"...lo profundo es el aire…". José Ángel Valente
DIGRESIÓN CINCO: ese mismo martes, por la noche, «peliculita» de cine local (Vivir es fácil con los ojos cerrados). No veo nunca cine español, pero me dije, bueno venga va, haré una excepción. Me costó discutir un poco con Naty que no quería, naturalmente, porque tiene más criterio que yo, y todo fue porque me dio por razonar y no dejar que prevaleciera la experiencia. A saber, el hilo de mis fallidos razonamientos: había ganado el Goya a mejor película española de dos mil trece (se supone que es lo mejor que hemos sido capaces de hacer en cine en todo un año en este país); crítica aceptable de mi oráculo cinematográfico: Boyero (que a partir de ahora colocaré en observación); dirigida por David Trueba (mejor película, guión y dirección), un chico muy apañado, culto, informado y se supone que con sensibilidad y finura creativa y, por si fuera poco, formato de «roadmovie» que siempre me interesa. Aparentemente lo tenía todo para pasar una excelente hora y media. Bueno, pues no, salvo los paisajes de Almería, siempre fascinantes, la historia resultó de una simpleza descorazonadora, plagada de lugares comunes, personajes secundarios esperpénticos y hasta ridículos, situaciones previsibles, emociones azucaradas, personajes buenos, buenísimos, todos. Hueca, sin sustancia y hasta con algo de mensaje «buenista». Una muy «bonita» exaltación a la tontuna. Y ahora es cuando me pregunto, y especialmente después de comprobar por los títulos de crédito que en la financiación han participado estamentos públicos (dinerito de todos), de qué coño se quejan los adalides de la cultura patria que se arrogan el derecho de la representación cultural (la cultura somos nosotros, dicen insistentemente) y exigen una financiación sin fin, si solo llegan hasta aquí. ¡Qué espanto, qué flojito todo, por Dios!
Tindaya: Homenaje a Eduardo Chillida (o la poderosa sugestión de los proyectos imposibles)
Da hacia el oeste y al horizonte inalcanzable, necesario e inexistente, que está allí como siempre al borde de la mirada de todos los hombres. Eduardo Chillida
Según el plan de viaje previsto, hoy llegaremos a Arizona, escenario de películas míticas, naturalmente con la intención de fotografiar. Me pregunto: qué voy a hacer allí si antes estuvieron Ford y Ansel Adams y otros muchos que han colgado sus obras en museos? Cómo desprenderme de esos iconos admirados? Necesito despojarme de esas referencias o repetirlas y disfrutar, porque me gustan? Sí yo hubiera sido el primer fotógrafo en llegar a esos escenarios, habría concebido los mismos encuadres que Ford? quizá, pero eso ya es imposible saberlo. No obstante, qué me impide a mí repetirlos? Evidentemente, puedo hacer lo que me dé la gana pero, me excita hacer lo que hizo otro (mejor) y sobre todo teniendo en cuenta que ya está visto? Si lo hago, indudablemente me fastidiara que alguien me diga: -ah sí, Monument Valley; es como Centauros del Desierto pero en blanco y negro, cuándo has ido?- Frase que confirmaría la intranscendencia de mi empeño. Pero no, aunque ese comentario no me hiciera feliz no debe importarme, si es que sobre el terreno decido encuadrar como Ford. Por supuesto, prometo contar la experiencia en este diario. (Como, evidentemente, todavía no tengo fotografías, muestro ésta que también es un paisaje que no ha fotografiado ningún artista famoso; que yo sepa) .
Reflexión sobre los paisajes: son los paisajes los que definen la imagen que quieren de sí mismos, imponiéndose a la visión del pintor o fotógrafo? Objetivamente no, pero estos pueden correr el riesgo de que las obras que realicen sean triviales y olvidables si se alejan del alma que el paisaje les señala. O, por el contrario, es el autor el que define sus formas y carácter para el resto de los tiempos? Es concebible la personalidad de Monument Valley sin las películas de John Ford o pudo John Ford fotografiar esos paisajes de otra forma? Esta no es una fotografía de ese lugar, sencillamente porque todavía no he llegado.