus papeles, nada sería posible en teatro. Soberbia representación, con un final apoteósico. Todos los espectadores, en pie, dedicamos a Carmen/Helena una larguísima ovación, la más larga que yo recuerdo.
Esta es una fotografía que podría considerar de relleno, si supiera en qué consiste el relleno fotográfico. No va a formar parte de la historia de la fotografía y muy probablemente ni siquiera de la mía (fotográfica), pero hay algo en ella que me gusta.