"Lo que más me gustaría sería llevar una máscara y cambiarme de nombre". Stendhal
ALGUNAS COSAS QUE ME PASAN CUANDO ME ATREVO A SALIR A LA CALLE I (segunda parte). Esta tarde tendré que salir sin más remedio. Iré a un centro médico de humanos, no de perritos delicados, como Charlie Brown (en casa ya hay más medicamentos para él que para nosotros). Habrá personas y lo mismo me encuentro con situaciones que me sirvan para mi quimérico -observatorio social-. Lo conté el mes pasado: tengo pendiente una segunda consulta con un médico, el que escribía con los dedos índices y del que tuve la impresión de que la idiocia se había hecho cargo de su vida desde hacía tiempo. Me han citado a las cinco de la tarde. Portaré un sobre con los resultados de la analítica, cuidadosamente custodiado para que no se rompa la cadena de prueba (lo he visto en las películas), y a ver qué me dice. Claro, al sospechoso doctor no le hablaré de mi enfermedad del alma, que últimamente es lo que más me duele. No lo mencionaré porque su especialidad es otra y porque lo mío no tiene cura (tampoco lo suyo la tiene, me parece). Ni siquiera puedo mejorar porque la causa está en la muerte de los deseos que, como las neuronas, se destruyen masivamente todos los días (aunque deseos no he tenido tantos). Al parecer es cosa del paso del tiempo, y eso tampoco tiene arreglo. (Continuará)
«Es mi carne lo que en mi alma grita/Horror a la muerte, carnalmente lo grita,/Lo grita sin consciencia y sin propósito,/Lo grita sin otro miedo que el del miedo». Fernando Pessoa. Traigo a colación este poema porque mi carne y mi alma comparten el mismo miedo cerval a la muerte. En su caso, el final, la dichosa muerte se precipitó en unos pocos días. Fulgurante y quizá respetuosa con su pánico. Como un relámpago. Para mí quisiera algo parecido. A pesar de que su obra destile fatalismo y melancolía, era un tipo vital, un dandy, pulcro y elegante. Un hedonista y fumador empedernido. Me gusta mucho Pessoa: las cosas que escribía y su vida y su ciudad y su forma de vestir y las cosas que hacía «Sería bueno y feliz si yo fuese sólo mi cuerpo». Fernando Pessoa. También su increíble y prolífico invento de los heterónimos, porque a pesar de que los más conocidos sean cuatro, creó en torno a ciento cincuenta. Asombroso. A mí me gustaría hacer algo parecido, y no porque pretenda ser su epígono fotográfico, sino porque representar mediante personalidades interpuestas la diversidad de percepciones y modos de estar en el mundo, puede ser perfectamente consustancial al hecho de vivir y crear. Mis juegos con máscaras son solo un torpe remedo de eso mismo, de los heterónimos pessoanos. Pero no he llegado a ellas pensando en su obra; no, he llegado porque sí, porque no hay ni tengo otro remedio («Nadie es una única cosa. Somos una colección de actitudes, prejuicios, planes, deseos… y pretendemos aceptar que somos una unidad». John Banville). El problema es que ahora no me creo casi nada, y mucho menos una ordenada y coherente acción «creativa», sencillamente porque eso requiere un despliegue brutal de energía, un trabajo duro al que ya no llego. No, no tengo ganas. Pero potencialmente podría hacerlo. Creo. Quizá el mundo, con su indiferencia, se ha perdido un gran artista fotógrafo. O no.
LA VIDA INMEDIATA XXIV…Llegamos quince minutos antes de la hora fijada y, oh sorpresa, nos recibió en ese momento, ¡¡¡increíble!!! Es la primera vez que me sucede. La consulta transcurrió en un tono amable, amigable casi, todo lo contrario de lo que me temía. Me dijo que el deterioro de mis vértebras cervicales entran en lo que se podría catalogar como previsible en un viejo que no ha cuidado especialmente su «higiene postural» (esa evaluación física era nueva para mí y desde el domingo no paro de oírla). Vaya plan, no tienes conciencia de estar haciendo nada inadecuado y sí, y además con los años tienes que pagar el inadvertido dispendio. Si al menos hubiera derrochado salud en locos placeres podría entenderlo, gozo y daño a la par. Bueno, el caso es que el médico que suponía rígido e imperativo, mensajero de temibles noticias, resultó ser un tipo amable y solo me hizo recomendaciones pertinentes. Eso sí, había envejecido fatal, bastante peor que yo y eso que es más joven, seguro. Quizá es porque su cuerpo estaba peor formado que el mío, menos proporcionado, aunque su inteligencia fuera infinitamente superior (había llegado a médico). El caso es que ahora, después de esta consulta a la que el amable y bajito doctor me dijo que tenía que volver dentro de tres meses para evaluar si el deterioro cervical iba a peor (solo puede ir a peor, claro), el lunes próximo tengo que ir a otro especialista (neurólogo) que me hará pruebas para determinar si el interior de la cabeza está bien, aunque yo sé lo que él no sabrá, que dentro de mi cabeza no hay nada, solo vacío. Contaré lo que el nuevo médico encuentre dentro del recipiente de aire viciado que es mi cabeza, que podría ser un tumor, por ejemplo.
EL DICHOSO TRÁMITE II. …De pronto, me sentí contento porque había pasado la prueba correctamente, sin un solo fallo. Me habría apetecido cruzar alguna broma con la desvaída funcionaria, pero no me gustaba y a mí, si alguien no me gusta, no me sale charlar y mucho menos bromear. El caso es que me habría encantado decirle a la desenfocada funcionaria lo transcendente que era para mí ese trámite y lo pesaroso que me sentía. Sí, porque se acababa una situación de un cierto privilegio: cobrar sin tener que trabajar. Bien es cierto que era porque para la empresa que lo hacía consideró más prudente y ventajoso pagarme por nada que correr el riesgo de que me acercara a sus asuntos, desaire que no les tuve en cuenta porque a mí entonces me interesaba más jugar a ser artista, aunque eso tampoco funcionó, pero todavía no lo sabía. Sí, me habría encantado que la funcionaria me hubiese gustado un poquito y se hubiera mostrado amigable porque, a fin de cuentas, ella era La Caronte que me llevaría a la otra orilla, y qué menos que una pequeña y acogedora charla cómplice. Supongo que por su parte fue porque a ella le gusté tan poco como ella a mí. Sí, esa calurosa mañana había dado el primer paso para acabar para siempre con una fantástica situación en el mundo; hasta ayer mismo, si alguien me preguntaba a qué me dedicaba, contestaba lo primero que se me ocurría: artista, mantenido, vago, inadaptado y cosas así. Una pena. Si finalmente me aceptan la solicitud ya no podré enrollarme con bobadas y gracietas porque solo seré un damnificado (pensionista creo que lo llaman) del estado y muerto para todo lo demás. El sistema deseará quitarme de enmedio cuanto antes pero no lo tiene tan fácil como la empresa que me espabiló, no, esta vez tendrán que esperar a que me muera. Ah, y lo que es mucho peor, a partir de que me acepten ya solo seré una cosa hasta el final de los tiempos: jubilado. El orden del mundo estrecha su cerco, estoy rodeado, sin salida y casi con la soga al cuello. Maldita sea.