Deambulando por el otro lado de las cosas…



…Capítulo 10. Una vez que salí de la estación de Atocha, y no me resultó fácil (demasiada gente me entorpecía), me encontré con una ciudad luminosa y espléndida a las diez de la mañana, sin niebla ya (tengo que salir más de mi casa, volví a susurrarme). Uno de mis escritores favoritos pero que no permitió que le retratara, Muñoz Molina para más señas, del que vengo hablando estos días, a propósito de las ciudades dice: «Qué invento asombroso, la ciudad… La estética de la ciudad es el collage y la enumeración caótica». Pienso lo mismo, pero también, a la vez, siento un miedo creciente hacia ellas. Me dirigí cautelosamente al Museo Reina Sofía. Allí pretendía ver la exposición Locus Solus, impresiones de Raymond Roussel, del que apenas sabía nada (es lo que tiene la escasa cultura, artística claro, porque también está la social, la económica, la política, la erótica y algunas más). Parece ser que Roussel estaba convencido de su genialidad; eso siempre ayuda, bien a entrar en la historia, o en los museos, o en el más absoluto de los ridículos; hecho que tampoco importa mucho, la verdad, porque, siempre, siempre, antes o después, el olvido está asegurado…


Cuatro de Junio III: del mirador de Santa Lucía a la Catedral, como siempre; allí, un rato viendo pasar tranvías que subían y bajaban continuamente. En esa parada no hubo fotografías (bueno sí, unas pocas, pero todas fallidas), y después Plaza del Comercio y el antiguo embarcadero: el punto mágico de Lisboa para mí (ha estado cerrado por obras más de diez años, quizá quince, o incluso más). Allí podemos pasarnos horas viendo gente que llega, mira y se va. Algunos se sientan un rato. Después otros y otros: casi todos hacen cosas parecidas, pero siempre con matices distintos. Los barcos que hacen la travesía a la otra orilla (Cacilhas), van y vienen con frecuencia, bautizados con nombres de poetas portugueses (detalle de indudable buen gusto en una ciudad con una brillante historia poética)…
