"CABALLO. Fundador y conservador de la civilización". Ambrose Bierce

Tricornio negro, calzón y casaca de paño rojo, galonado el pecho con nueve hileras dobles de agremán dorado.
Juan E. López Gómez

…de verdes bocamangas, idéntico color que la manta de la cabalgadura que montan, anunciando la llegada del cortejo.
Juan E. López Gómez

Frente a mí hay dos tipos de caballos y caballistas: los de gala (sólo se exhiben) y los de servicio (aporrean tambores y tocan trompetas). El jefe de los de servicio se acerca a saludar al jefe de los de gala y un compañero, más joven, se enfada con él: -¿por qué tienes que ser tú el que vaya siempre a saludar al barba de chivo?, que venga él a saludarte-. El que ha hablado es joven e impaciente. Su jefe, ya veterano, no le hace ni caso e inicia una conversación con su caballo que asiente moviendo la cabeza de arriba abajo. Al caballo no parece afectarle el carácter algo servil de su jinete. Estos, pertenecen al grupo de los de gala.

El otro día, de madrugada, volvíamos de Madrid a gran velocidad; supongo, porque no fui consciente. De pronto, unas luces intermitentes azules se situaron intimidatorias justo en la trasera de nuestro coche. Deduje sin apenas esfuerzo que algo pasaba: la policía nos estaba persiguiendo, como en las pelis. Me desvié al arcén y paré. Me dije: -nos va a caer una buena-. Esperé a que llegara el guardia aparentando tranquila inocencia, como también he visto hacer en las películas de buenos y malos. Me dirigió a la cara la luz de una linterna y me pidió la documentación, que le di inmediatamente, claro. Me informó que habíamos adelantado a su coche, que al parecer circulaba a ciento cincuenta, a una velocidad que hizo que nos perdiéramos vertiginosamente. Eso, al parecer, les había enfadado y decidieron perseguirnos, por si éramos delincuentes huyendo de algún nefando delito -según dijo, también-. En la otra ventanilla, el otro, que parecía el poli malo, dirigía su linterna a Naty. El asunto se estaba poniendo muy feo. Yo les dije que sí, que probablemente íbamos a más velocidad de la permitida, pero que no sabía a cuánto. Era verdad. Pensé que una estúpida polémica con los guardias sobre más o menos kilómetros por hora no conduciría a nada, excepto a irritarles inútilmente; además de que a esas horas no me sentía capaz de polemizar con gentes uniformadas cargadas de razones y pistolas. Tardaron unos minutos en hacer comprobaciones o lo que tuvieran que hacer. A esas alturas ya nos habíamos enterado de que cuando los adelantamos no tenían activado el radar, lo que nos daba un cierto margen de maniobra. Volvió el que parecía el jefe y me dijo muy severo: -usted iba a una velocidad que está por encima de la falta, luego es un delito sancionado con mil euros, seis puntos y probablemente cárcel-. Me impresionó su capacidad de síntesis y contundencia en la sentencia. Dadas las circunstancias cualquier discusión era inútil y contraproducente, seguro; y tampoco, por nada del mundo, iba a rogarle que no tuviera en cuenta el presunto delito. Me limité a contestarle -tiene usted razón, iba a más velocidad de la permitida, hagan lo que tengan que hacer-. Con un tono de categórica suficiencia dijo que me salvaba mi sinceridad, que nos marcháramos y que no volviera a hacer algo parecido. En realidad lo único que nos salvó fue que no podían determinar exactamente nuestra velocidad, luego la calificación de delito sería completamente especulativa e incierta. Corría yo tanto como les pareció a ellos, e incluso a mí (Naty dormía plácidamente mientras al parecer yo delinquía), o tuvieron una alucinación, o tal vez una corazonada? Circulaban ellos a la velocidad que dijeron o iban más despacio por lo que la apreciación de la mía les pareció peligrosamente alta? Nunca se sabrá. Me parece que todos jugamos a las mentiras de madrugada; pero eso sí, nos tratamos mutuamente circunspecta y respetuosamente, como no podía ser de otro modo entre gentes de orden. Respiré aliviado y les di mis más sentidas gracias.

…Tengo la impresión que El día de la Tarasca, de los Gigantones y los Cabezudos o de la transustanciación de la materia en espíritu, ni siquiera sirve como gozoso consuelo a los espectadores o ritual ceremonial a los participantes, aunque eso solo lo saben ellos. Nadie me ha contado nada sobre los beneficios espirituales que obtienen. En el extravagante y anodino desfile procesional se dan todo tipo de variables de conformismo y acatamiento: a Dios, al orden social, al eclesiástico, al militar, al político (local y regional), al policial. También al docente universitario, aunque a esos los han «apañado» relegándolos al pelotón de cola, al final de todo, pero da la impresión de que les gusta. Con tal de estar, todo vale. También tiene cabida el mundo equino, y después el barrendero que limpia la cagadas de los caballos con deportivas…
