La fascinación de lo incomprensible…
A mi amigo artista, también le gustaba mucho esta otra. Y a mí.
Mis investigaciones estaban encaminadas a buscar la solución de un problema, para lo cual contaba con tres datos: el objeto, la cosa que se conectaba con éste en la penumbra de mi conciencia y la luz que sacaba a la vista aquella cosa.
Rene Magritte.
…A lo mejor sólo me he enfadado un poquito con el «Académico» porque, sin pretenderlo, pone en cuestión mis esfuerzos (una boba suspicacia por mi parte), dado que yo, como él dice de Sherman, sólo soy testigo de mí mismo y lo demás debe importarme una mierda. Al parecer, según el «Académico», sólo los meros y humildes reproductores de realidades del pasado, o de ahora pero con vocación testimonial, acríticos, por supuesto, alcanzarán el olimpo fotográfico. Que no se haga ilusiones, porque como dice con razón David Hockney: «Una cámara no es capaz de ver lo que ve un hombre: siempre se pierde algo» (depende del hombre, claro). Por la misma razón, no necesariamente detrás de cada fotografía documental, sociológica, antropológica, directa y en la mayoría de los casos simplista, hay una historia, según afirma el «Académico», sino, en la mayoría de los casos, únicamente una reproducción mecánica sin mayor alcance o transcendencia…
VUELVO AL RIO AFLIGIDO: 13 Junio de 2006. No, no es una fotografía compleja que intente mostrar algún arcano del arte moderno; tampoco una imagen que encierre secretos surrealistas, ni una ardua y absurda elaboración en el photoshop; ni siquiera un fotomontaje tradicional. Sólo es una fotografía sencilla de un jodido y feo pato lunático a la orilla del río que pasa por mi barrio.
Caminaba por la orilla del río muy de mañana, con espíritu primaveral. No preveía ningún desastre para ese día, sino más bien un dulce aburrimiento, más o menos como el de todos los días. De pronto me percaté de que había un pato en la orilla (o un pájaro parecido, porque lo cierto es que era mucho más feo que un pato normal), quieto, aparentemente tranquilo, tomando el sol que le golpeaba intensamente en la cabeza. Me acerqué y me senté frente a él, a unos dos metros (no quería que se asustara), preparé la cámara y comencé a fotografiarlo lentamente. Entre toma y toma lo observaba, el también me observaba a mí de vez en cuando. Seguimos imperturbables bastante tiempo, yo fotografiaba y él me miraba con curiosidad, los dos quietos. No recuerdo quién se cansó antes, supongo que él porque a mí me gustaba nuestra mutua observación, que no él, porque era muy feo el jodido pájaro. Ah, la fotografía la he titulado: Cabeza de pato selenita.
Todo lo creado, sólo es lo que tú puedes crear con todo lo creado. Antonio Porchia