Ya venían, ya llegaban, puntuales a la cita, ataviados con sus espirituales, luego pesadas galas…
LAS COSAS DEL AMOR I: veinte de marzo. El mundo ayer (San José), estuvo frío conmigo, despegado. Sólo recibí seis felicitaciones (tres previsibles y tres completamente inesperadas). No me importa nada ese asunto de la repercusión del santoral católico en mi vida, pero, curiosamente, sí me gusta que las personas se acuerden de mí, aunque solo sea por una cortesía intranscendente. En fin, no es de esto de lo que quiero hablar porque, por la tarde, acabé Kassel no invita a la lógica, del maestro Vila Matas (otro día hablaré un poco más de esta obra, quizá antes de que acabe el mes, no sé, ya veré), y de lo que me estoy acordando en este momento es de su célebre e inolvidable frase que traje al diario hace unos días: –Amo mucho a Cataluña-. He pensado insistentemente (bueno, quizá no tanto) en la naturaleza de un amor así en alguien como Vila Matas, al que tanto considero, entre otras cosas, por una presumible y elegante distancia hacia la concreción política, o al menos eso creía, y no acierto a penetrar en el arcano de su amoroso patriotismo. Es que lo suyo parece ir más allá del sencillo y hasta lógico: -me gusta mucho Vallecas– o, –me siento bien viviendo en El Pozo del Tío Raimundo– o, –me encantan los coros y danzas de mi ciudad– o, –el gótico de la catedral de mi ciudad me emociona– o, la catalanidad en los paisajes de Dalí me conmueven-. No, no es eso, no es una simple sensación de reconocimiento que hace sentir una seguridad placentera, no, es mucho más, es sentir arrebatadamente: –Amo Mucho– ¡Impresiona, a qué sí! No puedo evitar preguntarme: cómo será un amor de esa naturaleza a algo tan abstracto e inaprensible, o quizá lo contrario, a un territorio físico y humano finito, en el que, por si fuera poco el absurdo, viven gentes que se están poniendo muy desagradables con la politización beligerante de sus inseguras y endebles identidades? Es que no, que no llego a verlo. Debe ser un amor parecido al religioso, insondable y metafísico, algo así como: quiero mucho a San Pedro, o al Papa Francisco (a pesar de todo), o a Escrivá de Balaguer, o a San Timoteo o al brazo incorrupto de Santa Teresa, o al «Barsa». O no, y tal vez nazca de una abismal inseguridad que precisa de asideros corporativos e institucionales para eludir el daño emocional. Me parece que esta reflexión me está saliendo más bien chusca; tendré que seguir mañana a ver si la completo o arreglo un poco…
…Miércoles, once de enero. Misa de novenario por J.. Así se llama, al parecer. Comenzó puntualmente a las diecinueve treinta, como estaba previsto. Asistencia: en torno a cien personas. Prolegómenos, los de siempre. El cura, un tipo de fisonomía parecida a la de Francis Ford Coppola, hace veinte o treinta años. Nada más empezar el sermón, se lanzó a afirmar que el cristianismo no es una religión tal y como se entiende normalmente, porque sería más o menos como las demás, y no, de ninguna manera. Las otras religiones tienen algunas cosas que están bien, pero a fin de cuentas son invenciones de los hombres: «creaciones de la razón» -dijo-. Sin embargo el cristianismo es otra cosa: «un acontecimiento, divino» -afirmó-. Me animé mucho porque, por un momento, pensé que por fin me iba a enterar de toda la «verdad«, y que el carismático cura iba a dar «caña» de verdad a las otras religiones, por falaces y embaucadoras. ¡Qué se habían creído, ahora verán lo que es bueno!, -pensé-. Pero que va, nada de nada, el cura se engolfó en lo mismo de siempre: las curaciones milagrosas, la resurrección de la carne, el encuentro con Dios después de la muerte y todo eso. Ninguna novedad en el púlpito. Sin embargo, a quién sí dio «caña» fue a los descreídos como yo; más o menos, vino a decir que los que no creemos en Jesucristo somos unos pobres desgraciados que tendremos vetada la alegría y la felicidad hasta que no cambiemos de actitud y nos entreguemos en cuerpo y alma a la causa católica, único credo (o acontecimiento) verdadero. Desasistido de la gracia de la fe, y rodeado de más cien personas agraciadas con ella, y con un animador echándome la bronca, me sentí culpable de intromisión. Deseaba que terminara pronto, antes de que me descubrieran. Siempre que entro en una iglesia me pasa lo mismo, siento miedo a que me pillen y me echen, o incluso que me detengan por allanamiento y, aunque siempre me porto bien, consideren que mi ocupación no tiene justificación posible…
Poco a poco van llegando los figurantes que intervendrán después en la actuación. Acuden ya vestidos con sus atuendos para la ocasión y aunque portan banderas y otros vistosos símbolos, vienen sin maquillar, descuido imperdonable que merma espectacularidad al acontecimiento.
Durante la dominación islámica, conservaron su fe cristiana y una vez pasada la Reconquista han tenido en la ciudad, desde entonces, una especie de nido y referencia para no perder su identidad.
Juan E. López Gómez
«UNOS » 2 . Es alguien importante. Le dejan espacio para que su imagen resalte. Porta una especie de bastoncito que debe simbolizar su autoridad (no creo que fuera cojo). A diferencia de los «otros» que sólo teatralizan su «poderío» los «unos» sacan a la calle, impúdicamente, la imagen de su poder y la pasean con ostentación. Es una puesta en escena obvia, lineal y aburrida, sin ninguna espectacularidad; no entretienen nada porque no son capaces de actuar con imaginación (ni falta que hace) y, es más, dejan pistas evidentes sobre sí mismos sin importarles demasiado: «quizá pueda calcularse la naturaleza de un ser humano a partir de tres imágenes significativas de su vida con la misma exactitud que la superficie de un triángulo a partir de la relación entre tres puntos unidos por líneas« Arthur Schnitzler (de éste tenemos una y no creo que sea muy difícil imaginar dos más).