¡Viva la gente!... Solo si duermen la siesta lo bastante lejos para no oír sus ronquidos…
Se nos acabó la exposición de Goya y seguíamos sin perdernos de vista. Todavía dimos otra oportunidad al azar y nos adentramos en las salas de Velázquez; nos paramos en el centro de una, con cuadros de bufones a ambos lados. Nos miramos por última vez, debimos pensar al unísono que lo nuestro no podía funcionar y nos alejamos, olímpicamente, cada uno en una dirección. Estuvo bien el juego que establecimos: ninguno de los dos sabía de las intenciones del otro, pero sí que ninguno éramos inocentes.
En el mismo capítulo de la serie de ayer aparece: -Las amenas vistas-. El «fotógrafo» podría haber unificado ambas series, pero no lo ha hecho por dos motivos: matizar contenidos y añadir algo de variedad conceptual a la «obra». Hace bien, supongo. No sé si fue Bretón o Soupault quien escribió: «Sin ninguna afectación, puedo decir que la menor de mis preocupaciones es encontrarme consecuente conmigo mismo». Eso le pasa al «fotógrafo». Detesta la supuesta «belleza» convencional y amanerada y, sin embargo, se entrega a ella con demasiada frecuencia. Es un individuo básicamente contradictorio e inconsecuente (o quizá no). Ayer hablé de algunos de los rasgos personales del fotógrafo, (a él no le importa que los saque a colación), como son su inestabilidad y su personalidad infantil, quizá algo ridícula, y le pregunto si no teme por su imagen y la consideración de los demás. Me dice que no, que prefiere vivir inmerso en una autocrítica feroz, porque intuye que esas introspecciones a corazón abierto le acercan más a su ser y a su vida. No merece la pena vivir en un estado de permanente autocomplacencia defensiva, porque es otorgar demasiada importancia a los demás, -me dice-. Le hago notar que el mundo no perdona esos atrevimientos, que siempre se alegrarán de la debilidad ajena, y que, como dijo Jorge Luis Borges: «Uno puede pensar que cuando ríe o habla mal de sí mismo lo hace en broma y para acercarse a los otros, pero los demás lo toman a uno muy en serio». El «fotógrafo» sale por un momento de su permanente letargo existencial y me dice enfadado: -pero qué te has creído, imbécil, que tú importas realmente a alguien; nadie importa a nadie. Puede que a Borges si le importara, porque él era un artista genial y tenía algo que defender; a personas de su inmensa grandeza hay que escucharlas, pero sólo a ellas. Al mundo, si eres insignificante, le es completamente indiferente lo que digas de ti mismo, sencillamente porque no les importas y no te van a escuchar. Y si aparentan que lo hacen, es mentira, realmente careces de importancia para ellos. Cuando las cosas son así no queda más remedio que vivir en intensa y descarnada relación consigo mismo, aunque duela. Claro, tampoco sirve engañarse, eso sólo se trata de orgullo e instinto de supervivencia, aunque no lo parezca. No hay nada más ridículo e indigno que las falsas apariencias. Ah, y por supuesto, si no quieres que los demás terminen «jodiéndote», siempre debe importarte una «mierda» lo que piensen de ti-. No le contesto nada, para qué, pero no puedo evitar preguntarme si le merece la pena haber llegado a su edad, con esa evidente e inquietante fragilidad. O tal vez sea todo lo contrario. No sé.
…Ya estoy en la sesión del dieciséis de Marzo y esta es una de las copias de esa mañana. Seguiré durante todo Abril (espero). La verdad es que no sé por qué me estoy empeñando en contar detalladamente lo que hago en el laboratorio. Simplemente será porque no se me ocurre otra cosa. Probablemente, también, sea porque cada vez me interesan más las -«microacciones» (como los microviajes, por ejemplo), y ahora mi «microvida» se está resolviendo en el «cuarto oscuro» o «sala de bailar». Otra de las zozobras que me suelen acometer en las sesiones oscuras, es la imposible decisión sobre la importancia o no del lenguaje y soporte fotográfico como vehículo de expresión o creación personal. Creo que me moriré sin saber a qué atenerme en este eterno e irresoluble enigma…
DIGRESIÓN DOS. Frankie. Francia (2019). Guion: Ira Sachs y Mauricio Zacharias. Dirección: Ira Sachs. Fotografía: Rui Poças. Intérpretes: Isabelle Huppert, Brendan Gleeson, Greg Kinnear, Marisa Tomei, Jérémie Rénier, Pascal Greggory, Carloto Cotta.
Una familia se reúne, convocada por la madre para despedirse de ellos (es una enferma terminal de cáncer, aunque aún no está postrada). En esta triste y tranquila ceremonia, sobria y contenida, brilla con entidad propia Sintra, el magnífico y bellísimo escenario donde se desarrolla la puesta en escena. He estado muchas veces en esa pequeña, misteriosa, romántica y recóndita ciudad, pero nunca la he visto tan bella como fotografiada en esta película, y eso que la cámara de Rui Poças no sube hasta el prodigio arquitectónico y romántico que es el Palacio da Pena y tampoco a la Quinta Regaleira. Esto me demuestra, una vez más, que no basta con llevar una cámara aparatosa y un propósito para captar el alma de un lugar. Es preciso el talento. No es una película especialmente brillante pero sí pausada, tranquila, perfectamente acomodada al ritmo y geografía de la ciudad y su entorno de boscosos jardines. Sobresale especialmente la protagonista absoluta, Isabelle Huppert, tan distinguida. Los ocho personajes que orbitan en torno suyo cumplen con su papel sobria y suficientemente; están bien perfilados y los diálogos bien escritos. No obstante, la ceremonia celebratoria está impregnada de una pátina de fría distancia entre todos ellos. Parece que nadie quiere realmente a nadie, y todos viven la causa del forzado encuentro desde la molestia de un extemporáneo e inevitable compromiso. Nadie sale de sus más recalcitrante e impúdico individualismo. La historia revela nítidamente hasta dónde puede llegar la gélida cultura sentimental occidental. Algunos críticos han señalado aspectos vitalistas, alegres, emotivos y hasta consoladores que al parecer contiene la historia. Yo no he visto esa película, sino otra en la que más bien se representa una actuación de una pequeña orquesta de cámara en la que cada uno de los músicos interpreta su papel con espíritu de solista. Eso sí, en un escenario de sublime, tranquila, intimista y romántica belleza. Película más que estimable.