De pronto…la Casa Blanca, nada menos. Me costó reconocerla…y algunos lugares más, de los que apenas me acuerdo…
…Salimos del Doubletree Hotel, 1515 Rhode Island Avenue NW, Washington, DC 2005, a las nueve de la mañana. El sol se había hecho cargo de la situación e iluminaba la ciudad contundentemente. El calor enseguida empezó a resultar molesto. Primero, desayuno en un establecimiento convencional donde, la única visión relevante, fue el apacible sueño, en un sillón, de un tipo pulcramente vestido. Después, avanzamos lentamente por una avenida peatonal donde, detrás de una verja, a unos trescientos metros, se encontraba la Casa Blanca. Sí, sí, nada menos que la residencia de Barack Obama. Me pregunté qué coño hacía yo allí, frente a la Casa Blanca. No me contesté. Fotografié sin entusiasmo; porque sí, porque estaba allí y no tenía nada mejor que hacer en ese preciso instante…
Todo ha cambiado en mi entorno y también en Lisboa, aunque apenas lo noto; los rasgos esenciales siguen siendo los mismos (los míos y los de Lisboa). Se ha celebrado una exposición universal en este escenario, creo que en 1998. No me interesan los grandes eventos, salvo porque reúnen a gran cantidad de gente y puede haber más posibilidades de arañar alguna imagen que me ayude a entender al mundo y sus gentes.
…El mes pasado no pude leer porque viajé durante diecinueve días. Cuando viajo no me quedan energías para hacer otra cosa que desplazar mi cuerpo y las cosas que preciso de un lado para otro. Ya no estoy para titánicos esfuerzos. Pensaré seriamente en viajar lo menos posible, o mejor nada; es muy cansado. A fin de cuentas creo que Claudio Magris tiene razón cuando escribe: «El viaje es también un benévolo aburrimiento, una protectora insignificancia. La aventura más arriesgada, difícil y seductora se lidia en casa; es allí donde nos jugamos la vida, la capacidad o incapacidad de amar o construir, de tener y dar felicidad, de crecer con valentía o agazaparse en el miedo; es allí donde corremos los mayores riesgos»…
DIGRESIÓN UNA: Sábado dieciséis de mayo, por la mañana, Museo Thyssen-Bornemisza. Exposición Raoul Dufy. Con él dimos una vuelta desde el impresionismo hasta las vanguardias, pasando por el fauvismo, cubismo y hasta las artes decorativas. Lírico, intimista, penetrante y originalísimo observador de una realidad que él ve a su modo; siempre sugerente, siempre artista. Gran sentido de la armonía cromática y una curiosa interpretación sobre la percepción de la luz: el negro representa en sus obras el grado máximo de luminosidad, el deslumbramiento por el que la visión se bloquea, se cierra y se transforma en ceguera. Artista sensible e inteligente; inquieto y siempre ávido de ir más allá en su carrera. Me gustaron especialmente algunas obras: El campo de trigo (1929), Naturaleza muerta con violín (1952) Interior con la ventana abierta (1928) y algunas otras. Su vitalismo y salvaje colorido (puro fauve) nos inoculó una cierta euforia, perfecta para continuar con la exposición de Paul Delvaux. Raoul Dufy, que por sus reflexiones parece que también tenía alma de fotógrafo, dijo: «Los impresionistas buscaban las relaciones de las manchas de color entre ellas, lo cual estaba bien, pero nosotros necesitábamos algo más que únicamente esa satisfacción de la visión. Hay que crear también el mundo de las cosas que no se ven»…