"Trepé por un breñal una cuesta de cabras hacia un lugar de escombros…". Octavio Paz
Thomas Bernhard: «El escritor tonto, el pintor tonto, busca siempre motivos, pero uno sólo se necesita a sí mismo, sólo necesita seguir su vida»; y un fotógrafo como yo, también tonto, haciendo una estúpida fotografía como ésta.
El empeño fue grande, el resultado dudoso, muy dudoso
Buscamos pacientemente el enclave de Lixus. Ascendimos por un empinado monte hasta el lugar, las ruinas estaban diseminadas entre la vegetación de bosque bajo. De vez en cuando, detrás de las piedras aparecían hombres apostados, vestidos al modo árabe; no hacían nada, sólo miraban y desaparecían.
Mi padre fue de derechas, en la guerra estuvo frente a un pelotón de fusilamiento de los «rojos» pero lo salvó un conocido en el último momento.. Desde el inicio de la guerra civil estuvimos en una capital de provincia salvada por los «nacionales»; yo jugaba entre las bombas. La política nunca me interesó mucho pero, como me crié en el ambiente triunfal de los ganadores sentía una admiración reverencial por Franco que para mí era el caudillo, el general triunfador bajo la que yo me sentía protegido. Eso me bastaba. El mundo se organizaba en buenos y malos: yo, con Franco a la cabeza, estaba con los buenos y además éramos los vencedores. Mi mujer no era ni mucho menos franquista (yo la llamaba en broma comunista) y cuando se metía con Franco por las cosas que ella entendía que estaban mal, yo echaba la culpa a los que tenía alrededor. Franco no podía equivocarse y esa idea me dejaba tranquilo.
Tres de Junio IX: de un patio a otro patio; de un recoveco a un saliente al vacio; a un ángulo, a una torre almenada, a una arcada airosa, a un rincón, a una perspectiva o a una visión, como este mirador que apareció sorpresivamente en un estrecho y sinuoso pasaje que rodeaba el palacio. Mi mirada (la de siempre, la inalterable a pesar del mucho tiempo pasado), y la de la vieja cámara grande, se quedaron en el umbral de la proa almenada. La fotografía estaba allí, en esa línea que no debíamos traspasar, y lo era porque en ese punto se encontraba la sugestiva promesa del otro lado, de lo que hay en otra parte, delante de nosotros pero que no vemos, y si acaso nos atreviéramos a mirar sería decepcionante por reconocible; un desenlace indeseado, un misterio desvelado, un sueño al alcance de la mano. Sólo eso. No recuerdo si me asomé al otro lado, en este momento eso carece de importancia; lo que sí sé es que no fotografié lo que se nos ocultaba, porque mi cámara y yo nos habíamos parado en seco. No queríamos saber más, bastaba con esto, y eso era importante, porque quería decir que nuestra mirada aún no había muerto de agotamiento…