"Ellos también son como yo, me digo. Y así me defiendo de ellos. Y así me defiendo de mí". Antonio Porchia
MERODEANDO EN UNA CIUDAD HECHA DE PASADO (La Innombrable).15 de Junio de 2006. Nací y vivo en las afueras de una ciudad con la que apenas mantengo relación. Mi deambular ocasional por ella es apresurado e intranquilo. Me asusta doblar cualquier esquina y que me asalte un recuerdo, una experiencia semiolvidada o que algún individuo se asome entre las brumas del pasado, apenas reconocible en la decadencia de tantos años transcurridos ya. A partir de una cierta edad resulta invivible la ciudad donde se ha sido niño. Sin embargo, aquí, se celebra un acontecimiento anual que todavía me mantiene levemente expectante: suceden hechos aparentemente incomprensibles que revelan aspectos esenciales del espíritu del lugar y del carácter de sus habitantes. Mis ganas de meterme en ambiente son escasas, pero no tengo nada mejor que hacer y además casi nadie me reconoce, por lo que puedo actuar tranquilo. Observo y fotografío durante un rato; lo mostraré los próximos días.
(diez horas). Me pregunto si tiene algún interés contarse o contar a los demás. A ellos no creo que les importe mucho lo de uno, a no ser que encuentren resonancias propias en lo recibido del otro (es decir, de uno), pero en ese caso, a quien no le importa mucho es a mí; a no ser que lo compartiéramos agradablemente (y eso es tarea imposible), así que el juego de emisor/receptor es una entelequia sin mayor importancia para nadie. Pero a mi, sí me importa (mi rollo, naturalmente), y a veces me gusta saber que alguien se lo ha pasado bien con mi manía.
…Luego, muy despacio, continuamos caminando. Por la amplia avenida peatonal avanzaban algunas personas que parecían saber dónde iban; no como nosotros, que sólo deambulábamos sin propósito…
DIGRESIÓN NUEVE: Una noche (2012) escrita y dirigida por Lucy Mulloy. La película es La Habana y los habaneros. Nada más empezar comprendí que no me enteraría de nada de lo que los personajes pudieran decir. Su acento cerrado y sus modismos hacían los diálogos indescifrables, así que decidí olvidarme de ese aspecto y centrarme en lo que Mulloy ofrecía. Y sí, la cámara con su ritmo trepidante y vital lo cuenta todo, no es necesaria mayor información. Tres jóvenes por diversas circunstancias deciden escapar apresuradamente de la isla, cruzando las noventa millas de distancia con Miami en una precaria e improvisada embarcación. A pesar de que, al parecer, ésta desesperada fuga está basada en hechos reales, eso, aunque dramático y revelador, es secundario porque lo que verdaderamente fascina en la historia es La Habana, con su inmensa, desbaratada y melancólica belleza. Cuando la cámara discurre por sus calles, se acerca al malecón, se sube a los tejados, avanza por los angostos pasillos de las viviendas o se adentra en los magníficos y devastados edificios coloniales, sientes la emoción poética que contiene esa inaudita ciudad. Tanta devastada belleza corta la respiración. En esos majestuosos y desolados escenarios se mueven los protagonistas, sudorosos y angustiados, y la cámara, entonces, compone una auténtica sinfonía de existencialismo desesperanzado de una potencia vital conmovedora. «En fin, se reúne mucha gente cochambrosa y mugrienta. Hay decenas de solares en los alrededores y los negros y las negras caminan por ahí, sin rumbo, a ver qué sucede. Nunca sucede nada. Ellos siguen caminando, a ver qué sucede». Pedro Juan Gutiérrez. Lucy Mulloy, mujer joven, neoyorkina, consigue transmitir con autenticidad y agudeza el carácter y el drama que viven los cubanos. Imprimir un ritmo a la narración que hechiza todo el tiempo. Hace doce años estuve en La Habana y lo celebré con una exposición en esta web titulada: La Habana, mañana, ciudad mítica, porque La Habana en su geografía actual, tanto humana como física, está abocada a desaparecer y será entonces cuando nazca la leyenda, el mito. Y sí, la ciudad que filma Mulloy, nueve años después, me pareció sensiblemente más destruida y arrasada que la que vi en 2003, pero eso era previsible e inevitable, y así hasta su final, hasta que no quede piedra sobre piedra. Qué lástima, qué desgracia, qué inmenso sufrimiento pueden infringir a los pueblos políticos corrompidos e inmorales profundamente equivocados. Dice un personaje de la película: «Puedes conseguir lo que sea en La Habana, si conoces a la persona correcta». Y si no la conoces: a morir. Soberbia película y espléndida y prometedora Lucy Mulloy.
DIGRESIÓN SEIS (2): Como la sombra que se va, Antonio Muñoz Molina. «Una novela se escribe para confesarse y para esconderse». Estoy a punto de llegar a la mitad de la historia (dieciocho de febrero) y ya he dejado atrás el primer encuentro de Antonio con Lisboa y el Tajo, ese río que desde la Plaça do Comercio es la promesa cierta del mar. La novela avanza rotunda y sorprendente, sinuosa y cambiante entre los meandros de la memoria del autor y una historia remota de finales de los sesenta en Estados Unidos, y va bien, muy bien. Cuenta las impresiones que le causa Lisboa en su primer viaje: describe lugares, calles, plazas, rincones evocadores y decadentes cargados de sugestiones melancólicas. En mil novecientos ochenta y cinco yo también fui por primera vez a Lisboa, poco antes de que estuviera él, pero no vi lo que él dice que vio, o al menos como lo percibió, o tal vez interpretó, o tal vez soñó. Mi sensibilidad entonces estaba algo entumecida (después también); fotografié, cómo no, pero no he traído ninguna de aquellas imágenes, prefiero ésta, de años después, pero que podría ser de entonces. Ese rápido viaje le ayudó a dar forma a la espléndida novela El invierno en Lisboa que leí en su primera edición y, a partir de ahí, Muñoz Molina entró en mi vida y ahí sigue. No, no soy un mitómano, solo que siempre me ha gustado su escritura. Ya entonces me apropiaba de citas que no anotaba, solo subrayaba, aunque ni mucho menos como ahora, que no hago otra cosa que recopilarlas en mí dichoso documento de escaso futuro. Curiosamente, aún recuerdaba la página en la que se encuentra un párrafo que resalté en aquel libro (la huella de mi marcador ya se ha borrado), la catorce: «…Seguro que te has despertado una mañana y te has dado cuenta de que ya no necesitabas la felicidad ni el amor para estar razonablemente vivo. Es un alivio, es tan fácil como alargar la mano y apagar la radio». Antonio Muñoz Molina. Esta historia está muy presente en la última, la que ahora me ocupa. Forma parte de la estructura, es sustancia misma de ella, porque comparte espacios y miradas y sentido de la escritura, aunque ahora la sabiduría narrativa sea más compleja y perfecta, me parece…
HOY ES EL ÚLTIMO DÍA QUE ESTAREMOS EN LISBOA, ahora, cuando escribo esto, no sé qué tal nos habrá ido allí, en esa tranquila y pausada ciudad. Ciudad hecha para la mirada y para la pausa. “El tiempo tenía en Lisboa una duración apaciguada, no hiriente, una serenidad parecida a la de la luz”. Antonio Muñoz Molina. Quizá consiga las ganas de contarlo. Veremos.