Restos de una batalla perdida de antemano…
La disposición del espacio, las construcciones, los animales encerrados y la maquinaria dislocada componían un escenario desasosegante, de un raro y perverso equilibrio, como si todo estuviera dispuesto por una fuerza desconocida e ineludible que había venido actuando lentamente, a lo largo de los años, para componer una escena que sugería historias fatales, como el destino de los actores que habían intervenido. En el borde del abandono, más allá de estas líneas paralelas, tierra seca y guijarros puntiagudos arañados por estériles arados.
Fotográficamente, lo que más me atrajo fue la armonía en la disposición de la maquinaría agrícola oxidada y rota, dispersa por la amplía extensión de tierra aplanada y salpicada de malas hierbas Hace cuarenta años esta propiedad debió ser floreciente: con peones, encargado y dueños que viajaban en coche grande, veraneaban y comían en salón con chimenea servidos por asistentas de uniforme.
Los obreros que vivían en el caserío de al lado manejaban la maquinaria, ahora rota y abandonada, al amparo de los propietarios, sin duda adinerados. Pasó el tiempo, los dueños, ya mayores, murieron y sus herederos probablemente no supieron qué hacer, porque no habían aprendido el oficio y el mundo había cambiado. Los trabajadores fueron marchándose, la propiedad languideciendo y sus máquinas oxidándose. La muerte iba tomando posiciones. Ahora sólo queda el ladrido furioso de los pequeños perros y las ovejas topándose en la oscuridad. Después de hacer 15 ó 20 fotografías me marché aliviado. Siempre que tengo una experiencia similar paso un periodo de sedimentación intentando entender y averiguando si han quedado preguntas sin respuesta o fotografías por hacer (que viene a ser lo mismo); sí es así, necesito volver cuanto antes. Lo hice quince días después.
Tomé la cámara y comencé a fotografiar, avanzaba por la explanada algo tenso y la situación me pesaba; percibía algo indefinible, me sentía observado, pero no había nadie y sólo se oían los ladridos histéricos de los perros. Razonaba: si hay animales, el dueño quizá esté tras una ventana y puede ser alguien enloquecido. En el lugar vibraban miradas ocultas; sentía presencias pero no sabía dónde.
EL LIBRO DEL TIEMPO.
Desolado. Introducción: «La magia de los lugares vacíos no existe si antes no fueron habitados. La huella, la memoria de quien los creó y dio razón de existir pervive más allá de la realidad física de su presencia». Rosa Olivares. Utilizo esta cita de la señora Olivares, porque matiza y complementa perfectamente las sensaciones que quiero transmitir, así que, excepcionalmente y sólo durante el tiempo que tardo en leer su cita, la señora Olivares me cae algo mejor.
Me acerqué cauteloso a la explanada. No se veía a nadie. A la derecha casas y dependencias agrícolas descomponiéndose. Puertas abiertas que enmarcaban oscuridad y otras cerradas que sugerían secretos y telarañas polvorientas. Unos perros encerrados ladraban irritados, debían ser pequeños por el tono agudo de su protesta. En una especie de zaguán, detrás de una verja de hierro, se adivinaban unas ovejas amontonadas que hacían ruidos sordos al entrechocar unas con otras.