“Cien hombres, juntos, son la centésima parte de un hombre”. Antonio Porchia
…Qué lástima que no me sienta dentro de tan preclara y piadosa filosofía católica en este caso, porque quizá podría tocar y tocar el tambor o ponerme un capuchón y arrepentirme de mis pecados y culpas y así redimirme. Sí, porque también están los anónimos emboscados en sus tétricos capuchones. Estos son la versión mística y sosa de lo mismo. Van detrás de los ruidosos en interminables filas a lo largo de cada uno de los lados de la calle. No dicen nada ni tocan nada, ni expresan nada, solo avanzan lentamente con un cirio en la mano. Los de este año me parecían cansados, distraídos, tontamente solemnes…nada que ver con la carnalidad sudorosa de los ruidosos tocadores de tambor…
DICCIONARIO IMPROVISADO E INNECESARIO. XENÓFOBO: Definición de la RAE “Odio, repugnancia u hostilidad hacia los extranjeros”. Me es ajeno ese sentimiento, no odio a nadie por ese detalle sin importancia, qué más da la procedencia de alguien si al fin y al cabo todos somos de la misma especie. Puesto a odiar, prefiero hacerlo sin tontas distinciones epidérmicas o geográficas y proyectarlo hacia todo el mundo. Motivos nunca faltan. Sin embargo, me llama poderosamente la atención, sobre todo porque no lo entiendo bien, la repugnancia que nos profesan a los –españoles- los “patriotas” periféricos. Su caso es quizá más agudo que el de la pura y simple xenofobia. Ellos sabrán, pero qué molestos resultan. Su patología les debe resultar agotadora: decirse cada día de su vida, desde que se ponen los calcetines hasta que se los quitan, si es que los tienen, que No son “españoles”, que son otra cosa demasiado parecida. La indudable ventaja sobre ellos que tenemos los “españoles” es que no tenemos que perder el tiempo guerreando contra nadie y mucho menos en nombre de las absurdas identidades. Decía Cioran: “Nada hiere más la inteligencia que el patriotismo”. Y ahora Ambrose Bierce (aunque fuera del contexto de la X): PATRIOTISMO: Basura combustible siempre dispuesta para que la incendie la antorcha de cualquier ambicioso que quiera iluminar su propio nombre.
…Cuando me desespero, como esa mañana en Cuenca, pienso que la solución está en inventar esperando encontrarme con el descubrimiento, pero casi siempre me tropiezo con la ocurrencia irrelevante. Y más cuando busco entre mucha gente que no hace nada más allá que seguir la costumbre. La antropología cultural me da igual, porque ahí no hay nada más que pintoresquismo, por mucho que lo escenifiquen personas en estado de trance y se empeñen en fotografiarlo gentes que se emplean en persuadir al mundo de lo artistas que son. Por mi parte, en vez de ir a un lejano país de cualquier continente y fotografiar a una remota tribu de caníbales (cuanto más caníbales, más artista se llega a ser) me limito a ir a Cuenca de vez en cuando a fotografiar tocadores de tambor y ocultos pecadores avergonzados que cargan con culpas y pesadas imágenes. Así no hay manera de descubrir o inventar nada. Objetivamente, ni los penitentes, ni los tocadores de tambor, ni yo, hemos cambiado: ellos siguen haciendo lo mismo y yo también. A lo suyo lo llaman tradición; a lo mío lo llamo estulticia…
…En fin, que en ese afanoso y recreativo pasatiempo se me fue acabando la mañana y me iba llegando el cansancio. Había pasado casi cinco horas cargado con la pesada y vieja cámara grande; y hasta con un trípode que no utilicé. Empecé a considerar el largarme de allí para no volver. Llega un momento en el que hay que ir cerrando «temas», propósitos que aparecieron y no culminaron en nada. Empeñarse no es síntoma de heroica e iluminada voluntad, sino tan solo de obcecada manía. No, los férreos empeños no garantizan la inspiración ni el logro; solo aseguran el empleo del tiempo en «algo». Quizá eso por si solo valga. Como los del tambor, pero al fin y al cabo lo suyo es efervescente, erótico casi, como una compulsiva masturbación grupal. Eso sí vale. Mucho. Lo malo para ellos es que ahora tendrán que esperar todo un año para volver a vivir esas exaltantes y locas horas de subidas y bajadas por la ciudad, empujándose morbosamente. Si yo fuera uno de ellos, por la noche, cuando todo hubiera acabado, lloraría desconsoladamente, o tal vez me emborracharía hasta la inconsciencia. O procuraría copular hasta morir. No sé, el caso es que a las doce y media, cinco horas después, me volví a mi casa, con la decepcionante convicción de que ni había tocado el tambor ni había conseguido una maldita fotografía digna de llamarse así. Fin de la historia de CUANDO SUENAN LOS TAMBORES, en Cuenca.
…Yo también llevaba capucha, pero solo era porque sentía frío en la cabeza. Quizá esa fue la causa de que el gilipollas de turno (siempre me pasa cuando llevo mi vieja cámara grande entre mucha gente) me parara y comenzara a hacerme preguntas idiotas: ¿todavía hay rollos de película? ¿revelas tú? ¿esa cámara es de seis por siete, no? y tonterías semejantes. El que me tocó esa mañana, de mi edad más o menos, me dijo que había hecho fotografía analógica hasta hacía poco (ahora llevaba equipo digital de cámara y zoom, muy aparatoso). Fui simpático durante medio minuto más o menos, porque esbocé una forzada sonrisa, y eso le dio pie al «tonto los huevos», a informarme de las cámaras que había tenido, los objetivos, sus métodos de revelado, su ampliadora y así durante unos minutos más, como si supusiera que podía interesarme su estúpido «rollo». Me mantuve callado y fastidiado hasta que le di la espalda abruptamente y me largué cuando no pude soportar más tanta imbecilidad. No había hecho ciento ochenta kilómetros de noche para perder el tiempo con sandeces. Le podía haber preguntado si con sus muchas cámaras (entre ellas una Hasselblad, según dijo) había descubierto o sabido algo que antes no sabía. Pero no lo hice porque no hay nada peor que hacer notar a un tonto que te parece inteligente o enterado, y sé lo que me digo porque a mí me pasa lo mismo. Si alguien me pregunta o denota que se siente interesado por lo que supuestamente sé, puedo llegar a manifestarme como el tío más tonto del mundo. Debilidades. Por qué suponen algunos seres «comunicativos» y «positivos» que su apestoso rollo puede interesar a un tipo silencioso y desconocido que solo busca la Nada como yo, aferrado a una vieja cámara grande? NO tengo ni maldita idea…
Los tamborileros mantienen estados de ánimo alternativos: o golpean el tambor con ferocidad (suele ser cuando están cerca del paso del cristo, lo que les debe exaltar mucho, supongo) o descansan (porque el cristo esté lejos o por fatiga, supongo), aunque poco tiempo porque hacen ruido constantemente, y entonces muestran gestos completamente relajados y serenos. Espero en la orilla de la calle a que pasen y fotografío buscando siempre su lado solitario: ellos solos con su tambor y yo solo con mi cámara, frente a frente.
Extraños, extraños, extraños, un infinito de extraños. Y yo, un extraño, solo.Antonio Porchia