Ella y la fotografía y los viajes o el sentido de la perfección…
EL LIBRO DE LA RISA.
Fotográfica. El fotógrafo es uno de los más importantes del país de K; se llama Ivan Pinkava (debe ser alguien parecido a García Alix aquí). La realización técnica y el tamaño eran espectaculares, lástima que el tema fuera de una decepcionante candidez; se titulaba «su primer vino»
BERLÍN (del cuatro al nueve de agosto de dos mil quince). Foto 11
El doce del mes pasado dije que fotografiaría a Naty en Berlín diez años después para demostrar que el tiempo solo podía mejorarla. Queda ampliamente demostrado con esta fotografía. Esta vez la realidad juega en casa, con naturalidad y sin falsas apariencias. Nada queda por decir, solo con mirar y ver basta…
…Aunque el otro día, me dio por reflexionar sobre la experiencia y, como no fue en el «cuarto oscuro» (allí es más complicado porque si tengo una ocurrencia a oscuras no puedo apuntarla, y cuando enciendo la luz ya se me ha olvidado), y además tenía un papel a mano, la anoté. Es la siguiente: «sólo hay una oportunidad para cada cosa; si no se aprovecha en ese momento, en su momento, ya no vuelve nunca». No sé, esta «sabia» observación quizá sólo sea una simpleza, o quizá lo haya leído en alguna parte; o probablemente sea mentira, y eso sería lo menos malo. En fin, no hay certezas…me parece.
Lo que más me gusta es fotografiarla. A Ella. Nunca sé cuando surgirá el deseo, que parece tener autonomía en sí mismo, pero cuando aparece, y si se hace posible, todo es perfecto. Este fue uno de esos momentos. Suele influir el marco, la luz, pero, por encima de todo, el que ambos nos sintamos bien, tranquilos, sin prisa. Son momentos en los que nos hemos parado, normalmente, en un lugar que nos gusta mucho y dejamos que pase el tiempo mirando alrededor pausadamente. Entonces aparece la fotografía exigiendo -ser-. Imperiosamente. Este fue uno de esos momentos felizmente ineludibles, en la magnífica escalera de la Universidad de Turín.
…Y en ese momento, cuando ya nada exista: material, ni piezas de sustitución para mi RB67, ni fuerzas, ni ganas para seguir cargando con mi pesada maleta, haré, si es que llego a la edad de mi abuelo Salvador (ochenta y siete años), lo que hacía él: deambular abstraído por la ciudad. Fue sordo casi toda su vida, y eso le encerraba aún más en sí mismo. Como vivimos durante mucho tiempo en la misma ciudad, a veces, me lo encontraba solo, silencioso y dentro de sí mismo por cualquier calle. Cuando nos encontrábamos de frente nos parábamos y le preguntaba: ¿abuelo, dónde vas? -a dar una vuelta-, me contestaba él, y cada uno seguía su camino. A veces no me veía y yo observaba desde lejos cómo avanzaba lentamente, con las manos a la espalda, hasta que doblaba una esquina por la que se perdía. Nunca pensé en él especialmente y ni mucho menos reflexioné en cómo había sido su vida. No sé si le quise realmente y tampoco si él me quiso a mí. Eso me hace pensar ahora que nunca he llegado a ser mejor que él en nada. Como mucho igual, y lo único que realmente nos diferencia es el tiempo donde han transcurrido nuestras vidas. Sólo eso y la utilidad que hemos dado a las talegas. Yo hago fotografías y él no hizo nunca ninguna; pero yo nunca he sabido manejar ni un arado ni una hoz. Él nunca tuvo amigos y, todo el mundo que le conocía le trataba estúpidamente, con una cierta conmiseración, hasta yo mismo lo hacía. Sin embargo, yo he tenido unos pocos amigos (creo), aunque ahora nos dediquemos a olvidarnos con tesón. Sólo mi madre, un espíritu grande y generoso, le prestó atención y, durante bastantes años al final de su vida, lo cuido y lo trató con respeto y consideración. Esta es una de las fotografías que realicé en París (mañana habrá otra), al atardecer del nueve de Agosto, en las inmediaciones del Museo del Louvre…
Dos cámaras, dos películas, dos ojos y un viaje. Me gustaría hablar de las fotografías del viaje (todas las que aparecerán lo son, excepto una). Son el viaje mismo. Sin mis viejas cámaras no hay viaje y sin viaje no hay fotografías. Yo transporto las cámaras y los ojos. Conmigo: Ella, que me lleva de la mano. Sin su compañía no hay viaje, ni fotografías, ni escritura, ni nada. Cada vez estoy más débil y más jodido, pero mientras pueda viajar y por lo tanto fotografiar y luego escribir, todo está bien, y sobre todo con Ella, porque si no:
ni viajes, ni fotografía, ni escritura, ni nada.
Cada vez hago «peores» fotografías pero cada vez me gustan más mis «peores» y «viejas» fotografías, las de hace tantos años, las de hoy y las de mañana. Siempre se fotografía igual si son verdad; si no a la mierda, no valen nada. Sólo deseo que cada día sean más YO, eso es lo único que me importa. A las pretensiones artísticas que las «zurzan con hilo verde» como dice Javier Tomeo.