"Estoy solo en esta plataforma sonora de equívoco balanceo que es mi armonía". Breton-Soupault
DIARIO ÍNTIMO 97.2
A partir de la decadencia son los desencuentros la única opción; pero que al menos sean cordiales y entretenidos…
Viernes (santo), veintinueve de marzo de 2024
… Físicamente, no se parecía demasiado a la foto de perfil que había publicado (le faltaba el sombrero de verano). Supongo que la mía tampoco. Era de menor estatura de lo que se podía inferir por la foto y de algo más edad (ella en la sesentena, yo con setenta ya). Dos personas de vuelta de casi todo. Era necesario para llegar a algo, poner bastante de nuestra parte.
Entramos en un bar a tomar algo y a charlar. Fuera llovía; dentro, nublado y chispeando.
Resultó ser una mujer inteligente, sin duda, por supuesto más que yo (pero eso no es excepcional).
Nos sentamos en un sillón corrido, delante de una mesa pequeña a tomar nuestras consumiciones. Enseguida entendí que no había habido el impacto visual que probablemente ambos esperábamos.
Me llamó la atención que, mientras yo me senté con naturalidad en la parte que me correspondía de la zona frente a la mesa, ella se colocó descentrada, escorada hacia su izquierda y girada ligeramente de tal manera que frente a ella solo estaba la esquina de la mesa, y, sobre todo, con una postura en la que sus rodillas se interponían entre ambos. Innecesariamente mostraba una postura defensiva. ¡Qué risa! Ninguna mujer necesita defenderse físicamente de mí: nunca sería capaz de invadir forzadamente su espacio. En eso no mostró mucha perspicacia psicológica. El asunto, en ese aspecto, no iba nada bien. Le hice notar su rigidez, que ella negó inútilmente porque no me convenció.
Yo me mostraba confiado, relajado, con ganas de encontrar un punto de encuentro entre nosotros que resultara lo suficientemente estimulante. Algo que nos permitiera desarrollar algún tipo de complicidad y entendimiento. Y, sobre todo, que nos hiciera pasar una tarde entretenida y en el colmo del prodigio encontrarnos con un deseo inesperado.
Nos adentramos en el territorio de las confidencias sentimentales, de las historias vividas. En ese sentido, ella por lo que contó, resultó ser una mujer de carácter y determinación que siempre había luchado por mantener su espacio y libertad en las tres parejas que había tenido, aparte de amantes y cosas así, propias del vivir. Me resultó muy apreciable su determinación. Yo conté mis cosas que no eran tantas y en ese territorio fuimos librando nuestro encuentro, entre supuestas confidencias, valoraciones, apreciaciones y proyecciones de futuro de nuestras vidas. Tanteábamos en la oscuridad.
De cualquier modo, todo era normal y amable. Respeto mutuo absoluto.
Había que salvar una situación de encuentro entre los dos extraños que éramos. Pero, poco a poco empezó a planear sobre nosotros la sospecha de que casi nada teníamos que ver el uno con el otro…
La Fotografía: …Pero, eso sí, con una mesa de por medio, toda una metáfora de que todo y nada funcionaba adecuadamente…
DIARIO ÍNTIMO 97 y 3
La tarde del jueves fue corta o larga, no lo sé interpretar bien. Se hizo de noche enseguida…
Viernes (santo), veintinueve de marzo de 2024
… Seguía lloviendo, por fuera y por dentro. Salimos del bar y buscamos otro sitio para cenar algo.
Eran las 8:30 y todavía se supone que quedaba tiempo por delante para que no nos sintiéramos terriblemente decepcionados de habernos encontrado. Del anochecer habíamos pasado a noche cerrada, en todos los sentidos.
En una terraza cubierta, de un cierto postín, nos sentamos y pedimos algo ligero de cena. Seguimos charlando y extrañándonos mutuamente, cada vez más. Al fin y al cabo éramos unos desconocidos.
Llega un momento en la vida en que la sintonía con desconocidos es altamente improbable por forzada. Además, nuestras flácidas carnes no se reconocían. Yo intenté explorar algo más allá de las palabras: la cogí de la mano un par de veces para detectar a través de nuestra piel, si nos complacíamos o al menos nos consolábamos. No funcionó.
A lo largo de la tarde, de vez en cuando, nuestras conversaciones se vieron entorpecidas por dificultades en el entendimiento de conceptos. Pondré un ejemplo, para que así se entienda mejor: en un momento dado yo dije que me sentía cómodo (era verdad a medias, porque se trataba de cortesía) y que nos estábamos tratando bien. Ambos sabíamos conversar, mediamos el tempo de lo que decíamos y nos escuchábamos con atención. Ella matizó que no nos tratábamos ni bien ni mal, que solo nos tratábamos. No entendí bien la matización porque yo solo intentaba ser cordial y asertivo, y así se lo dije, pero ella se empeñó en polemizar porfiadamente. Aunque objetivamente tenía razón, en mi valoración no había causa de polémica ni mucho menos, tan solo de conformidad y buen rollo, para hacer más llevadero el asunto. Luego, entendí, que mejor su postura, las cosas cuanto más claras mejor: a la mierda con las superfluas buenas maneras.
