Habia una cara, allí había una cara, incomprensiblemente…y un pájaro aciago y más cosas…
«…Pero ¿por qué callamos tan ansiosos y tan rígidos? … Sin embargo, ésta es un gran equivocación: el ser humano no es «el Polo Norte, lo Secreto, lo Extraño», sino un puñado sucio o un montón miserable de secretos insignificantes». Sándor Márai.
Sí, claro, en el colmo de la contradicción e inconsistencia vanidosa siempre he aspirado al éxito. He soñado, deseado, sufrido, anhelado; me he obsesionado con él. Quizá habría estado dispuesto a entregar mi alma si me lo hubieran propuesto, pero una de las pruebas de mi desolador fracaso es que ni siquiera me han ofrecido ese diabólico negocio. El dolor, el de la ausencia de éxito, va disminuyendo con el tiempo, aunque todavía aparece como reflejo en épocas de cambio (es un dolor reumático y por lo tanto me temo que crónico). De todas formas, últimamente estoy muy esperanzado porque cuando hay cambio de tiempo ya casi no me afecta. En esos momentos, aunque llueva, me dedico a mirar por la ventana tranquilo e indiferente. Ya sólo es tiempo de ocuparme de mi mismo, me digo, y estiro las piernas perezosamente, prácticamente curadas ya de molestos y frustrantes inconvenientes.
«Si uno busca el éxito, sólo tiene dos caminos, o lo consigue o no lo consigue, y ambos son igualmente ignominiosos.» Imre Kértesz
«El arte sólo sirve para algo si es irreverente, atormentado, lleno de pesadillas y desespero. Sólo un arte irritado, indecente, violento, grosero, puede mostrarnos la otra cara del mundo, la que nunca vemos o queremos ver para evitarle molestias a nuestra conciencia. Así. Nada de paz y tranquilidad. Quien logra el reposo en equilibrio está demasiado cerca de Dios para ser artista». Pedro Juan Gutiérrez. (Escritor habanero).
A mi me parece muy bien lo que dice Gutiérrez, por eso lo transcribo.
El feo y siniestro pájaro de la muerte ya proyectaba su sombra sobre la vida de Charles Bukowski. El primer día de junio de este año fui a Madrid; lo conté en este diario hace dos meses. Me compré su último libro que curiosamente se titula ¡Adelante!: en sus últimos poemas habla de la muerte, de su próxima muerte. Lo he leído entre ayer y hoy (diecinueve de julio); he acabado a la una del medio día y fuera, en la calle, el sol calienta mi casa hasta los 40º. En mi refugio hay 32º, pero no importa, lo que si me importa son los diecisiete últimos poemas del libro: me han dejado tan anonadado y conmovido que me cuesta reaccionar y escribir estas líneas.
UN VIAJE A LISBOA, HACE YA VEINTE AÑOS.
Prólogo: ESCRITO EN MI DIARIO (1986). Todo ocurrió como cabía esperar, es decir, no ocurrió: tarde larga e interminable con M., de las 5 de la tarde hasta las 4 de la madrugada. Para qué tanto tiempo, si no ocurrió nada ? * Me voy a Lisboa ahora mismo.
DIGRESIÓN DOS. Las cosas de Eduardo Momeñe… insigne fotógrafo, al que no conozco, por supuesto. Sin embargo sé de su existencia desde hace décadas. Nunca he sentido interés por aproximarme a lo que tuviera este buen hombre en su cabeza y en su mirada (sus fotos), aunque algunas he visto a lo largo del tiempo. Bien, el dieciséis de junio, un periódico publicó una entrevista por algún asunto suyo que era actualidad. Dice el Vasco Momeñe: «La fotografía solo sirve para hacer fotografías, no para contar ningún cuento. Sirve para decir, pero no para contar «Caperucita Roja»» (aunque sí, tal vez, Alicia en el país de las maravillas, Eduardo). Luego él está en frontal desacuerdo con la interrelación de ambos lenguajes (precisamente lo que yo hago, vaya por Dios, que mala suerte), pero no me voy a enfadar por eso con el Vasco ilustre y quizá ilustrado, no que va. No, porque en otro momento de la entrevista dice: «No, para mí es prioritario el hecho de que la fotografía se tenga que mantener por sí misma. Yo creo que fotografía y texto son no sé si hermanos, pero desde luego son parientes, que están condenados a entenderse muy bien. A mí me interesa tanto la filosofía y la literatura como la fotografía. Pero nunca meto textos para salvar fotografías. Eso me parecería demasiado fácil». Si, también estoy de acuerdo con eso, porque claro, mi beligerancia con el conceptualismo es visceral, pero si el tal Momeñe reconoce el parentesco de fotografías y palabras, pues ya no sé muy bien qué pensar: a lo mejor es que no le entiendo bien (ya lo dije el otro día: es demasiado listo para mí). El caso es que yo relaciono ambas, pero por una sola vez y desde luego desde la total independencia de unas y otras. Porque, vamos a ver, Eduardo, qué extraña lógica hace inadecuado que alguien, para expresarse y hasta contarse, se sirva de ambos lenguajes, si ambos le son propios? La expresión o creación no tiene porqué ser unívoca, me parece. Sí estoy de acuerdo que la fotografía, si aspira a serlo, se conciba como única, y la escritura lo mismo, pero nada impide que fugazmente se junten en su eterno orbitar por el Espacio vacío, por la absoluta Nada. No, querido, no puedo estar en más desacuerdo contigo cuando afirmas: «No, tú has decidido que te expresas mediante un medio y ese es el medio que va a expresar y, si ese medio con el que tú trabajas no expresa, se acabó el tema. No quiero saber más. No quiero que me cuentes tu vida. No quiero nada. Tu vida me la cuentas tomando un café o haces un buen libro, pero con la fotografía no me cuentes tu vida. Y por qué no, Momeñe? Me pregunto…Por qué haces afirmaciones tan maximalistas, tío, no merece la pena, sobre todo porque parecen terriblemente angostas…
…El caso es que cuando salgo de mi provincia llevo la «máquina de fotografiar» y la utilizo, cómo no (por desgracia, a veces, cargada con película enferma, infectada, letal). Digamos que es mi exclusivo y unívoco modo en el que observo el mundo físico exterior a mi provincia, durante unos días. En ese trance apasionado y feliz, no me interesa nada que no sea «fotográfico». Me decepciono cuando no hay «tema» y me excito inconteniblemente cuando lo hay. A estas alturas me da igual la técnica, de hecho cada día fotografió peor técnicamente, más desmañadamente. Por si fuera poca mi inconsciencia, las preocupaciones filosóficas sobre la realidad, el más allá o el más acá de la materia que construye el mundo, también me trae sin cuidado, al menos conscientemente, o eso creo. Ah, y no digamos ese asunto tan manido y aburrido de la fotografía como arte: cosa de los «artistas», o de los que creen serlo. Por cierto, ahora, con una cámara o un teléfono móvil (viene a ser lo mismo) no lo tienen fácil, por eso yo recurro a una «máquina», por si acaso me asiste algún aura antigua; a pesar de las películas traidoras. En fin, todo ese glamour artístico me importa una puta mierda. A mí lo que me compromete es la búsqueda impetuosa de mis «temas fotográficos» (es mentira lo que decía Picasso: que no buscaba, encontraba; yo si no muevo el culo nada me llega por la gracia de los dioses) y, a ser posible, fotografiarlos…