"Confiemos/que no sea verdad/nada de lo que sabemos". Antonio Machado
A lo largo de más de setecientas páginas y muchas horas de lectura, disfruté de prodigios que me habría encantado vivir. Me gusta y necesito leer ficciones mágicas, pero que transcurran en este tiempo, que al fin y al cabo es el mío. Reconozco que me sirvo de los demás para acercarme a improbables dimensiones de la vida. Esa pasividad parasitaria no me satisface del todo, así que la combato incansablemente, ayudándome de mis viejas cámaras, buscando indicios, señales, pistas que me lleven a escenarios donde pueda atisbar, aun fugazmente, la belleza, el misterio de las preguntas sin respuesta. Aspiro, no sólo a contar lo que intuyo y que se resiste a mi mirada, o sencillamente me es negado, sino a conseguir a través del intento fotográfico, no siempre cierto, penetrar en los sueños, en los secretos y en la aparentemente tangible materia fotografiada. Uno de mis más fervientes deseos siempre ha sido acercarme a lo otro, cuando intuyo que también podría ser lo mío; aunque resulte tan incierto. Mientras, las historias de autores como Murakami son inexcusables porque, sin ellos, la vida es infinitamente más pobre, para los que ya somos pobres de por si.
…que se me ocurre MELANCÓLICA. Esta mujer, desconocida para mí, engañosamente alegre y despreocupada, quizá porque se encuentra en un escenario festivo; no me sugiere lo que parece aparentar. En el dibujo del tiempo en su cara, la morfología de su rostro, y la expresión relajada pero ausente, podría ser la imagen misma de la melancolía. Pero, a fin de cuentas, sólo es una impresión o mera sugestión y, en el mejor de los casos, literatura. Escribir sobre imágenes que dicen por sí mismas, entraña la dificultad y el peligro de la obviedad, o el clamoroso error de apreciación. De cualquier forma eso es lo de menos, sobre todo para los que no estamos en Wikipedia, porque nuestra invisibilidad nos protege del sinsentido de la responsabilidad y de las miradas ignorantes…
DIARIO DE LAS FORMAS uno
“No se puede escribir sobre la forma, la forma sólo es algo que se practica”. Peter Handke
Viernes, uno de marzo de dos mil veinticuatro
Más de mi crisis en relación con el diario. Siento la necesidad de añadir nuevas vías expresivas o capítulos o miradas o algo que me revitalice a mí, luego, a lo que hago diariamente. Me cuesta. No se me ocurre nada. Quizá tenga que enamorarme para conseguirlo. Si esto es condición, entonces, no lo lograré nunca, me temo.
Para contradecir a Handke (cita inicial), se me ha ocurrido un nuevo capítulo titulado Formas, en el que intentaría averiguar porque he hecho muchas de las fotos que he realizado, el porqué de la elección de algunos motivos y que nunca me he planteado por qué las hice. Siempre he huido instintivamente de ese sinsentido porque como dice Handke, no se puede escribir sobre las formas, se eligen y ya está (el diario no explica las imágenes, me explican a mí). Si se te ocurre teorizar lo estropeas todo, ya nada será lo que es. A lo sumo se puede hablar de las formas que se encuentran fuera de uno mismo, con espíritu descriptivo o crítico, o como sea. He oído muchas veces que las imágenes (formas) se explican por sí mismas o carecen de sentido como tales. Yo, a ese maximalismo no llego, ni mucho menos, porque estoy instalado en la convicción de que todo es posible: unas cosas y otras. Y las favorables y contrarias a todo.
Mi manera de escribir y fotografiar (a trompicones) no está sujeto a ningún plan, lo hago asistido por el puro instinto, por la pura anarquía. Así son también mis lecturas como si de enamoramientos se tratara.
Y hablando de lecturas y enamoramientos, ahora, como vengo diciendo últimamente, estoy inmerso en las obras de Luis Landero y la que leía esta misma tarde, Absolución, me ha proporcionado un bellísimo capítulo del que extraigo unos emocionantes momentos. Dice uno de sus personajes:
“…-Hace mucho tiempo-dijo al rato-, yendo por la calle, vi a través del cristal a dos enamorados, sentados frente a frente en la mesa de un café. Nunca podré olvidar aquello. Estaban frente a frente y se miraban, eso era todo. Pero, ¡Dios mío!, ¡qué forma de mirarse! Me detuve sobrecogido a contemplarlos y no sé cuánto tiempo estuve allí. Es igual, podían haber sido horas, o siglos. Se miraban y no se cansaban ni se cansarían nunca de mirarse…”.
