"Los grandes espíritus son escépticos…Las convicciones son prisiones". Friedrich Nietzsche
Sr. Blando. Personaje que necesita ser reconocido y aceptado A cambio se le pide que haga trabajos de figuración, que aplauda y se disfrace de personajes huecos pero vistosos. Nunca discute las decisiones del poder y su cobardía se transmuta en rencorosa simpleza. Resulta de cierta utilidad para mantener el tono retórico de la Ciudad. Es un hombre muy apreciado por el clero. Tiene una peculiaridad, en ocasiones puede hacerse invisible.
Sr. Fuerte. Hombre de negocios. El desmesurado éxito que ha tenido estos últimos años le ha situado fuera de sus límites naturales. Este resultado, que a la mayoría de sus conciudadanos les haría perder el sentido de la realidad, a él le ha proporcionado una sorprendente mezcla de ambición y cautela, aunque a veces, imprudentemente, opine sobre cosas de las que no tiene ni la más remota idea. Una de sus señas de identidad más apreciada es que conserva su simpática vulgaridad.
…El mismo día, bastante después: utilicé cuatro rollos de treinta y seis fotografías, dos expuestos a ochocientas asas y dos a tres mil doscientas. Cuando cambié el primer rollo todos me rodearon expectantes, estupefactos. No daban crédito. Uno de los de Guadalajara me preguntó asombrado: ¿pero todavía hay película? –Sí, en mi vida aún existe– le dije. –La tendrás que revelar tú, no? –Claro, claro- contesté. Y seguí a lo mío. ¡Qué agradables y encantadoras son las conversaciones espontáneas con desconocidos! A condición de que sean breves, por supuesto…
…El mismo día, casi acabando. El espectáculo de la fe duró dos horas, también como siempre, y, mientras los vestidos para creer pasaban y pasaban, una voz en off discurseaba sobre los asuntos más diversos y fantasiosos: desde la comparación de la ciudad (donde nos encontrábamos) con el paraíso terrenal, hasta la crisis económica y política. Y, por supuesto, la voz, pedía y jaleaba aplausos a la presencia invisible y sobrenatural del «Corpus Christi» en la lujosa «capillita móvil», también llamada Custodia, a lo que todos los espectadores respondían entusiásticamente. Ah, y también cantaban. No así los que desfilaban, que se exhibían imbuidos de una absurda transcendencia, con semblante adusto, solemne, y diría que incomprensiblemente antipático. Todo eso me hizo pensar que todas las gentes que allí estaban eran creyentes. Muy creyentes. Salvo nosotros, por lo que nos portamos discretamente y no hicimos nada que pudiera ofender sus sentidos convencimientos…
…SOBRE EL CONFORMISMO Y EL PLACER EN LA MUY MADURA EDAD VII: Vuelvo a lo de la motivación placentera: –Bien, entonces qué necesitas ahora para vitalizarte un poco, tío? -me pregunto-. No me contesto, claro, porque no tengo ni puñetera idea. Lo que está muy claro es que no quiero saber nada de nadie y eso es un serio inconveniente porque ya se sabe que sin los demás no hay risa, no hay vida y si la hay es tristona y melancólica y depresiva. Lo que pasa es que ahora no hay nada para mí tan molesto e innecesario como relacionarme con otras gentes ¡¡¡qué pereza, por dios!!! No me divierte y ni tan siquiera me entretiene. En ese sentido estoy llegando a un extremo nada fotográfico por cierto, y es que no suelo mirar a nadie a la cara. No me interesa la jeta de la gente; o los caretos sí, pero no ellos. En estos días estoy leyendo una magnífica historia de Izraíl Métter, La quinta esquina (fantástica y excelsa novela de la que gozosamente aún me queda bastante); el protagonista dice (trasunto del propio escritor): «Es tarde para trabar nuevas amistades y para restablecer las antiguas. En uno u otro caso me vería obligado de nuevo a descubrirme y a evaluar lo que se abre ante mí. A mi edad uno se pega a los amigos que ya conocen la manera de actuar y de pensar que uno tiene; las decepciones hacen envejecer prematuramente a las personas… No, Zinaída Borísovna, una amistad de juventud, una vez interrumpida, raramente renace». Me parece que lo tengo fatal también en eso porque a mí, de la juventud, ya no me queda nadie. Y no estoy para nuevas monsergas. Cuando Métter escribió esos párrafos tenía unos poquitos años menos que yo ahora; ambos coincidimos plenamente en el asunto. Pero bueno, esas apreciaciones no son nada originales porque además de Métter y yo, todo el mundo está al tanto de esa obviedad…