Entre el agua y la ciudad, la orilla, lugar perfecto para versificar la tristeza…


CUMPLEAÑOS DE ESTE DIARIO, diecisiete años ya, y todavía no he conseguido saber, a ciencia cierta, su finalidad. En mi casa las ciencias no son ciertas, salvo las digitales, de las que se ocupa Naty. Me muevo en una nebulosa de idas y venidas interpretativas: a veces pienso una posibilidad y en otro momento, otra. Pero ahí está, persistente e indesmayable, así que por algo será. Lo he alimentado con entradas diarias (fotografía y texto), unas mejores que otras, como todo lo que sucede en la vida, aunque no me haya proporcionado ningún beneficio más allá de actuar como placebo para mi desazón vivencial. Nunca he entendido que pudiera faltar algún día; significaría que habría enfermado gravemente, y eso, afortunadamente, no ha sucedido. Cuando el diario falle, será porque me habré tumbado para morir y así, claro, no es posible hacer nada de nada. Cuando pienso en la muerte (cada día lo hago más frecuentemente) siempre me viene a la cabeza esa imagen de tumbarme para morir y me digo: -tumbado, la cosa quizá no sea tan grave porque al menos estaré en una posición de descanso– ¡¡¡Qué tontería!!! Pero claro, no puede ser de otro modo porque morirse es una grandísima e inexplicable tontería. Creo yo.
Hoy no tengo ganas de escribir así que, por mucha celebración que toque, voy a ir cortando…
Tan solo diré que la entrada de hoy es la número Seis Mil Doscientas Diez y, a falta de mejor criterio, he buscado una imagen realizada en dos mil cuatro, año en el que comenzó el diario; para remarcar aún más las coincidencias celebratorias, la elección ha recaído en una toma realizada desde una perspectiva cenital, igual que la de la primera imagen que apareció en el diario. Muy bonito todo. Fin de la fiesta.

MIS VIAJES: un día en Chicago. Orilla del Lago Michigan. Ocho de diciembre de dos mil cuatro.
10: a.m. Día soleado. Caminamos despacio. No parece que nos vayamos a encontrar con lo imborrable. La gente con la que nos cruzamos es muy simpática; algunos nos saludan amigablemente (no saben que procedemos de una ciudad bastante más antipática). Estas vigas de hierro ofrecen un juego compositivo que nos entretiene un rato.

10:45 a.m. Dos hombres en el malecón, la ciudad al fondo, el uno junto al otro pero sin hablar de nada. Buscan desesperadamente un tema de conversación que les alivie del peso de su proximidad, pero no les resulta fácil y poco después deciden seguir su camino; cada uno por su lado.

…»Lo domina un indefinible deseo de vivir que es más costumbre que auténticas ganas de vivir» (Pérdida, pág. 10). El otro día tropecé con unas declaraciones del ex-actor (ha decidido retirarse) Jean-Louis Trintignant, que decía: «no vivo, sólo finjo que lo hago». Ambos, Bergsson y él, han cumplido los ochenta años. Yo NO he cumplido los sesenta y ya soy sensible a estos estados de ánimo, aunque todavía no he caído en esas simas de lucidez melancólica. Como dije ayer, también estoy leyendo a Paul Auster (65 años, desde febrero) y el título de su libro de memorias se titula Invierno, y sí, ese título es una clara metáfora de su momento vivencial. Pienso que quizá deba cambiar de autores o, al menos, relacionarme con los que no hayan cumplido aún los sesenta, como yo. ¡Qué tonterías se me ocurren!…