La descripción de esta escena me reconcilia con la idea del amor, por mucho que quiera negarlo. Un momento como el descrito hace que reviva en mí lo que siempre he sabido, aunque ahora me sea negado: sentir que el amor es lo más maravilloso que le puede pasar al ser humano. El enamoramiento es el estado de enajenación espiritual, la más inmensa alegría que alguien pueda alcanzar. Tiene todo el sentido del mundo el buscarlo desesperadamente. No hay modo de encontrarlo porque no existe ni puede existir realmente. No está al alcance de seres normales, de los que caminamos a diario por campos solitarios. Quizá solo sea posible en los místicos y su inexplicable amor a Dios. Sí, pero esos siempre han sido unos locos.
Creo que lo que ha sucedido en la entrada del diario de hoy, pasar del concepto a la idealización de la embriaguez amorosa, es justamente ilustrativo de lo que quería expresar: el caos desesperanzado que llevo siempre conmigo.
La Fotografía: No me he podido resistir a traer hoy la imagen y el texto que escribí el veinte de noviembre de dos mil cinco, para describir la escena que fotografié en un bar de Ámsterdam, ya que el texto de Landero lo merecía y porque me gustaría pensar en una cierta afinidad en las miradas: -Era un domingo de atmósfera húmeda que invitaba al recogimiento y al susurro, a la confidencia y a los sueños. Me llamó la atención el magnífico perfil del hombre y el recogimiento e intensidad compartida que transmitía esa pareja. Pensé que se sentían inmensamente felices juntos. A la mujer no la recuerdo, será por eso por lo que ha escondido su cara en la fotografía (mi cámara tampoco reparó en ella). Sentí la imperiosa necesidad de fotografiarlos aunque el gesto podía resultar sospechoso en aquel lugar; no obstante lo hice. Ellos no se percataron, pero sí la gente más próxima que me miró incómoda. La extrema lentitud de mi cámara, no muy apropiada para situaciones urgentes, la compensaba con una especial sensibilidad para indagar delicadamente en los intersticios de lo aparente. Fuera llovía copiosamente- (2005)
Tenía un espectacular sentido del ritmo.
Cuando realicé esta fotografía sólo apliqué la elemental técnica aprendida: fijé las condiciones de exposición, establecí una adecuada distancia, encuadré, enfoqué y disparé; lo habitual. La cámara aportó lo suyo. Finalmente apareció este hombre revelado. Sus tambores ya no se oían, el sudor ya se había secado y la distancia había colocado la escena en el recuerdo y en los haluros. Me pregunto:
¿qué supe de este hombre en el momento de hacer esta fotografía apresurada y nerviosa?
¿Qué sé ahora ?
NADA.
¿Necesité saber algo de él?
NO.
¿Le molestó que le fotografiara?
NO (al menos no manifestó disgusto).
¿Me gustó hacerlo ?
SI.
¿Es suficiente.?
SI.
LOS HOMBRES QUE TOCABAN Y CANTABAN RUMBAS. Nada supimos de la aparente tristeza del percusionista.
Paul Valéry dice que «lo más profundo del ser humano es la piel». También lo creo; y además el cuerpo, y la boca, y los ojos, sobre todo los ojos, los que miran y los que no, los que sugieren enigmas y los que revelan secretos. Hay más información en una mirada que en todo el sistema celular que la sostiene.
HOMBRE QUE COME SOLO EN CONEY ISLAND. Sí, este hombre está comiendo, aunque no lo parezca. Llegó a un bar de playa, se sentó en la barra, pidió bebida, sacó de una bolsa de plástico un recipiente con comida y se concentró en comer. De vez en cuando hablaba con una camarera que servía zumos o combinados de fruta en unos vasos desmesuradamente grandes, una especie de probetas de un metro de largo y colores chillones. En algún momento tuve la impresión de que a este hombre le gustaba la camarera; aunque prestaba más atención a la comida que se había traído de su casa (supongo).