"En cierto sentido, la poesía es como tomar fotografías, mientras que la prosa es como filmar con una cámara cinematográfica". Paul Auster
DIGRESIÓN UNA (3): La felicidad y el suicidio. Luis Antonio de Villena, (2013). Ebook …Y también el suicidio, como reacción ante la imposibilidad de vivir que puede anidar en determinados espíritus y que desemboca en la decisión de acabar con la propia vida. Claro, en esta obra es ineludible que se aborden pertinentes aproximaciones a posibles causas, todas ellas honorables, cómo no: «Mis queridos amigos: alegraos y no os sorprendáis. La impotencia y la vejez son muy tristes compañeras en los últimos años de la vida. Yo quiero daros un buen ejemplo y un buen consejo. Tenéis el poder, como veis, de no aguardar la vejez; podéis partir voluntariamente antes de que llegue, como voy a hacerlo yo.» Petronio. La grandeza del suicidio consiste en que siempre es uno mismo quien lo decide, por lo que siempre será un inviolable y sacrosanto derecho: seguir o dar por terminada la representación del vivir si el relato resulta tedioso, o lo que es peor, doloroso. Detener el latido del corazón porque ya no merezca la pena que continúe tirando de nuestro cuerpo si este no encuentra el sentido de continuar. Dice de Villena: «Soy un convencido pesimista (no sé si nato) que está seguro, por propia experiencia, de las sutiles y ágiles bondades del optimismo. Vivir encima, parece el lema. Pues nada pierdes viviendo, si ya has venido. Sonríe, sigue. La muerte (la tuya propia) va contigo. Si sabes, incluso te ayudará, llegado el momento». Suscribo consciente y plenamente estas palabras (a mí también me interesa el negocio de la vida), aunque la diferencia de la representación esté, en lo que a mí se refiere, en que no suelo sonreír porque esa gracia no venía en la bolsa de ADN que me dieron al llegar y encima no puede adquirirse de ningún otro modo después…
DIGRESIÓN TRECE. Celebrity. EE. UU. (1998). Guion y dirección: Woody Allen. Intérpretes: Kenneth Branagh, Melanie Griffith, Winona Ryder, Leonardo DiCaprio, Judy Davis, Joe Mantegna, Charlize Theron. Otra película de Woody que sí habíamos visto pero que, tanto Naty como yo, habíamos olvidado. Un desfile de actores de prestigio, con papeles más o menos cortos o largos (hasta Trump aparece haciendo de Trump, hace veinte años, diciendo que comprará la catedral de San Patricio de Nueva York y que la derribará para construir un moderno edificio). El protagonista absoluto Lee Simon (Kenneth Branagh), alter ego de Woody (el doblaje y lo titubeos son exactamente iguales a los personajes que encarna Woody) pero con veinte años menos, se mueve entre la impotencia creativa, los titubeos sociales, la inseguridad emocional y la insuperable inmadurez sentimental. Todos esos aparentes lastres son los que hacen de él un personaje entendible y cautivador. Pone voz y gestos al desamparo que todos podemos sentir en cualquier momento y por eso le adoramos, y por eso nos reímos y lloramos con él. Tienes la sensación de que es de los que nunca se rinden, a pesar de que se caiga una y otra vez siempre se levantará. Los fracasos no parecen afectarle nunca. Que Woody no se acabe nunca, ¡¡¡por Dios!!!
DIGRESIÓN UNA: diez de mayo. El Misántropo, de Molière, versionado y dirigido por Miguel del Arco. Dos horas de teatro espléndidas. Obra brillantemente interpretada, con una puesta en escena plena de sentido e inteligencia. Proyecciones sugestivas y bien realizadas en una de las paredes del callejón donde se desarrolla la historia. Música e iluminación sugerentes, atinadas y gozosas. Diálogos frescos, vivaces, acertados y magníficamente articulados, con sentido del ritmo y originalidad. En cuanto a la historia en sí y su adaptación, no por conocida en cuanto a las maquinaciones de supervivencia humanas resulta menos interesante porque las situaciones están creadas e interpretadas con garra, gracia y elocuencia. Ya se sabe, si no juegas, enloqueces o mueres. La coherencia, la sinceridad, la honradez a ultranza, solo llevan a la locura y a perder el «juicio por defecto de forma» como bromea Alcestes, el protagonista. Filinto, su amigo, es uno de los personajes clave. Aporta un contrapunto irónico a la perniciosa obsesión de Alcestes, un cinismo saludable y sonriente. Entiende la vida como lo que es, un juego de máscaras. No así Alcestes, y claro, el fatídico protagonista llora y se retuerce de impotencia. Personaje trágico que renuncia a la vida satisfecha y autocompasiva a cambio de una ridícula obsesión, supuestamente pura y plena. Un mártir, un tonto; pero como me pasa con todos los tontos místicos no puedo evitar empatizar un poco con él (será porque tengo algo de ambas manías). No hay salida: representar, disimular; jugar o morir. Se queda solo porque nadie quiere saber nada de alguien que no se ayuda y, de paso, a los que viven alrededor. Estamos todos tan desorientados y exhaustos, tan necesitados, que por eso me extraña tanto el apabullante éxito de las religiones, de todas, tan estúpida y torpemente intransigentes, pero eso es harina de otro costal.
PS: esta vez no es necesario porque, una vez escritas estas impresiones cayó en prensa la referencia crítica de Ordoñez (mi oráculo teatral) y esta vez estábamos de acuerdo en todo: a él le gustó muchísimo y a mí también.