El azar apenas se esforzó para componer formas irrepetibles…
Y El Fotógrafo dijo:
«Fotografía no es…vulgarizar el misterio; convertir lo extraordinario en
corriente; banalizar la belleza; pervertir la búsqueda (intrínseca al hecho de vivir) en trivial regocijo de absurdos encuentros; degradar lo desconocido a un espurio utilitarismo…Todo eso y mucho más es la estúpida, ignorante y degradada utilización de la fotografía.
Y El Fotógrafo dijo:
«La engañosa sencillez del concepto; la misteriosa sobriedad del escenario; el equívoco esquematismo del encuadre; la inquietante ambigüedad del asunto; la necesaria pasión en el propósito; el imprescindible carácter en la acción; la ausencia de propósitos legibles desde lenguajes ajenos al exclusivamente icónico; las imágenes como preguntas y nunca como respuestas; el lúcido alejamiento de lo pretencioso y solemne; eso, y algunas cuestiones más, son para mí el lenguaje fotográfico…
Y El Fotógrafo dijo:
«Lo fotografiable es infinito. El fotógrafo es finito. Los caminos, los encuadres,
las piedras, los árboles, las ciudades, las gentes, los animales, las casas,
los utensilios, la materia azarosa e informe, todo, todo es infinito; pero el fotógrafo es impotente, efímero y mortal. Entonces, sólo queda bracear en el vacío y desear que todo salga bien».
Y El Fotógrafo dijo:
«Cuando un fotógrafo toma una fotografía e intenta con ella dar algún absurdo sentido al sinsentido de su propia vida, está en el camino correcto y cierto».
Y El Fotógrafo dijo:
«La fotografía no encierra mensajes. Los mensajes no son fotografiables. Las fotografías en sí mismas, solas, no precisan explicaciones, son la Explicación misma. Los mensajes pertenecen a otro ámbito de la expresión y la vida».
ACABO. Lo siento, me temo que, cuanto más reflexiono sobre el hecho estético o creativo menos sé, o más me confundo. Supongo que me estoy convirtiendo, sin pretenderlo, en un postmoderno que se resiste a serlo o que no quiere darse cuenta de que, inevitablemente, ya lo es desde hace mucho tiempo. Lo que me salva de la condenación eterna es que nunca interesaré al mercado o a los alquimistas (viene a ser lo mismo), ellos convierten en oro lo que tocan, aunque sea una cagadita seca de perro recogida en el parque (sobre todo eso, cagaditas de todos lo tamaños y condición, porque si no, no serían ni alquimistas ni existiría el mercado). Mi problema es que voy poco a los parques.