"Lo que veo, digo que es lo que yo veo, sabiendo que miento". Antonio Porchia
Rezuma soledad el tiempo roto, como un panal de ausencia.
Julio Llamazares
…Las ruinas medievales, encaramadas en unos precipicios, miraban estoicamente al valle del río. La torre permanecía en pie agarrada con firmeza de siglos. Sus proporciones y sencilla armonía sugerían que podría planear grácilmente desde el fuerte desnivel…
Por la noche, entre sueños, la imagen del capitel se aparecía una y otra vez, iluminada y extraña. Al día siguiente retrocedimos muchos kilómetros; había que fotografiar en esas ruinas. Mucho después, en los trasiegos del «cuarto oscuro» se me ocurrió que ambas fotografías tenían una relación posible. Ahora viven juntas (la de ayer y la de hoy, una debajo de la otra)
…Doce y media de la mañana: Alarcón. Una belleza de pueblo. También el entorno, con sinuosos y vertiginosos precipicios al río. Paisaje gris, reseco, pétreo. Torres próximas y lejanas. Unas pocas calles paralelas y longitudinales con construcciones sólidas y cuidadas, cinco iglesias y un castillo, ahora Parador de Turismo. Hasta aquí llego con la descripción de guía turística. Descargué la cámara: objetivo largo, película ni rápida ni lenta, solo animosa. No es fácil desentrañar una realidad sometida a tantas miradas que cada día se viste para ser vista. No hay resquicios por donde mirar. Vuelta de arriba abajo dos veces. Poca cosa. Recogí el coche y me acerqué a una plaza donde había una iglesia antigua de origen románico. Fotografié un poco. Tenía calor y sed. Entré en un bar asador a beber y comer algo. Nada más entrar, una mujer que no era joven pero que tenía esa actitud tan animosa y arreglada de las personas que aún no se han rendido, me dijo: -con esa cámara tan grande seguro que te salen unas fotos estupendas-.-No lo creas, lo único que tengo seguro con ella es el gran peso que llevo encima, que me cansa y me da sed- contesté. La camarera, próxima a la cincuentena, vestía informalmente de negro, maquillada, delgada, ceñida. Tuve la feliz impresión de que aún estaba en el mundo del deseo. Se mostraba embellecida. El problema de tantos feos y poco atractivos, no es que lo sean, que también, sino que han renunciado a gustar, se abandonan físicamente, y sus cuerpos resultan invisibles, feos, de ningún modo deseables. Todo lo contrario que la expresiva camarera. Su juventud debió ser esplendorosa, al menos a mí me lo habría parecido; o dicho de otro modo, era del tipo de mujeres que siempre me han gustado. Ahora, a estas alturas, las fuertes pulsiones del deseo se me han debilitado hasta casi la extinción. Noto que están en un imparable proceso de retirada. Solo en contadas ocasiones llego a miradas interesadas y menos aún a ardorosas combustiones. Maldita sea…