"Para que el arte sea es más importante la fe que el arte mismo". Rafael Argullol
…Sin darme cuenta era hora de comer. La variada y abundante proliferación de arte por doquier no habían neutralizado mis más elementales necesidades. Entré en un autoservicio de comida y pedí un espantoso menú tipo: -comida industrial que no sabe a nada-. Detrás de mí pidió una mujer de unos cuarenta y cinco años. Se sentó en una mesa frente a la mía, a unos tres o cuatro metros (no tengo su fotografía porque no soy un reportero, así que hoy pongo la de este individuo que seguro que se ha estropeado por comer en sitios así)…
Hablando de obras. Este año ha habido menos fotografía que en otras ediciones. Creo que sólo me fijé en un retrato de Andrés Serrano, espléndido como todos los suyos, y, especialmente, en una serie de Robert Mapplethorpe, de tal pulcritud técnica que, cuanto más la miraba, menos entendía cómo se puede llegar a esa increíble calidad; siempre me pasa con sus fotografías. Sin embargo, todavía no he conseguido saber si hay algo detrás de sus perfectas e impecables iluminaciones y texturas o todo es mero artificio. No, aún no sé si hay sombra o no; aunque intuyo que sí, que la hay y es muy profunda (quizá porque se autodestruyó, pero eso no garantiza la trascendencia). Pero en fin, mi entendimiento tiene una limitada longitud de onda; aunque me empeñe en fotografiar en infrarrojo para ver si así consigo llegar un poco más allá.
DIGRESIÓN SIETE. Nada de Nada. Hanif Kureishi (2017). Ebook. Anagrama. Breve y gozosa novela. El protagonista absoluto, Waldo, es un director de cine retirado, viejo, achacoso e impedido, un vegetal en silla de ruedas al borde de un fallo multiorgánico. Pero aún mantiene su diabólica inteligencia pletórica. También sus ganas de vivir y, lo que es peor, su capacidad orgásmica, lo que le provoca una honda decepción y resentimiento hacia todos los que le rodean. Su mujer, Zee, bastantes años más joven que él, ha metido en casa a un amigo de ambos, Eddie, un oportunista, estafador e inútil, salvo en su infinita capacidad para aprovecharse de mujeres e incautos. Un seductor. A partir de esa premisa, Waldo dedica todas sus energías y su lucidez a destruir a Eddie y alejarle de Zee. Naturalmente, todas las retorcidas estrategias están trufadas de reflexiones sobre su vida y su vitriólica manera de entender a los seres humanos. Novela tremendamente divertida y espumosa. Inteligente. Un gozo literario. Dice Waldo: “He aprendido que lo inteligente es andarse con ojo con la normalidad y que la virtud es una quimera. Me he esforzado por no plegarme nunca al hábito cotidiano de la fidelidad o a las prisiones de lo convencional. La ética es una violencia patológica y la bondad un obstáculo. He sido, y espero seguir siendo, un sensualista con debilidad por el marqués de Sade como guía moral. Me mantendré fiel a su credo pese a las tentaciones de la prohibición”.
Capítulo 14. La última visita que llevaba en mi inexistente agenda era echar un vistazo a una exposición de fotografía, largamente deseada; justamente desde que la inauguraron en Septiembre. Estaba seguro de que la exposición terminaba el treinta de noviembre y no sé por qué. Además tenía una cierta curiosidad por ver cómo se comporta una muestra en su último día. Quizá las obras expuestas se atarían a las paredes con fuertes argollas para que no las descolgaran, o el autor se encadenaría lloroso en un rincón y se declararía en huelga de hambre para que le concedieran una moratoria de un mes más. Me lo imaginaba retorciéndose desesperado por el final de algo supuestamente glorioso. El espectáculo prometía emoción. Entré en el edificio muy resuelto y, nada más cruzar el umbral, una aguerrida vigilante, de un salto, me cerró el paso y con una agresividad que me produjo un escalofrío, me espetó: ¿dónde va? Comprendí enseguida que algo no iba bien y que no era mi día con las vigilantes (o vigilantas?) (menos mal que a las del Reina Sofía procuré evitarlas alejándome en dirección contraria cada vez que divisaba a una; sospecho que provoco en ellas reacciones aversivas incontroladas) –A ver la exposición de fotografía- acerté a balbucear. –Qué exposición, aquí no hay ninguna exposición, la última terminó a mediados de mes y la próxima no comienza hasta mediados de diciembre- me dijo, impaciente y brusca, con la expresión inequívoca e incómoda de quien habla con un subnormal y casi empujándome hacia la calle. Me turbé mucho, a estas alturas las vigilantes (o vigilantas?) que me habían tocado el día treinta, me tenían a sus pies completamente derrotado y sólo acerté a farfullar: -perdone usted, ya me voy-. En la calle miré hacia la fachada, todavía incrédulo y terriblemente frustrado y, efectivamente, no había ningún cartel ni información alguna que indicara la existencia de una exposición. Cuando volví a mi casa, miré los recortes de prensa que tenía guardados y sí, estaba confundido, porque en un periódico decía que acababa el 15, en otro el 20 y en un tercero el 27, e, inexplicablemente, llegué tarde a todos los finales…