"Hay que afilar la mirada hasta pulverizar los límites de las apariencias". Bernardí Roig
en mi tribulación empecé a liarme hasta con los pabellones: eran dos y otro más en un segundo nivel. Claro, las obras no ayudaban, y para el nombre de las galerías no me quedaba espacio en la cabeza ¡qué desastre! Empecé a darme cuenta de que no era sólo que pudiera haber pasado hacía una hora por el mismo sitio, no, es que podía ser que lo hubiera hecho hace un año, o dos, o tres. Había obras que llevo viendo años; sí, seguro. Que poco se renueva el mercado (del arte), me dije, y seguro que ni siquiera tienen fecha de caducidad. A este tipo gordo y blanco, que por cierto me gusta mucho, llevo viéndole desde que recuerdo, aunque supongo que serán clónicos en distintas posiciones y con distintos gestos: ahora de pie, luego tumbado, estrellado contra el suelo, contra la pared, subido en una escalera, debajo, en fin; el autor de semejante hallazgo plástico (no sé quién es), tiene mareado al personaje (y a los visitantes estresados, como yo). El arte (en el mercado) es como la vida, una eterna repetición, y así hasta la muerte. Hay artistas que han entendido muy bien de qué va esto.
el relato de mi tarde en el mercado del arte, está dividido en dos momentos: lo que escribí el catorce de marzo (que he mostrado en días anteriores) y lo escrito el veinticuatro de marzo (que muestro hoy y los próximos días). La diferencia estriba en que, tan sólo diez días más tarde, he olvidado casi todas las sensaciones que tuve el quince de febrero. Además, por si fuera poco, el efecto devastador de la pérdida de memoria (o tal vez no, quizá sea mejor entenderlo como regenerador), es que me importa una mierda haber olvidado todo, salvo las fotografías que obtuve. Creo recordar que, hace unos días, decía que este individuo, apoyado contra el fluorescente, me gusta bastante; todos los años me lo encuentro repartido por diversas galerías en distintas situaciones y actitudes. Resulta enigmático y real.
ALGUNAS COSAS QUE SE ME HAN QUEDADO EN EL TINTERO ÚLTIMAMENTE. Primero el mes pasado, Marzo: ese asunto del mercado del arte, tan inaprensible y resbaladizo; dos cosas (una hoy y otra mañana). Por mi falta de información y seriedad, no supe decir el nombre del artista que ha creado este individuo resinoso, que desborda metáforas, malestar, sobreentendidos y mensajes desoladores sobre la situación del hombre en el mundo contemporáneo; ahora que me he enterado, me apresuro a contarlo: se llama: Bernardí Roig, es Mallorquín y nacido en 1965. Todos estos datos los he obtenido recientemente de un periódico (en su momento no los tuve). Bernardí está considerado un gran artista y a mi me gustan mucho sus gordos mal vestidos en crisis; éste, por ejemplo, que parece que se le ha caído el mundo encima, se llama: Lightdream, 2008. El que apareció en este diario el 29 de marzo, se titula: Smokebreath. The Mirror, 2008 y cerca del mismo había una frase de Bernardí (apenas se puede leer en la fotografía) que decía: El 21, la promesa interior i la mondadura (para ser artista es importante enunciar frases enigmáticas que sólo entiendes tú, naturalmente). Se puede alcanzar el estatus de gran artista cuando te encargan proyectos bien pagados (a ser posible en el extranjero), sales en los medios y escriben cosas sobre tu obra como: «No en vano, su obra no es sino una fascinadora vánitas contemporánea que se deleita en la imposibilidad de la creación para seguir caminando sobre las cenizas de la imagen», Pilar Ribal, sobre la obra de Bernardí. Dicho queda.
Parecía que mi digresión teórica, me estaba conduciendo al duelo y la nostalgia por la pérdida del misterio alquímico. Me dije, -déjate de tonterías, si a ti no te gusta llorar por nada, aunque emocionalmente seas llorón-. Seguí con mi empeño: «uno de los aspectos problemáticos del asunto, consiste, creo, en que en un corto periodo de tiempo (apenas cinco años) el concepto de creación y realización fotográfica ha cambiado drásticamente, e independientemente de que resulte insoslayable, lógico y suponga mejoras con la eliminación de algunas de las técnicas tradicionales más engorrosas (lentitud, malos olores y resultados falibles), estas sorprendentes novedades, provocadas por la industria que no por la propia y natural evolución de las necesidades creativas de los fotógrafos, han supuesto, queramos o no, adaptar el cuerpo a nuevas posturas cuando todavía estábamos enterándonos de las anteriores. Claro, con este ajetreo, los esguinces y lesiones musculares y sobre todo mentales, son inevitables.»
otra vez mi viejo conocido (aunque había varios, es el mismo de ayer), pero en esta fotografía quizá transmita sensaciones distintas. Pregunta: ¿en el arte actual (y en lo demás) es más importante cómo se presentan las cosas que las cosas en si mismas? Supongo que algo hay de eso: dependiendo desde dónde y cómo se mire, alcanza una dimensión u otra (como todo en la vida).
Viernes, dieciocho de febrero de dos mil once. Me levanté escindido: uno de los lados (el titubeante) estaba abocado a obedecer la orden emitida por el otro (el pragmático). El imperativo categórico consistía en repetir, un año más, la visita a Arco (feria anual de arte, en Madrid). Mi lado perezoso e indiferente (y titubeante) decía: ¿qué necesidad tengo de soportar un largo viaje y las molestias que supone compartir un mismo espacio con demasiada gente que me importa una mierda? El otro, el «responsable» y desesperadamente previsible objetó: -allí, siempre consigues algo. Si te quedas aquí, regateando constantemente al trabajo serio y exigente, una vez más, como cada día, perderás un tiempo valioso y ya no te queda mucho-. -Está bien, voy, pero tengo la intuición de que este año no me va a ir bien-. Como obediente e insustancial subordinado (es lo mismo), salí pronto de mi casa, para volver pronto a mi casa. Llegué a las doce. Me equivoqué un par de veces en cuestiones sencillas como es aparcar y conseguir entrar en el Mercado (cada día me resultan más complicadas las tareas que todo el mundo hace bien)…