“Como en los sueños/detrás de las altas puertas no hay nada,/ni siquiera el vacío”. Jorge Luis Borges
Doy vueltas y vueltas en torno a un núcleo que no consigo hacer mío; sé que está ahí, siempre presente pero huidizo e inalcanzable, por lo que me es imposible instalarme en él y dormir apaciblemente hasta que todo esto acabe. De todas formas, quizá sea mejor así. Lo único malo es que la situación no resulta productiva (o sí). A veces pienso que estaría bien tener las cosas más claras, tanto que me posibilitara tener un proyecto sólido y cerrado, sobre todo cerrado, y trabajar en él sin desfallecer; por ejemplo, fotografiar aparcamientos vacíos (Martin Parr); o sangre seca (Fontcuberta); o paisajes, más paisajes, más paisajes (Axel Hütte) y tantos otros. En fin, las cosas normales de los artistas. «Así es, si así nos parece. El mundo es una ilusión, un escenario en el que todos tenemos frases que decir y un papel que representar.» Enrique Vila Matas
Es curioso, las fotografías de los dos días anteriores están hechas en el mismo lugar que esta; en las primeras pensé que era un fondo adecuado y sugestivamente metafórico para nuestros retratos: el de Luís y el mío. Mucho después, el año pasado, cuando pasaba por el mismo lugar, volvió a llamarme la atención la textura y fotografié de nuevo; ahora ya no está Luís y a mi no me apetecía autofotografiarme.
«Nada del mundo adulto resulta fácil…» (de una película)
La tarde avanza metida en agua. Tengo todos los ventanales abiertos a la luz húmeda y me siento acogido en una comodidad confortable y fértil. Se me acaban los rollos a revisar y no encuentro la excelente imagen que siempre espero. Hay cosas entretenidas, e incluso sugerentes, pero la suerte está echada, no hay vuelta atrás en el tiempo y el espacio. A Nápoles no voy a regresar, y si lo hiciera, todo sería diferente. En fotografía no se puede corregir, borrar y volver a hacer; lo hecho, hecho está. No hay solución; sólo eliminando u olvidando se puede intentar cambiar la presunta realidad. Quizá por eso me da por escribir acerca de cada una de las fotografías, porque así puedo consolarme perfeccionando e incluso ofreciendo varias versiones sobre un mismo momento; son las recreaciones a posteriori o el intento desesperado de que nada acabe nunca del todo. Esta es una de las fotografías del corto e insustancial viaje a Nápoles, que he revelado esta mañana. No la entiendo bien; sólo sé que después de deambular por calles estrechas y abigarradas, abrumado por sombras profundas, desemboqué en una plaza parcialmente soleada donde refulgía esta puerta blanca enmarcada en una fachada de mármoles también blancos. Todo herméticamente cerrado e impregnado de un polvo suave y viejo. Cómo no fotografiar el impactante encuentro? Imposible no hacerlo, sí, pero no la entiendo, ni falta que me hace; sólo sé que es inevitable y me gusta.
Conduje atento al paisaje por si divisaba alguno de los motivos que me había propuesto fotografiar, pero aunque vi alguno, ninguno me atrajo lo suficiente y además me daba pereza parar. Llegué a un pueblo que se encuentra a cuarenta kilómetros de mi casa, me adentré en él y busqué la salida hacia el sureste, porque al fondo se divisaba una zona escarpada muy pedregosa que podría ser conveniente a lo que me proponía. Subí con el coche por un camino sinuoso y estrecho hasta llegar a una ermita bien conservada, con una explanada frente a ella y un poco más arriba un molino quijotesco abandonado a su suerte, pero todavía entero y digno. Fotografié una puerta tapiada de la ermita. Me gusta mucho la representación de lo que se ha malogrado; de lo que fue y ya no es. Cuando me tropiezo con alguna de esas paradojas procuro llevarme su imagen: siento un leve y sonriente placer con el sinsentido.