Picnic, como se puede ver, en Côte de Nacre…y algunos recuerdos familiares…
«La afirmación de Valéry según la cual el hombre es un animal nacido para la conversación es evidente en Francia e incompresible en otros lugares. Las definiciones tienen límites geográficos más estrictos que las costumbres…El pecado y el mérito de Francia estriban en su sociabilidad. Las personas parecen estar hechas exclusivamente para reunirse y hablar…Los franceses prefieren una mentira bien dicha a una verdad mal formulada». E. Cioran (De la France, 1941)
«El corazón del francés sólo se enternece con los cumplidos bien formulados. Su vanidad es inmensa, hasta el punto de que lisonjearla puede volverlo incluso sentimental. En general, está capacitado para la intimidad, pero no para la soledad». E. Cioran (De la France, 1941)
Esta fotografía me resuena en la memoria dolorosamente: en mi imaginario sentimental es la postura que adoptaba mi madre (aunque no sea ella) cuando esperaba una visita.
La arquitectura que pergeñan los dictadores está concebida para impresionar: yo me sentía un poco asustado caminando por el recinto. Las personas que deambulábamos por ese inmenso escenario, íbamos de un lado a otro sin sentido aparente, pequeños y perdidos. Miraba con recelo en torno mío y me sentía amenazado por cualquiera que estuviera cerca. De pronto divisé a un tipo uniformado que caminaba decidido hacia donde yo estaba. No había nadie en las inmediaciones, me encontraba solo. Miré a mi alrededor por si me había metido en algún sitio prohibido e instintivamente disimulé mi vieja y aparatosa cámara en el lado oculto a su vista. Empecé a imaginar que se dirigía a mí, con voz autoritaria, diciéndome: -ha sido usted descubierto por nuestros sensores de pureza doctrinal. Sabemos que no es de los nuestros y por lo tanto sospechamos que está urdiendo un plan de ataque a nuestras sagradas instalaciones y valores. Tiene cinco minutos para abandonar el recinto, pero antes le requisaremos la cámara y lo que lleve encima-. Yo temblaba sobrecogido y desvalido. El individuo llegó a mi altura y siguió adelante sin tan siquiera mirarme. Era un jardinero. Respiré aliviado.
El cuarto viaje hace un mes. Aunque Ibiza no me fuera propicia fotográficamente, esta última vez (no creo que haya más) lo he intentado y espero que con algo más de fortuna. Cuando escribo esto he bajado del avión sólo hace unas horas y todavía no he revelado, luego no sé si hay botín o no. Una de las razones por la que resistiré hasta el final con mi vieja cámara (mientras haya material seguro, luego ya veré como me arreglo), es por el juego con el tiempo: hacer ahora y no saber hasta más tarde. El interludio es parte de la metafísica y de la poética fotográfica: el encantamiento, la mutación, el prodigio del antes y el después. Cómo recuerdas la escena y cómo es, con la memoria sensorial de por medio. La distancia actuando, que siempre mejora la percepción del resultado. Cuando analizo el negativo en la mesa de luz, no sólo evalúo lo que tengo, sino que reconstruyo lo que me sucedía en el momento de la toma y cómo lo ha interpretado la cámara, la luz, la película, los químicos y yo. Esa experiencia es mágica e insustituible para mí. Es una de las importantes razones por las que sigo fotografiando. El día que tenga que enfrentarme a una cámara digital, probablemente dejaré de fotografiar para siempre. Mi miedo: las imágenes se convertirán en un odioso trámite tecnológico, plano, inmediato, estúpido y sin misterio. Me faltará la alquimia, el deseo, el sueño y la expectativa nerviosa y anhelante.
DIARIO INTIMO: Mi silencioso abuelo, lejano, como siempre se mostró. Su sordera le hacía mantenerse discretamente apartado. Era un hombre solitario y abstraído, sin duda ensimismado. Recuerdo mi infancia, viviendo en su casa junto con mi abuela, iba a un colegio próximo. Cuando llegaba de trabajar, a la caída de la tarde, se sentaba en una silla baja ( en invierno frente a la lumbre y en verano a la puerta de la casa, frente un paisaje de piedras y encinas) a comer parsimoniosamente, un trozo de pan con una sardina salada o con un trozo de bacalao. No hablaba apenas. Al día siguiente, lo mismo, salía de madrugada y volvía al anochecer; y así durante toda su vida.