...no sólo se trata de saber observar, sino que es preciso descubrir los signos ocultos en lo que se observa…
Cuando me comprometo a hacer algo (aunque sea una idiotez), y si además tiene que ver con el «arte», me suelo poner estupendo, procuro dar lo mejor de mi mismo (bien es verdad que realmente sólo es para mí y los míos), y hago un poco más de lo que esperan. En este caso realicé un audiovisual y escribí un texto que no les di a los de la tienda de venta de viajes. Para qué, me dije, si ni siquiera lo leerán. Introduje el texto con una cita, como es costumbre en mis presentaciones, esta vez de Roland Barthes (últimamente estoy recurriendo mucho a este autor, pero se me pasará pronto): «Si no se puede profundizar en la Fotografía, es a causa de su fuerza de evidencia. En la imagen, el objeto se entrega en bloque y la vista tiene la certeza de ello, al contrario del texto o de otras percepciones que me dan el objeto de manera borrosa, discutible, y me incitan de este modo a desconfiar de lo que creo ver». Obviamente, empiezo escéptico con el hecho fotográfico, pero es que últimamente también yo desconfío mucho (de todo).
llegamos a Lisboa a las seis de la tarde, aproximadamente. Como siempre, procuramos tardar lo menos posible en soltar peso en el hotel y salir corriendo a la ciudad, y más si se trata de la ciudad blanca (la llamo así en homenaje a la magnifica película: En la ciudad blanca, 1983, de Alain Tanner). De todas formas, no llegamos a tiempo para ver el último sol sobre la ciudad. Así, fotografiar, lo dejamos para el día siguiente: pero poco, ésta y alguna más, poco, muy poco.
Componían una encantadora imagen, y además era Venecia.