El árbol más imporante de mi infancia: el acebuche…y también las encinas y los olivos….
pepe y las citas LXXX. MELANCOLÍA:
¡Qué poco me va quedando
de lo poco que tenía!
Todo se me va acabando
menos la melancolía». José Bergamín
«Lo ha dicho uno otras veces: la melancolía es la alegría de los tristes. Más aún, es la riqueza de los pobres». Andrés Trapiello
«Algunas tardes, su mano incomprensible nos conducía al lugar sin nombre, a la melancolía de las herramientas abandonadas». Antonio Gamoneda
«La melancolía es una lluvia lenta, regular, porque dice al hombre la infinita monotonía, la inmutabilidad, la usencia de finalidad de las cosas».Carlo Michelstaedter
«La melancolía es una forma de poesía».Wallace Stevens
pepe y las citas CIII. PINTURA
«Hay un área del sistema nervioso a la cual la textura de la pintura comunica con más violencia que ninguna otra cosa». Francis Bacon
«Nunca se experimenta mayor conmoción ante un cuadro que cuando impone su poder. Vicente Verdú
«Mi pintura es el libro de mi vida». Pablo Picasso
«Pintar es hacer aparecer una imagen que no es la de la apariencia natural de las cosas, pero que tiene la fuerza de la realidad». Raoul Dufy
«Era como si lo que iba ocurriéndome allí tuviera conexiones directas con aquella frase de Mallarme a Manet: no pintes el objeto en sí, sino el efecto que produce». Enrique Vila Matas
…El otro día, entregado al gozo del reencuentro con imágenes remotas en la oscuridad ceremonial del -cuarto oscuro-, bajo el influjo de olores antiguos y del recuerdo de lo que todavía no era del todo, imaginé una posible exposición que titularía: –50 pequeñas fotografías áureas-. Las visualicé en una sala preciosa, de paredes blancas (o negras), colgadas y ordenadas pulcramente por cualquier criterio que se me ocurriera. Sería una imagen gozosa y plena de sentido para mí. Dónde está esa sala; supongo que en ninguna parte, porque dudo mucho que al mundo le importe una mierda mis –50 pequeñas fotografías áureas-…
EL DON DE LA ELOCUENCIA SILENCIOSA DE LA FOTOGRAFÍA, o la penetrante mirada artística de Manuel Elegido, IX.
…De un tiempo a esta parte interviene sutilmente en la paleta cromática que le
ofrece su cámara mágica y sus escenarios han derivado hacia una interpretación
teatral y sugerente del alma de lo que fotografía. Esos nuevos cromatismos
siempre traslucen reflexión, sentido y contención. Todo medido, todo pleno de
sentido. Llevados al tratamiento de las imágenes de nuestra ciudad, a la que
creo conocer, aunque no tanto como él, sus interpretaciones son acertadas y
lúcidas; originales y poéticas. Plenamente creativas…
DIARIO DE LA NADA 2
“Esa es la infancia: la edad de los hallazgos perdurables. Por eso la infancia es para siempre”. Luis Landero
Viernes, dos de febrero de dos mil veinticuatro
La cita, de Luis Landero, encontrada en El huerto de Emerson. La traigo hoy por dos razones: estoy leyendo el último libro de este autor: La última función, de la que seguro que obtendré destellos sabios, porque este autor lo es; y porque hoy, sin pretenderlo, la entrada va de mi infancia y su pervivencia en mí.
Ahora, que he llegado tan lejos en el tiempo y tan hondo en la nada (no, no soy pájaro, soy topo), es el momento de indagar, despreocupadamente (ya todo es lo mismo), en todo lo que no ha podido ser. No tengo prisa en esa tarea. Nadie me espera al final.
Lo que sí sé es que todo ha resultado como dice Landero, perdurable desde entonces…
No sé lo que me está pasando ahora. Llevo unos días que no se me ocurre nada que contar en el diario. Estoy seco porque nada me pasa, nada pienso, nada siento. Soy pura madera de enebro, el árbol de mi infancia. También lo fueron las encinas.
La Fotografía: Un enebro, que vive (espero que siga ahí, desafiante y más vivo que nunca), a tan solo unos cientos de metros donde viví los primeros nueve años de mi vida. Muchos años después lo visité y fotografié (2011), y como homenaje a él y a mí mismo, lo revestí de oro y hoy lo traigo aquí. No sé porque hoy y no en cualquier otro momento a lo largo de los bastantes años desde mi visita. No, no lo sé. Supongo que no será por alguna conjunción especial de planetas que vayan a marcar que yo muera mañana. No, no creo en esos cuentos, pero me merecen respeto y una inquietante sospecha. O tal vez sea un deseo: preferiría que existieran los prodigios insondables, los hados protectores por los que los buenos obtuviéramos dones y dichas en vida. Sin tener que hacer nada, tan solo por el hecho de haber sido portadores de nuestras miríficas almas. Es más, si me viera obligado a creer en algo, bajo tortura, sería en eso, en algunas predestinaciones fuera del control racional. Pura magia, sí; prefiero creer en los prodigios que en cualquier otra cosa. Sobre todo, si el motivo que sirve de pretexto, es un enebro, tan esplendoroso y maravillosamente fotografiado por mí y después, la materialización en copia hecha pieza de orfebrería aurea. Esta valiosísima copia está sobre mi cabeza cuando me siento en mi sala de estar, que no necesariamente de ser.
Nuestra crisis tuvo lugar a lo largo de seis terribles años: de 1968 a 1974, o de tus 41 a los 47 años, de los 14 a 20 míos, más o menos. Durante ese tiempo estuviste poseído por una adicción furiosa al alcohol que te nubló la vida y destruyó tu cuerpo. En un corto intervalo de tiempo pasaste de ser un hombre fuerte y apuesto a convertirte en una ruina física y finalmente sucumbir. Me atrevo a pensar, quizá porque llevo lamentándolo desde entonces, que no es posible que seis años de enajenación te compensaran treinta que muy probablemente podías haber vivido. Pero fue tu elección. Conseguiste apartarte de esa esclavitud tres años antes de morir, pero ya estabas destrozado y no había solución. Para mí tuvo efectos importantes: aprendí a sufrir diariamente y a interiorizar mis sensaciones calladamente. Para mi madre, tu mujer que siempre te quiso a pesar de todo, mejor no hablar: había que hacerse fuerte para soportar la que estaba cayendo. Fue malo, muy malo para ti y quizá, a la larga, no tan malo para mí porque aprendí mucho; pero ni te lo voy a reprochar ni a agradecer. No creo tener ningún derecho y en definitiva la culpa, si la tuviste, cayó trágicamente sobre ti.