"La pareja sale para poder hablar (en casa no lo consiguen)". Peter Handke
NOVIA. Mujer que tiene una hermosa perspectiva de ser feliz detrás de ella. Ambrose Bierce.
DIGRESIÓN DOS: Lantana (Australia, 2001). Director Ray Lawrence, Guión: Andrew Bovell. Intérpretes: Anthony LaPaglia, Geoffrey Rush, Barbara Hershey, Kerry Armstrong. Una muerte, un pretexto, una trama en modo de encaje complejo donde cuatro matrimonios se cruzan y todos ellos son mostrados con la crudeza de un foco directo a los ojos en una fría sala de interrogatorios. La narración avanza sinuosamente por las emociones y las simas afectivas de cada uno de los personajes, todos ellos atrapados en laberintos intrincados. Algunos más presentes que otros pero, incluso los que entran en el juego de forma secundaria, sostienen papeles clave. El puzle es preciso e incisivo sobre las contradicciones que encierra ese espejismo llamado amor y que todo el mundo se empeña en idealizar. La historia resulta inquietante y creíble en todo momento. No, no descubre nada nuevo, porque pone en evidencia lo sabido por todos: la vida en pareja desgasta la expectativa vital, afectiva, emocional y sexual de cada uno de los miembros. No hay solución mágica para ese hecho tan natural como ineludible. Eso que todo el mundo llama bobaliconamente amor solo es una convención del lenguaje emocional y social que, si no se llena de contenido real, solo es una jaula, una burbuja vacía que solo puede hacer profundamente infelices a los que entran en ese juego. No hay otro modo de vivir positiva y largamente en compañía de otra persona si no es incorporando y mezclando todo lo que interviene sustancialmente en la vida: pasiones, deseos, miedos, ambiciones y tantas cosas que nos constituyen como seres humanos vivos y de ahí construir un proyecto común donde prevalezca la lealtad, la solidaridad, la descarnada sinceridad… Lo demás es convención e infelicidad, sobre todo si entra por la puerta de atrás la mentira (que siempre permanece al acecho). Es así y nunca podrá ser de otro modo y quienes no lo reconozcan y lo practiquen empezaran a amortajar su vida en común. Pueden aguantar años, sin duda, e incluso hasta el final, pero será en formol. De todas esas contradicciones habla esta historia y lo hace admirablemente, en un suspiro: la narración salta de unas situaciones a otras con una coherencia y ritmo narrativo impecable que hace que el desarrollo sea de una ligereza y verdad narrativa insuperable. Por si fuera poco este despliegue de circunstancias vitales auténticas y descarnadamente creíbles hay una subtrama de suspense, de misterio, perfectamente desarrollada y resuelta.
Esta fotografía es de aniversario. En el diario me gusta señalar fechas. Los actos que solemnizan socialmente la vida me traen absolutamente sin cuidado. Sin embargo, me emocionó mucho veros tan felices ese día. Lo demás da igual.
Esta fotografía me interesa, creo que es afortunada, pero fue consecuencia de una cadena de hechos casuales en la que yo no intervine; sólo estuve allí en ese momento. Nada más verles aparecer supe que venían a ofrecerme una imagen de las mías, de las que me pertenecen. Encuadré y disparé rápido; el caballo trotaba con ligereza, pero yo no podía fallar. Los hados habían decidido que nos encontráramos en la ciudad en ese momento. Observo las caras y la expresión de los novios y me parece que son perfectos; no podrían ser otros para mi fotografía. El dios del azar fotográfico, o al menos el que cuida de mí, estuvo generoso esa tarde; organizó la ciudad, la luz, la atmósfera, para que yo fuera feliz fotografiando.
DICCIONARIO IMPROVISADO E INNECESARIO
FIDELIDAD: hoy es lunes muy de mañana y no tengo ganas de casi nada. Me toca enfrentarme al hecho de escribir este diario y además sobre la letra F y no se me ocurre nada. Hojeo el Diccionario del diablo, de Bierce, y en la tercera hoja me salta a la vista la entrada Fidelidad y me digo –ya está-, tengo la palabra, y la tengo porque siempre he sentido un gran respeto por ese valor y, al mismo tiempo y en muchos momentos de mi vida, me ha atormentado. Se puede asociar a muchos aspectos, por ejemplo, la que yo mantengo hacia la fotografía argéntica; pero no, hay una acepción más universal y no es otra que la amorosa. Sí esa con la que todas las parejas comienzan su andadura. Luego, no mucho después, descubren lo que ya sabían, o al menos sospechaban hasta los más ingenuos, que el deseo es una pulsión más potente y fulgurante que el amor. El amor, combinado con el deseo, aunque sufra las naturales pérdidas del paso del tiempo, se suele concentrar en una persona cada vez, y es entonces cuando aparece la piedra angular de cualquier relación amorosa: la Fidelidad. Siendo el deseo tan natural y poderoso, dado que se proyecta por doquier, inconteniblemente, hacia otras personas, surge el dilema difícil de resolver: lealtad hacia la persona con la que asumes el compromiso amoroso, pero que supone, fatalmente, infidelidad hacia el deseo propio (o dicho de otro modo, hacia ti mismo porque la naturaleza y la vida humana está habitada por el deseo, también sexual, cómo no), o te lanzas, en caso de que vivas en pareja, a la vorágine del disimulo y las mentiras (lo que conlleva otra traición a la integridad y honestidad que te debes a ti y a los demás). Llegados a este punto sólo quedan unas pocas salidas. Por ejemplo, se me ocurren dos: acabar con el compromiso en el momento que el deseo decaiga y entregarse a otro más potente y así sucesivamente hasta el final (lo que supone infinitas molestias y también otro modo de deslealtad a un posible y verdadero sentimiento amoroso), o gestionar y acordar inteligentemente los deseos externos a la pareja. Ah, y también está la pura, simple y dura –represión- pero esa no vale de nada porque sólo produce aflicción, sufrimiento y jugosos ingresos para los psicoanalistas. Y ahora Ambrose Bierce: ”FIDELIDAD: Virtud característica de los que están por ser traicionados”.