La luz, la luz siempre…
DIGRESIÓN TRECE. A corazón abierto, de Elvira Lindo (2020). Ebook, Editorial Planeta (2020).
“Cuando tu vida se va plagando de ausencias demasiado pronto has de esforzarte por no perder los rostros y las voces en la bruma del recuerdo. Las fotos no bastan. Hay que concentrarse en rescatar del olvido momentos que pueden estar a punto de perderse”. Elvira Lindo
No sé cómo empezar a escribir sobre esta magnífica obra, autobiográfica, tal vez, o testimonial, que también podría ser, pero con la carne propia en juego. Elvira se desnuda valiente, arrojada, que no impúdicamente, más allá de lo que se puede esperar de cualquier artista. Se muestra poderosa y segura, tanto en la distancia corta emocional como en la descripción de situaciones vividas. Muchas de ellas con su ocurrente, irónico y desinhibido sentido del humor. Disecciona a su familia (padres), a su padre especialmente, para llegar a su propio y palpitante corazón; a lo que ella es o cree ser (no dudo un instante en su descarnada sinceridad), a la luz de la memoria del paisaje y las vivencias de su niñez y juventud. Los días que he tenido abierto este libro, me quedaba ensimismado por efecto de lo leído, sabiendo de la tremenda responsabilidad que ha asumido la autora con los suyos y consigo misma. Podría entrar a desarrollar un análisis de la obra (su orden, tempo narrativo y otras características), pero no lo haré porque ni soy crítico literario ni tengo pajolera idea de eso, aunque en este diario lo haga constantemente (por afición). En este caso, no lo considero necesario. Ni que decir tiene que me ha parecido importante y transcendente por muchas razones. No digo más. Bueno sí, que a bote pronto, la fotografía que se me ha ocurrido para hoy, es una antigua, de las primeras que hice, de un pantano, lejana referencia a la profesión del padre de Elvira, Manolo Lindo.
…aunque en algunas conseguía superar el bostezo y entrever alguna vibración o sintonía entre luz y textura, seguían naciendo de un lamentable estado de aburrimiento y ese era el problema de estas imágenes; tienen la corrección y pulcritud de las razones más insustanciales.
3 de Septiembre de 1978, domingo: finalmente llegó. A las siete de la tarde me encontraba sentado en torno a la mesa con el marido de una prima de mi mujer; había venido a verme y estábamos hablando. Desde dónde estaba sentado veía la puerta abierta y todavía un sol fuerte afuera. La vi entrar y no dudó, me cogió sin contemplaciones: mi cabeza se desplomó sobre la mesa, pero todavía seguí respirando un momento, muy poco. Atravesé suavemente una línea de sombra y me adentré por un camino de luz vacío y sin sentido. Todo había acabado; morí pronto y sin sufrimiento, sintiendo no haber paseado más con mi nieto por este camino que ahora atravesaba solo.
…también los sacos llenos de sustancias abandonadas que ya no interesan a nadie; sólo al sol que los ilumina a ráfagas durante un rato y a mí que pasaba por allí y me entretuve en fotografiarlos.