A veces no entiendo lo que veo, en realidad casi nunca lo entiendo…
He expuesto poco a lo largo de mi «periplo» fotográfico y, desde luego, estoy firmemente decidido a no volver a hacerlo nunca más; pensando mejor el nombre que me di ayer, cambiaré de idea: mejor reconstruirme y llamarme «el desconfiado Mister NO«. Vuelvo a la exposición, si es que se puede llamar así, porque poco tenía que ver con la acepción clásica del hecho; es decir, sala diseñada y dedicada a esos fines, número de obras suficiente (no menos de 30 ó 40), de tamaño medio (por ejemplo 50 * 60 cm.), inauguración ceremoniosa, entrevista de medios, en fin, esas cosas que hace mantener la ilusión de que esas representaciones merecen la pena y tienen algún interés. La inauguración fue en Octubre, y la liturgia habitual de esos fastuosos momentos se limitó a una copa de vino (de calidad dudosa) y unas tristes patatas fritas y cacahuetes. Asistió una muchedumbre compuesta por ocho personas que prestaron bastante más atención a las patatas que a las fotografías (no les reprocho su desatenta e interesada lucidez: era la mejor opción para ese momento de su vida, seguro). Ah, esta fotografía también estuvo en la dichosa exposición.
Crónica de los Lunes V: estas crónicas mantienen una prudencial distancia de seguridad entre el momento en el que fueron escritas y su aparición en el diario; pero no sé por qué: –Una conocida dice tener un nuevo novio desde hace unos días, y que éste, al menos, le cae bien-; A., se empeña en que un chiste que cuenta incesantemente, a modo de adivinanza, y que nadie adivina, tiene gracia; y no, no la tiene en absoluto-;-la obra de teatro se adentró en territorios conocidos y apenas si me proporcionó una leve sonrisa-; -el joven camarero se mesó lo cabellos y confesó su ignorancia sobre el asunto de los postres-; -el aviador nos contó que al día siguiente viajaría al Congo, circunstancia (del piloto) que nos impresionó mucho-; -el paleto hizo un escorzo triunfal en el aire y, según dijeron los que estaban a mi lado, eso no sucedió, lo que me hizo pensar que sólo yo soy capaz de ver los escorzos triunfales de los paletos, aspecto de mi personalidad gozosa y desconocida hasta ahora, aunque preocupante-;-la sesión de toma transcurrió como yo deseaba; luego toda la culpa sería mía-
Crónica de los Lunes III. Hoy me ahorraré el prólogo. No tengo nada que decir, salvo que es un refrito de dos lunes y que no me ha salido muy bien (me temo): «-no parecía que hubiera nadie, y efectivamente, no habían venido-; -cuando se produce la inquietante coincidencia de deseo y culpa, las palabras resultan incomprensibles-; -los disfraces eran tan vulgares que desee irme por donde había venido-; -el carnaval no forma parte de mis fiestas deseadas-; -la actitud carnavalesca debería ser permanente, y si no, al menos, exhibicionista-; -es todo tan anodino-; -sólo llevé un sombrero parecido al de John Lurie, en Extraños en el paraíso, de Jim Jarmusch, pero me faltaron los tirantes y la prima húngara y claro, nadie se enteró: esas sutilezas no están al alcance de todo el mundo-; -la parte más decepcionante fue cuando a los asistentes les dio pereza aplaudir-; -no me gustan los aplausos, salvo si me los dedican a mí; ardorosamente, con fervor-; -como en mi vida no hay aplausos, me dedico a pensar en otra cosa; en justa correspondencia, procuro no aplaudir nunca-; -todo resultaba aburrido, los jóvenes ocupan demasiado espacio en la noches de vino y rosas-; -teníamos claro que queríamos irnos de allí cuanto antes»
Domingo: diez de Agosto. Me despierto con la sospecha, más que fundada, que hoy el tiempo cronológico me atropellará y colocará un número más en mi biografía. ¡Qué zurzan al aniversario! Partimos en dirección a San Antonio, Texas. Más de novecientos kilómetros. Todo el día somnolientos por carreteras rectas y planas. Escasez de pensamientos y expectativas. Fotografías: ninguna. Llegamos a San Antonio a las ocho de la tarde. Hotel Menger, de 1859, histórico, lujoso en su tiempo, ahora algo decadente pero espléndido. Además de nosotros, a lo largo del tiempo, se hospedaron en él algunos personajes célebres: O. Henry. Robert. E. Lee, Ulysses S. Grant, Dwight D. Eisenhower, Mae West, Babe Ruth, Oscar Wilde.Tenían sus fotografías en los pasillos. No sé, a pesar de que ese día cumplía un año más, a los del Menger Hotel, les dio absolutamente igual que nos alojáramos allí; no nos pidieron fotografías para incluirnos en su galería de huéspedes ilustres. Ellos sabrán por qué. Como no fotografiamos, ésta es del día siguiente, frente a la fortaleza histórica del Álamo, el lunes por la mañana, aunque todavía estemos en domingo. Estas son las indudables ventajas de hacer trampas al tiempo rigurosa y linealmente cronológico.
A estas alturas de mis interminables anotaciones sobre sesudas opiniones sobre filosofía fotográfica, de autores «autorizadísimos», no sé si habrá alguien al otro lado de la pantalla. A éste, comienza a producirse una alarmante fusión de mi yo fotográfico consciente con el subconsciente, o lo que es lo mismo; una reacción físico/química a tanta esencia ontológica, que puede dañar seriamente mis ganas de vivir. El mundo, con un excelente criterio selectivo, no suele frecuentar esta web y yo, si no fuera porque estoy perdido en ella y no encuentro la salida, tampoco. No obstante, voy a ser tan constante y consecuente como un corredor de maratón y, con el último aliento «intelectual» a punto de apagarse para siempre, voy a incluir una penúltima cita de un fotógrafo francés muy simpático con el que coincido en algunas cosas como esta: «El fotógrafo debe ser un filtro entre lo desconocido y misterioso y la percepción de este mundo…Hay un lenguaje en la fotografía que es un poco misterioso, que no es un vocabulario, que no es una alfabeto, que no es una ciencia, ni siquiera arte como «fenómeno cultural» y que puede estar, como dijo alguien, «en contacto directo con el inconsciente». Eso puede ser posible en relación con la fotografía» Robert Doisneau
El hombre volador de Gafsa.