Hay que abreviar los estrafalarios intentos de alcanzar algún tipo de sentido o placer o lo que sea con los demás (en mi caso, sobre todo, con mujeres).
Había llegado el momento de concluir el intento; sí, porque la cena y todo lo demás ya había terminado.
Tocaba cerrar la cuenta de la cena: llamé al camarero, trajo la cuenta, de 44 €. Sacó su bolso y yo el mío, claro. Le dije al camarero que dividiera la cuenta y pasara la mitad a las respectivas tarjetas. Pero, el chico que tenía una cara de imbécil que daba pena, paso a mi tarjeta la totalidad de la cuenta. Ella me dijo que no tenía efectivo a lo que contesté que me enviara un Bizum, a lo que dijo que sí; aunque ambos sabíamos que no lo haría. Y no, no lo hizo.
Me pregunto, ¿hasta qué punto en un encuentro de dos desconocidos (hombre y mujer) tiene que soportar los costes uno de ellos, siempre el hombre y nunca la mujer? Me contesto: las mujeres siguen siendo iguales a sí mismas, con toda la carga de rémoras y viejas y podridas costumbres tradicionales y siempre, penosa e interesadamente. A mí me pasa siempre (debo tener cara de imbécil), menos mal que no suelo quedar nunca.
Nos despedimos fríamente en torno a las diez. Llegué a mi casa una hora después. Ni siquiera me sentía decepcionado, solo cansado y horrorosamente aburrido.
La Fotografía: …Cada uno a un lado distinto de la vida. El olvido se encargará de borrar las pruebas de un intento banal y prescindible.
DIGRESIÓN DOCE: El hombre de al lado. Argentina (2009). Guion y dirección: Mariano Cohn y Gastón Duprat. Intérpretes: Rafael Spregelburd, Daniel Aráoz, Eugenia Alonso, Enrique Gagliesi, Inés Budassi, Lorenza Acuña, Eugenio Scopel, Débora Hang, Rubén Guzmán. Hace tan solo unos días comenté una obra de Gastón Duprat (Mi obra maestra), que acababa de ver. Hoy, otra de sus películas que ya había visto, pero de la que no escribí y que apenas recordaba. Narra un conflicto entre vecinos por la decisión de uno de ellos de abrir una ventana inconveniente frente a la casa del otro. De un lado, la Casa Curutchet, la única construida por Le Corbusier (nada menos) en Latinoamérica, habitada por Leonardo, fino, prestigioso y memo diseñador; del otro lado, el constructor de la ventana, Víctor, un tipo aguerrido y provocador. El conflicto queda servido: la razón legal y lógica acompaña a Leonardo y el impulso, la determinación, e incluso la fuerza avasalladora, a Víctor. A partir de esa premisa, ambos urden estrategias, engaños y trampas. En la guerra, ambos proyectan sus propias sombras que son un fiel reflejo de unos más que probables y nítidos estereotipos humanos: el flácido, acobardado, mentiroso y supuestamente “creativo” de uno, contra el vividor, ocurrente, osado y aparentemente seguro de sí mismo del otro. Todo ese despliegue de actitudes está aderezado con sutil humor e ingenio. Tempo narrativo dinámico que no decae en ningún momento y que depara sorpresas y divertimento incesante. Final imprevisible. Duprat (tanto Gastón como Andrés) y también Cohn, son valores seguros del cine argentino contemporáneo. Gozosa.
…Y también esta otra…porque sí; porque todavía estoy vivo y me asisten deseos incontenibles de vez en cuando a los que intento responder. Es lo único que aún me importa en el mundo de la creación. Lo que me proporciona energías para hacer otras cosas y así, entrelazando unas y otras, voy tirando con algo de dignidad, a pesar de la viejud que va avanzando e imponiéndose penosamente…
…Sí, pero qué dice? No lo sé. Quizá podría aventurar un mensaje ahora, pero mañana no, así que la certeza del decir sería imposible e imprudente, porque, obviamente, hacerlo reduciría esta imagen a una mera explicación que ni siquiera me creería del todo. La fotografía permanecerá inmutable, pero puede que, dependiendo de quién la mire y en qué momento, emita en distintas frecuencias, o no y sea tan muda como una piedra (aunque ni siquiera estas lo son del todo). Lo único que sé es que esta imagen tenía que hacerla en ese momento porque empujaba incontenible en mi imaginación y mi deseo…