Lo maravilloso: sentirse ajeno a lo que sucede…
…Me movía lentamente, con dificultad, entre la aglomeración y, de vez en cuando, alzaba la cámara con mucho esfuerzo e incomodidad para fotografiar lo ya fotografiado en las varias ocasiones en las que había estado a lo del tambor. Así pasó, que casi todas las fotografías que realicé quedaron desenfocadas o movidas; luego puede que interesantes. Pero repetidas. Un puto desastre. Me preguntaba hasta qué punto la fotografía sirve para descubrir e incluso inventar. Y, por supuesto, para saber. El caso es que seguí entre tanta gente observando a los de los tambores (y a los de la escondida culpa, los de los capuchones) y no, una vez más, no parecía que fuera a conseguir enterarme de por qué suceden esas cosas. Bien es verdad que mejor ir a Cuenca que quedarme en mi casa; y una vez allí, mejor fotografiar que no. A lo de saber ya no llegaré, pero eso, en definitiva, da igual, porque ya no aspiro a saber mucho más de nada, solo quiero pasar el rato sin daño, es decir sin demasiado aburrimiento.
…Las fotografías que he realizado este año no han sido ni más perspicaces, sutiles, penetrantes o «mejores» que las de hace tanto tiempo. Dicho de otro modo: no evoluciono ni progreso. De cualquier forma, sospecho que, en estos acontecimientos, solo cabe la crónica, la descripción, el reportaje, y que es harto difícil llegar a algún tipo de sustancia, y desde luego no al descubrimiento, y para inventar, en esas, no hay ocasión. Solo queda la anécdota o como mucho la ocurrente paradoja. Los del tambor seguían y seguían, entusiasmados, haciendo mucho ruido. Los penitentes, también, silenciosos y envarados, rígidos, atravesados por la culpa y el esforzado aburrimiento, parecía; porque quizá tenga su gracia ver sin ser vistos…
«Sé que todo tiene su lógica inherente, pero no siempre resulta fácil descubrirla” Kjell Askildsen
Debajo hay un hombre, o una mujer. Debajo hay una cabeza y una inteligencia (supongo). Debajo hay unos ojos que miran y que ven (supongo, también). Debajo hay una voluntad entregada a una causa aparentemente irrelevante y absurda aunque persistente. Debajo hay humanos pecados eliminados con la penitencia (supongo, una vez más). Debajo hay una necesidad de estar en el grupo. Debajo hay una identidad mezclada y satisfecha. Debajo hay un tiempo marcado por un acontecimiento anual. Debajo hay oscuridad y poco aire.
Las manifestaciones de extrema religiosidad son para mí impenetrables. No forman parte de lo que soy capaz de comprender.
…Después del cristo de madera crucificado y sus seguidores con tambor, llegaron los tradicionales penitentes con capuchones, muchos, interminablemente, que acompañaban a otras figuras: santos, vírgenes dolientes, dramáticos crucifijos; en fin, toda esa sabida y repetida y adorada imaginería católica de madera policromada. De pronto todo había cambiado en una misma representación: desde el fragor desordenado y vital a la más pesada, interminable y aburrida sucesión de personas emboscadas debajo de sus feísimos y anodinos capuchones. Silenciosos y distraídos, no hacían ni decían nada, sólo caminaban lentamente, unos detrás de otros. Pasaban y se paraban, y así una y otra vez, cientos de ellos. Sólo cambiaba el color de las túnicas dependiendo del santo al que siguieran. Los cansados acordes de espectrales bandas de música acompañaban a las cofradías más significadas. Los músicos de bandas populares parecen estar aquejados de una infinita tristeza. Cuando les veo desfilar, uniformados pobremente, arrastrando los pies detrás del santo que toque ese día, soplando desganadamente sus instrumentos, tengo la sensación de que encarnan la imagen misma de la rutina…